En la pasada Feria del Libro de Manizales le oí decir a la escritora Pilar Quintana que en este país se oyen muchos exabruptos en defensa de los niños. Lo dijo al expresar su desacuerdo con el nuevo decreto presidencial que prohíbe el consumo de dosis personal de droga, bajo el argumento de que ya los niños no pueden disfrutar los parques porque supuestamente están plagados de marihuaneros.
La idea me quedó dando vueltas en la cabeza y creo que Pilar tiene razón: “la defensa de los niños” se ha vuelto todo un subgénero, un comodín que al igual que “la defensa de los valores” (¿cuáles?) se convirtió en un lugar común para intentar volver obligatorias para toda la sociedad visiones de mundo retardatarias, usando como escudo la cara angelical y tierna de los niños. Si usted pone bajo el filtro de la sospecha la frase “en defensa de los niños”, cada vez que alguien plantea una prohibición o limitación de una libertad o derecho, notará que con frecuencia puede reemplazar “los niños” por “las ideas godas” y las verdaderas motivaciones de la iniciativa se entienden mejor: es en defensa de las ideas godas y no de los niños que Duque penalizó otra vez la dosis personal.
Algunos ejemplos de esa presunta protección de los niños, que como mamá me molestan, pueden ilustrar lo que digo: con la excusa de la defensa de los niños hay quienes salen a marchar para oponerse a que en los colegios se ofrezca educación sexual que incluya información sobre métodos anticonceptivos y sobre personas de los sectores LGTBI, como si el embarazo adolescente, las enfermedades de transmisión sexual y el bullying o acoso a los estudiantes gais no fueran temas relevantes, o como si el suicidio juvenil no tuviera ninguna relación con estos asuntos.
En defensa de los niños hay quienes se oponen a que parejas del mismo sexo puedan adoptar, aunque haya casi 12.000 niños y jóvenes en Colombia esperando un hogar que decida acogerlos y brindarles amor.
En defensa de los niños se prohíbe el aborto y se plantea como solución que cuando los niños nazcan se entreguen en adopción. Pero si la pareja que los va a adoptar es gay entonces no vale.
En defensa de los niños hay quienes justifican las pelas, las nalgadas y el castigo físico a los hijos, aunque los psicólogos en todos los tonos alerten sobre las secuelas que esa violencia doméstica genera a largo plazo. Con oídos sordos los defensores de los correazos dicen: “así me educaron a mí” o “es por su bien”.
En defensa de los niños hay promotores de la cadena perpetua contra violadores y abusadores de menores, que usan casos emblemáticos como los de Garavito o Rafael Uribe Noguera para hacer populismo punitivo. Sin embargo no usan el mismo tono airado para condenar las denuncias por abuso y acoso sexual que involucran a miembros de la iglesia, en donde lo usual es que estos casos se manejen discretamente, sin denuncias de tipo penal, generando un clima de impunidad que, como lo saben los expertos en política criminal, es el principal caldo de cultivo para el delito: no es la falta de penas duras sino la impunidad la que propicia los abusos.
En defensa de los niños hay interesados en prohibir el uso de celulares en los colegios, bajo el argumento de que los estudiantes no ponen cuidado en clase. Los expositores de esta tesis piensan que todo tiempo pasado fue mejor. Si los promotores de la mano dura no escuchan a los expertos en política criminal que se oponen a la penalización del consumo de droga y a la cadena perpetua, mucho menos van a oír a los pedagogos que han identificado distintas formas de utilizar las pantallas en clase para sacarles mayor provecho.
Pienso que si de verdad el conservadurismo, que por acá es legión, defiende tanto a los niños, debería dejar de usar eufemismos: quitarse el disfraz y abstenerse de poner a los niños como escudo para esconder o justificar su intención de imponernos sus preceptos, muchas veces con trasfondo religioso.
Defender a los niños es no utilizarlos. Lo demás son faltas de respeto.
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