Esta semana hubo una pequeña polémica en Twitter porque tres arquitectos colombianos ganaron un premio en China y no fueron noticia. Uno de ellos se quejó diciendo que si hubiese llevado coca y estuviera sentenciado a muerte al menos le habrían hecho una entrevista. A raíz de su comentario le llovieron mensajes de todo tipo: desde felicitaciones hasta acusaciones de provinciano por pensar que ganar un premio al otro lado del mundo es mejor que recibirlo acá. Hubo quienes le dieron la razón, argumentando que la sociedad sí necesita referentes inspiradores para los jóvenes, y otros más le dijeron que en vez de lamentarse contara de qué se trata el premio, pues los periodistas no somos adivinos.
A riesgo de parecer muy provinciana, yo sí estoy muy feliz con otro premio que se ganó por allá en el lejano oriente un paisano nuestro: Jung Hun Lee, fundador y director general de la Semana de la Música de Seúl en Corea del Sur, anunció este lunes que el premio “a toda una vida” que entrega Red Mundial de Mercados de la Música será este año para Octavio Arbeláez Tobón, quien recibirá el galardón en octubre.
Me alegran mucho los reconocimientos que se dan en vida y me parece una feliz coincidencia que este homenaje llegue en el año en que el Festival Internacional de Teatro de Manizales celebra sus 50 años de vida próspera y provocadora, aunque hacer el festival sea cada vez más difícil.
Octavio es reconocido en Manizales por ser el alma del Festival de Teatro, pero su trabajo como gestor cultural es mucho más amplio e incluye acciones con Latinoamérica, Europa y África: desde Medellín dirige Circulart, el mercado latinoamericano de la música que fundó hace unos años; es el director del Festival Internacional de las Artes de Costa Rica, y fue creador de Mapas, el Mercado de las Artes Performativas del Atlántico Sur que tiene como sede Tenerife, en las Islas Canarias.
Digo que Octavio se ganó un premio en el lejano oriente con el ánimo de resaltar algo que considero fundamental en su trabajo cultural y que es, a mi modo de ver, el gran aporte del Festival de Teatro a Manizales: volver cercano lo que está lejano; traer a esta ciudad artes escénicas creadas en otras latitudes, inalcanzables para el ciudadano común. Es decir: ponernos en contacto con el mundo, que es lo contrario de ser provincianos.
Hoy termina el Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá luego de dos semanas de programación y dos noticias asociadas a este evento me hicieron pensar en Octavio. La Revista Arcadia le dedicó un único artículo al Festival: tres páginas sobre el dramaturgo y director argentino Rafael Spregelburd, a quien consideran una de las propuestas más interesantes en esta versión del Iberoamericano. Pensé en Octavio porque Spregelburd vino por primera vez al Festival de Teatro de Manizales hace ya 20 años. Acá siempre hemos tenido la fortuna de poder ver en escena las propuestas emergentes gracias a su curaduría.
La otra noticia fue una imagen triste: el crítico Luis Fernando Afanador publicó una foto del teatro Julio Mario Santodomingo prácticamente vacío durante el estreno Symphony of Sorrowful Songs, del Ballet de la Ópera de Ljubljana, la última obra dirigida por el aclamado dramaturgo esloveno Toma¸ Pandur, quien falleció hace dos años.
Vi la imagen y pensé que las salas del Festival de Teatro de Manizales normalmente se llenan porque los precios de la boletería lo permiten. Luego pensé que quizás en épocas de Fanny Mickey no hubiera sido posible que un espectáculo de esa naturaleza se quedara sin público en Bogotá. Difícil saberlo, pero es evidente que el Iberoamericano ha sufrido cuestionamientos y dificultades para mantenerse a flote tras la ausencia de su creadora.
Octavio, ya lo dije, es la tras escena de nuestro Festival de Teatro de Manizales. A él le agradezco la emoción por haber podido ver la belleza inolvidable de la danza de Deborah Colker y el teatro profundo de Malayerba o La Zaranda. Por tomarse la tarea de buscar año a año la plata escasa para hacer el Festival y llenarse de paciencia para explicarle a burócratas, que lo único que han visto en teatro es Suso el Paspi, por qué es importante financiar la traída de grupos internacionales y no solo programar conciertos de vallenato, despecho y reguetón que cualquier persona puede escuchar en su radio. Y encima aguantar las críticas de gente que nunca compra una boleta y sin embargo se atreve a comentar: “el Festival ya no es lo que era”.
Me gusta que homenajeen a Octavio Arbeláez Tobón en Seúl. Me gustaría también que Manizales, el sector público y privado, lo homenajeara dándole más apoyo a un Festival que se hace con las uñas, y también con amor.
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