Gracias a mi trabajo en la Universidad de Manizales esta semana tuve la oportunidad de visitar la Universidad de Ohio, con la que tenemos vigente un convenio de cooperación. Sería larga la lista de cosas que aprendí durante esta visita, pero hubo una conversación en particular que me interesa compartir.
En la charla que tuvimos con el decano de la Escuela de Comunicación él nos dijo que como las cosas buenas de su universidad se aprecian a simple vista (es verdad, se trata de un campus espectacular), quería entonces mostrarnos la otra cara de la moneda, los asuntos que lo inquietan como directivo académico, y habló de dos temas: la polarización política y las agresiones sexuales.
A raíz de las últimas elecciones y del gobierno de Donald Trump, se ha evidenciado en todo el país una enorme polarización de la que, por supuesto, los estudiantes y profesores de su universidad no son ajenos. Contó que cuando Trump vetó el ingreso a Estados Unidos de personas procedentes de siete países del medio oriente, de manera espontánea algunos estudiantes escribieron grafitis de apoyo a la multiculturalidad, pero otras personas escribieron encima mensajes racistas.
Este hecho, que puede ser una anécdota, motivó una reflexión en la universidad sobre cómo trabajar para garantizar la libertad de expresión en medio de un ambiente polarizado, con personas de ideas muy liberales y otras que el decano no califica de derecha sino como conservadoras.
El reto, según él, es garantizar que todos puedan expresarse con respeto y que nadie sienta miedo de hacerlo, especialmente quienes pertenecen a minorías que usualmente han sido oprimidas y merecen expresarse con libertad. Lo curioso fue que al salir de la reunión presenciamos una especie de protesta que fue un buen ejemplo de lo que acabábamos de oír: en una calle del campus universitario un predicador con pancarta y parlante invitaba a seguir a Jesús y abandonar el pecado de la homosexualidad (representaba un sector radical porque también vi iglesias con la bandera gay y el mensaje de “todos son bienvenidos”), y justo al lado otro chico, con íconos de los sectores lgtbi, sostenía un cartel que decía “dios es mujer y es lesbiana”. Ambos bandos tenían simpatizantes y lanzaron frases y pequeños discursos por al menos dos horas ante un público creciente. Hubo discusión, debate, aplausos y humor. No se tiraron pasito pero tampoco hubo violencia. Vi, en cambio, un ejercicio de confrontación con el que piensa distinto que me llamó la atención, porque siempre es más fácil sentarse con el que piensa igual que uno a criticar al que está en la otra orilla ideológica, en vez de exponer las ideas propias al contradictor y soportar las réplicas.
El segundo tema que el decano presentó como un asunto inquietante fue el de las agresiones sexuales. Dijo que en las primeras tres semanas de clases de este semestre se reportaron seis ataques sexuales en su universidad, que tiene 24.000 estudiantes, y que esa cifra es similar a lo que antes podría reportarse en todo un año. Todas las víctimas fueron mujeres. Desconocen si el incremento en los casos denunciados corresponde a que en realidad ha habido más ataques, o a que hoy las mujeres sienten más confianza para denunciar.
El decano contó que tienen una estrategia para que todos los miembros de la comunidad académica sepan cómo reportar agresiones y de hecho hay calcomanías en muchas partes del campus, con teléfonos en los que cualquier persona puede informar situaciones sospechosas. Además la Universidad está promoviendo campañas para que los estudiantes aprendan a cuidarse entre ellos y a identificar situaciones de riesgo.
Hace muchos años le escuché decir a un experto en planeación estratégica que la calidad de las organizaciones se mide por la calidad de las conversaciones que tienen sus miembros. De acuerdo con él, los temas sobre los que se habla en las reuniones permiten identificar si una organización es cortoplacista o está pensando en el largo plazo; si es endogámica o si está conectada con su entorno. Parodiando el refrán, sería “dime de qué charlas y te diré quién eres”. El experto partía de una hipótesis: en las organizaciones es común atender urgencias y aplazar o evadir las conversaciones sobre los asuntos realmente importantes.
Manizales es una ciudad universitaria. Entre nosotros también hay fracturas políticas y acosos sexuales. En eso nos parecemos a Athens, la ciudad sede de la Universidad de Ohio. Pero dudo que en una reunión con invitados internacionales esos temas fueran los primeros que decidiéramos abordar. Nuestras conversaciones delatan nuestras prioridades, urgencias y expectativas.
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