Este miércoles es el Día Internacional de la Mujer, fecha en la que es común reconocer a mujeres exitosas: ministras, medallistas deportivas, cantantes, actrices, magistradas, escritoras, científicas y una larga lista de nombres que, pese al machismo de hombres y mujeres, han logrado abrirse campo y triunfar.
Ellas merecen todo el reconocimiento pero prefiero escribir sobre otras que en algún momento tomaron decisiones erradas. Trato de usar palabras neutras para describirlas sin juzgarlas: mujeres que pasan días difíciles.
Hace poco compartí un rato con varias. Su rutina comienza de noche porque hay que coger turno para la ducha helada. Las primeras se bañan a las 3:30 a.m. A las 6:00 desayunan y desde las 7:00 inician sus labores: estudian, lavan, cocinan, bordan, confeccionan cartucheras, hornean pan, elaboran collares y llaveros en pedrería, cultivan hortalizas y frutas o toman talleres de lectoescritura.
El almuerzo es a las 11:00. A las 12:00 tienen tiempo para un breve descanso y antes de la 1:00 reanudan la rutina de actividades. A las 4:00 cenan y desde antes de las 5:00 van a sus cuartos, que siempre resultan demasiado estrechos, con camarotes y colchones en el suelo. En esa pequeña área compartida, porque nunca jamás tienen espacio para estar solas, charlan, leen, oyen radio, lloran y se consuelan. A las 8:00 se apaga la luz y suena la campana que indica que a partir de ese momento reina el silencio absoluto.
Varias veces al día las cuentan y una vez a la semana sus parientes pueden visitarlas.
Holanda y Suecia vienen cerrando cárceles por falta de presos. Quizás con los años se extinga el castigo físico de la cárcel, así como desaparecieron el potro, la hoguera y ha ido acabándose la pena de muerte. Pero estamos lejos de eso: hasta el año pasado Colombia tenía 120.736 presos, de los cuales 8.240 eran mujeres. De ellas, 143 están hoy en el Reclusorio de Mujeres de Manizales. Muchas tienen 18 años pero las hay también de más de 70.
Luz Marina Duque lleva dos años dirigiendo la cárcel de acá. Es una mujer de energía contagiosa. Está empeñada en liderar un verdadero espacio de resocialización y para lograrlo ha hecho de todo: desde vender empanadas para construir dormitorios nuevos, o conseguir donación de lavadoras y secadora para crear un área de ropas, hasta buscar el apoyo de las universidades. Este martes organizó un carnaval con disfraces y comparsas en el que participaron los cuatro patios y su conversación está llena de palabras como respeto, dignidad, derechos y garantías. A las internas las llama por su nombre.
Aunque ha gestionado alianzas para que las reclusas puedan trabajar y ganar algo de dinero, la tarea no es fácil: todo el mundo espera que ellas paguen su deuda con la sociedad y que cuando salgan no vuelvan a delinquir, pero casi nadie está dispuesto a emplearlas. Por eso la necesidad de enseñarles oficios, para que puedan iniciar sus propios proyectos productivos.
“La cárcel es como una escuelita. Allá todas aprendemos algo: desde panadería o confección, hasta valorar una aguapanela o el beso de las buenas noches de mi hija antes de dormir”, me dijo alguien que salió hace poco, después de estar más de dos años allá.
Están encerradas pero hay días que son peores: el traslado para otra cárcel, las malas noticias del juzgado, la salida de la compañera de infortunio o el simple hecho de que no contesten el teléfono en la casa cuando ellas pueden llamar generan momentos duros. Sin embargo, la solidaridad permite que surjan cosas buenas: “cada vez que llega una chica nueva las otras preguntan qué le falta y entre todas donan un jabón, un café, un saco… allá todas se ayudan”.
Aunque hay profesionales, otras no terminaron primaria. Varias sufrieron agresiones sexuales en la niñez y hay quienes agradecen la balanceada comida de la prisión, que les resulta mejor que la de la calle. Algunas tienen familiares en la cárcel de varones; hay numerosas mamás y en casi todas el común denominador es la pobreza. La cárcel es para los de ruana.
Esta semana, cuando en China ejecutaron al colombiano Ismael Enrique Arciniegas, su hijo dijo: “¿los que aprueban la pena de muerte nunca han cometido errores? Mi padre tenía muchos valores, era una persona de bien que se equivocó”. Por supuesto que la ley es para cumplirla y quien delinque tiene que recibir la sanción prevista. Pero en Colombia no hay penas perpetuas y cuando se recobra la libertad la sociedad debería garantizar el pleno ejercicio de los derechos de quienes en medio del entorno más hostil, pueden dar ejemplo de solidaridad, fortaleza y tenacidad por ser capaces de rehacer su vida desde las cenizas.
Para todas, incluyendo a las que viven y trabajan en la cárcel, un feliz Día de la Mujer.
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