Hace muchos años mi familia le perdió el rastro a mi tío abuelo Gustavo Álvarez Villegas, quien se fue para Venezuela en los años 60, cuando irse allá era como llegar a Miami. Durante una época lo que hoy se conoce como “el sueño americano” fue “el sueño venezolano”.
El tío Gustavo enviaba cartas acompañadas de encomiendas muy esperadas: llegaban dulces, muñecas, neceseres. Una vez mandó la decoración del pesebre. Tenía un almacén en Caracas y gozaba de la prosperidad de un país que vivía del petróleo. Pero en esa época no había celulares ni Facebook ni correo electrónico y llamar a larga distancia costaba una fortuna. Venezuela quedaba muy lejos y en algún momento las cartas dejaron de llegar.
Así como se perdió el rastro del tío Gustavo, en algún momento se embolató también “el sueño venezolano”. El hermano país, como dicen en la tele, recibió durante años a miles de colombianos que buscaron allá un futuro en petrodólares. Pero con el arribo de Hugo Chávez al poder en 1999 el interés migratorio declinó y luego se invirtió, hasta llegar a lo inimaginable: hoy muchos venezolanos se ilusionan con “el sueño colombiano”.
Hace poco estuve en La Guajira, un departamento que siempre ha alojado venezolanos. No obstante el tema de conversación más común con taxistas y pescadores es que ahora hay muchísimos más. Basta ver las placas de los carros. Conocí a un abogado que ahora sobrevive vendiendo manillas en el malecón a $3.000 y a otro que vende gasolina en galones que ubica en una esquina del mercado nuevo: 6 litros por $5.000.
Para no ir lejos, acá en Manizales también son una realidad. Tienen un grupo en Facebook, otro en Whatsapp, y espacios de contacto en los que se ayudan mutuamente para temas que van desde trámites para legalizar su estatus, giros de dinero y búsqueda de empleo, hasta nostalgias gastronómicas:
- ¿Por casualidad alguien sabe si aquí en Manizales hay ventas de hamburguesas venezolanas estilo Caracas? O sea tipo titanic, la voladora, la diabla…
- Sí, en Los Alcázares hay un pana de Barquisimeto.
- En Villamaría la panadería El Glotón vende pan canilla, cachitos, minilunch, tostadas dulces.
- Recomiendo las arepas venezolanas de la Alta Suiza.
- ¿Alguien sabe dónde venden golfeados?
A diferencia de Venezuela, Colombia no tiene una tradición inmigrante. Mientras en el Siglo XIX, luego de la independencia, Venezuela abrió sus fronteras a haitianos, cubanos, dominicanos, alemanes, holandeses, italianos, portugueses, chinos, japoneses y un largo y variopinto etcétera, en Colombia la posición fue distinta. Cuenta la profesora María Angélica Gómez Matoma que nuestro país decidió que la inmigración debía ser de europeos “con quienes se garantizaba buena índole, hábitos de subordinación y amor al trabajo”. En 1887 se prohibió la “importación de chinos”.
Creo que en algunas personas persiste algo de ese sesgo discriminador que ve la inmigración solo con fines de blanqueamiento racial o de oportunidad de negocio. Se abren las puertas a los venezolanos que salieron de Pdvsa y llegaron a Colombia como celebridades del jet set, pero se mira con recelo a quienes llegan a buscar trabajo, lo cual no deja de ser bastante miope: botamos corriente con la internacionalización, pero cuando lo internacional cruza la frontera entonces nos asustamos.
El próximo 24 de septiembre Alemania irá a las urnas para elegir canciller y el debate electoral se ha centrado en la política migratoria de ese país. Ángela Merkel abrió las fronteras alemanas a los refugiados que llegan de Siria y África, luego de travesías que incluyen hacinamiento, tráfico humano y muerte. Si en la época de la Segunda Guerra Mundial Alemania provocó uno de los mayores desplazamientos forzados de los que se tenga noticia, 70 años después el péndulo está en el otro extremo: hoy Alemania tiene una sólida política para inmigrantes y es el destino soñado por miles de expulsados de distintos países, que no son bien recibidos en otras naciones europeas.
Nos conmovemos con las imágenes de los africanos que cruzan el Mediterráneo con la vida empacada en un morral, pero nos sobra indiferencia y pasividad con la llegada de los vecinos venezolanos, que durante décadas acogieron a miles de colombianos. El Estado, nacional y local, podría ser mucho más proactivo para facilitar la acogida integral de refugiados. Y todos en general podemos ayudar a construir espacios para la inclusión, empezando por el lenguaje.
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