¿Para qué los libros?
Señor director.
Dos anécdotas que ilustran la “decadencia” del libro.
Cuando Cosmitet tenía su sede en Palermo, se dejó a propósito en uno de los muros al iniciar la escalera de ingreso un libro y una moneda de $50 pesos. A la media hora de regreso faltaba la moneda y el libro estaba ahí.
Algún día, para medir la motivación y el hábito por la lectura y el afecto por los libros, por sugerencia de un docente, ingresé a una institución educativa dizque a vender libros de mi autoría. Efectivamente, muy animados, formales y hasta motivados, “vuelva mañana”, claro que sí. ¡Qué inocentada y qué pérdida de tiempo! Todos corrían a esconderse, pero uno, el menos ágil, el más sincero, al verse “pillao” manifestó que no iba a comprar libros, porque no le gustaba leer. Desde luego que estoy hablando de los proletarios de la literatura, de los neófitos, de los desconocidos, de los donnadies (según E. Galeano).
¡Qué encarte es haber nacido con este virus de la literatura para quienes no tenemos la vocación de andar mendigando ayudas y no pertenecemos a las roscas de los elegidos, los consentidos, los privilegiados!
El valor de un libro y el amor por la lectura se enseñan en la casa, se refuerzan en la escuela y se cultivan toda la vida. Los libros eran recursos fundamentales en los aprendizajes. Se leía, se interpretaba, se hacían resúmenes, exposiciones, se presentaban informes que debían sustentarse y ser compartidos con los estudiantes. En tal razón, el libro era una un recurso y una herramienta imprescindible para un buen aprendizaje.
Las bibliotecas, eran lugares respetables, eran los templos del saber, centros sagrados como depositarias de los conocimientos, eran lugares de respeto y mucha reverencia.
Se aprendían poemas y textos de autores caldenses, colombianos, latinoamericanos y universales tanto en prosa como en verso. Se leían los clásicos y disfrutábamos de la belleza literaria de estas joyas que definitivamente nos sirvió de acicate para saborear esos dulces manjares que degustábamos con tanto placer y de ahí que tratamos muchos de emular con limitaciones a aquellos grandes maestros que llenaron la tierra de una insuperable belleza literaria.
Estamos en crisis, la lectura es una de ellas. El libro ya no hace parte de la vida cotidiana, fue desplazado por las tecnologías modernas dándole “cristiana sepultura”.
Cordialmente
Elceario de J. Arias Aristizábal
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