Tengo varios parientes con excelente sentido del humor. Mi hermano, por ejemplo, tiene la capacidad de hacer el comentario sagaz en el momento oportuno y quedarse serio mientras todos nos reímos. O un tío que en su conversación cotidiana introduce frases como “más amarrado que un trasteo para el Chocó” o “más fácil se vende un submarino en Manizales”. Hay gente con esa gracia natural.
Me gusta el humor que surge a partir del ingenio en el uso del lenguaje. Que se vale de la irreverencia para desacralizar mitos. Hay artistas de todos los tiempos y latitudes que encuentran en el humor un recurso para el despliegue de su maestría: pienso en Cervantes, en el recién fallecido Philip Roth, en García Márquez; en cineastas como los hermanos Coen o Felipe Aljure, en dramaturgos como Fabio Rubiano, o en caricaturistas como Caballero o Ari.
El buen sentido del humor es un rasgo de inteligencia y el poder le teme al buen humorista. Quien lo dude puede recordar la muerte de Jaime Garzón o las persecuciones a Daniel Samper Ospina y Matador. Hace 50 años Milan Kundera (¿morirá sin recibir el Nobel de Literatura?) publicó su primera novela, La broma, que refleja bien esa tensión entre humor y poder. Ocurre en la República Checa en los años de la Cortina de Hierro pero podría ubicarse acá sin problema pues todavía hay poderosos que se ofenden con el humor, o no lo entienden, y utilizan su poder para perseguir al irreverente que se atrevió a meterse con ellos.
La cara opuesta de ese humor inteligente que cuestiona al poder puede ser el chiste aparentemente inofensivo. Dicen que Aristóteles dijo que “el secreto del humor es la sorpresa" y el chiste suele ser un producto prefabricado. Los hay buenos, pero no son tantos. Muchos chistes de salón son un relato corto que obedece a un esquema predecible, con lo cual se elimina el factor sorpresa: chistes de pastusos, de borrachos, de tullidos, de viejitos, de esposas, de maricas, de boquinches, de gringos, de negros o de políticos, que acá en Colombia incluyen un subgénero específico: los chistes de Turbay, que tienen ya 40 años y contrastan con la ausencia casi total de chistes sobre Uribe.
Los estudiosos de la relación entre la broma y el subconsciente tienen acá un rico caldo de cultivo. Generaciones de colombianos que crecieron viendo los cuenta chistes de Sábados Felices o escuchando a la Nena Jiménez y a Montecristo consideran que es muy normal que el chiste se burle de los demás. Los programas de televisión y los videos en redes sociales con cámaras escondidas que muestran a las personas en situaciones ridículas son todo un clásico acá. La empatía desaparece para darle rienda suelta a la risa frente a la desgracia del otro.
Hace poco fui con mi hija al circo. Como ya no hay animales el espacio para los payasos ha aumentado. Vi entonces a niños pequeños riendo a carcajadas durante muchos minutos, con un payaso que hacía una parodia afeminada, que incluía un espacio para que le aplicaran una inyección y para que le diera un beso a otro payaso, ese sí muy macho. El mismo chiste homofóbico que hemos oído hasta el cansancio en los espacios de radio y en televisión.
El chiste acá ha sido espacio fértil para el machismo, la xenofobia, el racismo, la misoginia, la discriminación a las personas con limitaciones físicas. Hay que ver los memes y videos que circulan por los grupos de Whatsapp. Muchos en algún momento hemos recibido un mensaje de un conocido o amigo, con un chiste ramplón y ofensivo, que desdice del emisario.
Esta semana a un colombiano se le ocurrió una broma mientras salía de un partido en el Mundial de Rusia: hizo repetir a dos japonesas groserías en español que ellas no entendían y que las ofendían. El video causó muchísima indignación en redes sociales, la Cancillería dijo que "es inaudito maltratar a una mujer aprovechándose de las barreras idiomáticas” y finalmente el autor del chiste se disculpó públicamente en radio. ¿Es real tanta indignación? ¿de verdad a tanta gente le parece ofensiva y abominable la conducta del hincha colombiano? Ojalá la lupa que tantos medios pusieron esta semana en este caso puntual y accidental ayude a ver en detalle lo que es tan usual en nuestra vida cotidiana: el uso de cierto tipo de humor elemental, que en realidad no es tan chistoso, como vehículo para discriminar y reforzar prejuicios.
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