Este martes se celebró el Día Mundial de la Radio. Me di cuenta desde muy temprano por Twitter, el medio que muchos consultamos a diario desde el celular, tan pronto abrimos los ojos, para enterarnos de lo que ocurrió mientras dormíamos. La etiqueta #DíaMundialDeLaRadio fue tendencia todo el día y la cantidad de mensajes en redes sociales confirmaron lo que ya se sabe: que Internet no acabó con la radio, como tampoco lo hizo en su momento la televisión. Aunque hoy mucha gente se informa por la web, Colombia sigue siendo un país profundamente radial.
De los primeros recuerdos que tengo de mi infancia es el de mi abuelito Javier recostado en su cama a la hora de la siesta, fumando mientras escuchaba a Montecristo en una grabadora enorme. Había que hacer silencio absoluto para que no se perdiera ningún chiste. Mi abuelita Raquel también oía mucha radio: era fan de Baltazar Botero y sintonizaba por la tarde un programa que se llamaba “La hora santa”. En su cocina siempre estaba el radio encendido.
A mis abuelos les gustaba lo que hoy se llama “radio hablada”, pero en mi casa las tardes, después del colegio, la banda sonora era lo que tuviera en el dial la empleada de turno. Con Blanca Lilia oíamos las aventuras de Kalimán y Solín, y después de eso seguía un programa que se llamaba Vespertina Pampera, de puro tango y milonga de arrabal, intercalado con Julio Jaramillo y otros intérpretes del mismo estilo. Música depresiva, diría mi mamá.
Blanca Lilia fue la única con esos gustos. Las demás oían a Pimpinela, Amanda Miguel, Yuri, Camilo Sesto, El Puma y Franco de Vita, mientras planchaban la ropa. A ellas y al infaltable radio de esas tardes de los 80 les debo mi primera educación musical, con el perdón de todos ustedes.
Luego ocurrió una especie de milagro: en la radio de Manizales empezó a sonar música americana, que era el término genérico empleado para todo lo que se cantaba en inglés. Decíamos “rock” pero eran pop y baladas. La música de plancha en inglés sonaba más cool. Ondas del Nevado la programaba en fin de semana y entonces alistábamos casetes para grabar lo que de otra forma no se podía conseguir. En un mismo espacio podían sonar Abba, Air Suply y Falco. Daba lo mismo: cantaban en inglés. Grabábamos y a veces, en medio de la canción quedaba el jingle de Ondas del Nevado, un sello de esa época.
Veracruz amplió la posibilidad de oír rock en inglés, y también en español, al resto de la semana. Aunque era una emisora musical Felipe Arias condujo “los mensajes y la noche”, un programa en el que una juventud sin mail, celular ni whatsapp se enviaba mensajes de todo tipo a través de las ondas hertzianas: era la radio cumpliendo el rol de Celestina.
En algún momento dejé las emisoras musicales, aunque no del todo, para pasarme a vivir a las noticiosas. Así como el amor, que es eterno mientras dura, yo le he sido fiel por temporadas a Yamid, a Gossaín, a Arizmendi, a Julito. Ahora oigo a Yolanda, Espinosa y su equipo, aunque hago zapping para escuchar las emisoras locales. En esas incluyo a UM Radio 101.2 FM, en donde todas las tardes, de 5:00 a 6:30, soy feliz en una cabina en la que tengo la fortuna de vivir desde adentro eso que llaman “la magia de la radio” y que consiste en tener charlas amenas, de interés público, en caliente, como diría McLuhan, sobre temas variopintos, haciendo un esfuerzo enorme para que los oyentes no se den cuenta de los errores, los cortes abruptos, las llamadas que se caen, los cambios de plan de último minuto por el invitado que no contesta el teléfono a la hora acordada, las metidas de pata y las improvisaciones que todos los días es necesario hacer.
De vez en cuando he hecho el ejercicio de oír emisoras remotas a través de internet, pero prefiero los podcast de sitios web como Radio Ambulante. Sin embargo, mi rutina informativa cotidiana, la que repito a diario, consiste en entrar a Twitter tan pronto me despierto para ver qué ha pasado; después reviso las páginas web de algunos medios y leo columnas de opinión. En ese ejercicio me gasto un buen rato. Cuando termino hago lo de siempre… lo que he hecho durante más de 20 años: prendo el radio, salgo de la cama y empiezo el día con la dulce compañía de voces íntimamente cercanas que me acompañan con intermitencia a lo largo de la jornada. Voces amigas, aunque no conozca a quienes están al otro lado del micrófono.
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