Tuve la oportunidad de ver recientemente El Congal, Guerreros sin armas, documental realizado por Esteban Hoyos Jaramillo, Ricardo Giraldo Aristizábal y María José Uribe, estudiantes de Comunicación Social de la Universidad de Manizales que apenas empezaban el colegio cuando el 19 de enero de 2002 las Autodefensas Unidas del Magdalena Medio, al mando de Ramón Isaza, incendiaron las casas de la vereda El Congal, en Samaná, y obligaron a 54 familias a abandonar sus parcelas.
Los campesinos desplazados ya habían sido víctimas del Frente 47 de las Farc, que al mando de Karina dominó durante los años 90 buena parte de la zona rural del oriente de Caldas. Y antes de Karina habían padecido el empobrecimiento generalizado como consecuencia del fin del Pacto Cafetero y el desplome de los precios internacionales del grano.
“Los paramilitares llegaban al filo de aquella montaña. Se ponían a hacer tiros al aire y luego los guerrilleros que estaban en aquella otra respondían. Ahí empezaba el tiroteo. Nos tocaba lanzarnos por la cañada, muertos de miedo”. Así recuerda para el documental Daniel Antonio Betancourt la zozobra que padeció junto con su esposa Ana Feliz Herrera. Con más de 60 años, padres de 14 hijos y ya con nietos, tuvieron que salir huyendo de El Congal para refugiarse en Bogotá. “Añorábamos la tierra, la casa, todo. Es que nosotros somos de acá”, dice Ana Feliz a la cámara.
Si uno pregunta cuánto tarda el viaje desde Manizales hasta El Congal la respuesta más frecuente es: “depende”. Algunos hablan de 9 horas y otros de 14. Depende del carro, del clima, de si llovió, de si va en chiva o en Willys, de si hay transporte, de si ha habido recientemente maquinaria haciendo mantenimiento en la vía. Pero ya no depende de si hay retenes o de si los grupos armados dejan continuar el viaje desde Pensilvania a Florencia y de Florencia a El Congal. Esa época oscura ya pasó.
El Congal queda cerca de la Selva de Florencia, en donde hubo cultivos ilícitos. Está al norte de Samaná y al oriente del corregimiento de San Diego, cerca de los límites con Antioquia, en una zona que estuvo sembrada de minas pero ya no. Según la Dirección para la Acción Integral contra Minas Antipersona de la Presidencia de la República el 99% quedó desminado. Un alivio para quienes han empezado a retornar luego de años de destierro.
John López Marín, presidente de la Junta de Acción Comunal, dice que en los 90 El Congal era el centro de otras veredas. Hacían convites y celebraban la Navidad. Luego todo cambió: “la región estuvo desolada 14 o 15 años. Sola. Todo esto quedó abandonado y enmontado hasta que más o menos en 2014 surgió la idea de regresar”.
Poco a poco las 54 familias han ido retornando. Tumbaron maleza y empezaron otra vez a cultivar. Volvió Islén Betancourt, que desde hace 17 años reporta a un hermano como desaparecido. “Se lo llevó la guerrilla y nunca más se supo de él”. También regresó el músico Rodrigo Londoño y Leonilda López, quien huyó embarazada por un desfiladero para salvar su vida. Retornaron los campesinos José Darío Herrera y Duberney Marín Betancourt, entre otros, que cada vez son más.
Vivieron desplazados en Florencia, Pensilvania, Manizales, Bogotá, Medellín, luego de que los paras les quemaran las casas. Todos anhelaban volver, aunque parecía imposible mientras los grupos armados ilegales siguieran siendo eso: armados e ilegales. Hoy con las Farc sin armas y próximas a ser partido político, la confianza en el regreso sí es posible, siempre y cuando no revivan los grupos paramilitares.
El Registro Único de Víctimas del gobierno nacional reportaba hasta este viernes que en Caldas van identificadas 90.133 víctimas del conflicto armado, de las cuales 15.794 fueron personas asesinadas o víctimas directas de desaparición forzada.
Hace algunos meses me llamó la atención la frialdad con la que el país registró la concentración de los guerrilleros de las Farc en las zonas veredales. Esta semana la indiferencia se repitió ante la entrega de armas de las Farc a los delegados de la ONU, como si no fuera la noticia más importante de este siglo en Colombia, o como si la guerra no hubiera ocurrido aquí, en este departamento y hace menos de una década.
Mientras desde las capitales algunos critican esta paz imperfecta, con la furia y la velocidad de las redes sociales, aquí en Caldas 54 familias humildes, campesinas, sin Twitter, rehacen sus vidas como resultado concreto de este proceso de paz, que ya logró un hito histórico: las Farc dijeron adiós a las armas. Y hay jóvenes que se interesan por documentar esa memoria.
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