Con su decisión sobre el aborto, la Corte Constitucional me devolvió este miércoles la esperanza en las instituciones colombianas.
En esta columna me he opuesto a la pena de muerte y la cadena perpetua y he defendido el derecho de las parejas del mismo sexo a casarse y adoptar, el estado laico, la despenalización de las drogas y otras libertades individuales que escandalizan a algunos y a mí me generan frustraciones en medio de este entorno conservador.
Leer prensa puede ser un viaje al pasado: matan líderes sociales, el presupuesto para ciencia, tecnología y cultura es ínfimo, avanza a pupitrazo un aumento en el período de los alcaldes, que solo alegra a quienes participan de la contratocracia, y los policías requisan muchachos para decomisar marihuana.
Pero a veces llegan buenas noticias. Desde 2006 la Corte Constitucional permite abortar en 3 casos: violación, malformación del feto o peligro para la salud física o mental de la mujer. Esta semana se discutió si debía restringirse ese derecho hasta la semana 24 del embarazo. La Corte dijo que no.
Los políticos enredan estos temas entre el cálculo electoral y la intención de convertir los preceptos religiosos en normas obligatorias para todos. Eso pasó hace poco en Argentina. Por suerte para nosotros, acá fueron jueces y no políticos los que estudiaron el caso. A los 6 magistrados que ratificaron que el aborto es un derecho sin límite temporal les digo: ¡muchas gracias!
Esta garantía no aumenta el número de abortos: solo evita los riesgos médicos de la clandestinidad. Escribo médicos porque los psicológicos siguen ahí. El aborto es tabú hace siglos, se practica en secreto, soledad e incomprensión. Contrario a lo que piensan quienes creen que se aborta por deporte, no conozco a alguna que haya abortado feliz.
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