No creo que las cárceles sean un espacio de resocialización. Aunque conozco esfuerzos como el que viene adelantando la Cárcel de Mujeres de Manizales para desarrollar proyectos productivos con las internas, en general los centros penitenciarios son lugares de castigo físico y psicológico en los que las personas pierden meses o años de vida que podrían dedicar a actividades de servicio social, útiles para ellas y su entorno. Así como desaparecieron el cepo, la hoguera y la decapitación, confío en que en un futuro desaparezcan también las cárceles.
Dicho lo anterior, creo que en un estado social de derecho es importante cumplir y hacer cumplir las normas. De lo contrario se genera una sensación de injusticia, impunidad y burla a la ley. Si un juez condena a una persona a pagar una pena en la cárcel, pues así debe ser. Que algunos internos privilegiados por su poder o sus contactos políticos obtengan beneficios o lujos refuerza la idea de que la cárcel es solo para los de ruana: una persona humilde, condenada por ejemplo por microtráfico, no tiene muchas opciones para delatar a otros, negociar con el Estado, obtener rebajas o lograr indultos.
El regalo de Navidad que el presidente peruano Pedro Pablo Kuczynski le dio a su país el 24 de diciembre fue el indulto al delincuente Alberto Fujimori, quien había sido condenado a 25 años de cárcel por ser el autor intelectual de las masacres de Barrios Altos y La Cantuta, cometidas por un grupo del Ejército. Su prontuario incluye además condenas por el secuestro del empresario Samuel Dyer Ampudia, del periodista Gustavo Gorriti y peculado, apropiación de fondos públicos y falsedad ideológica.
Pese a todo esto, Kuczynski indultó a Fujimori argumentando razones humanitarias en razón a su estado de salud, tan solo tres días después de que se salvara de ser destituido por el Congreso de su país. Se salvó por la sospechosa abstención de los fujimoristas, que lucían hasta ese día como sus enemigos políticos. Con razón el premio Nobel Mario Vargas Llosa, en su columna en El País de España, tildó la decisión de Kuczynski de infame traición. Porque aunque los partidarios de Fujimori se encargaron de hacer circular las imágenes del condenado, demacrado y postrado en una cama de hospital por enfermedades coronarias y digestivas, fueron muchos los que vieron allí una farsa acolitada por la corrupción de algún médico: Fujimori es un peligroso estratega político que buscó conmover con su hospitalización, y no un hombre gravemente enfermo. El indulto obró el milagro: su rostro agonizante hasta hace pocos días tiene ahora una expresión de júbilo y su pronta salida del hospital se da por descontada.
Otra condenada que recibió recientemente beneficios jurídicos por su supuesta enfermedad es Enilce López, conocida como La Gata. Ella fue condenada a 37 años de prisión por el homicidio del vigilante Amaury Fabián Ochoa Torres y por vínculos con el paramilitarismo. Desde su detención logró una cama en la Clínica Reina Catalina de Barranquilla, en donde le diagnosticaron depresión y desnutrición por anorexia, entre otros males. Luego de varios años de hospitalización, hace pocos días un juez de Barranquilla accedió a su petición de casa por cárcel, argumentando que los largos períodos en las clínicas generan riesgos de infección.
Veo las fotos de Fujimori y La Gata en sus camas de hospital y pienso en el exdiputado del Partido Liberal Ferney Tapasco González, condenado entre otros delitos por ser el autor intelectual del crimen del periodista Orlando Sierra Hernández, del que este mes se cumplen ya 16 años. Tapasco fue capturado a finales de 2015 para enfrentar una pena de 36 años 3 meses y 1 día de prisión. Hasta hace poco tuvo más de tres meses de clínica por cárcel debido a un dolor lumbar que no le impidió recibir múltiples visitas durante su hospitalización, según contó LA PATRIA. Finalmente el 23 de diciembre regresó a su celda para continuar pagando su deuda con la sociedad.
Por la deuda con la clínica, fruto de su prolongada hospitalización, no hay hasta ahora quién responda.
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