Una visión sin matices
Señor director:
La Real Academia Española (RAE) define la palabra fanatismo como “apasionamiento y tenacidad desmedida en la defensa de creencias u opiniones, especialmente religiosas o políticas”. Con el fanatismo no es posible pensar y expresarse con libertad. Por eso Voltaire dice que “cuando el fanatismo ha gangrenado el cerebro, la enfermedad es casi incurable”, porque el fanático no acepta otras opiniones; lo que él piensa y cree es lo válido. Son mentes cerradas. El escritor israelí, Amos Oz, decía que “la esencia del fanatismo reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar”. Winston Churchill señala que el fanático es “alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema”. Su pensamiento no está sometido a la duda, sus ideas son paupérrimas, y repiten sin fatigas lo que emiten sus figuras idealizadas. Es una pasión desbordada, y defiende con obstinación una causa religiosa, una posición política, un equipo deportivo, o a cualquier individuo o cosa que idolatren.
Hace poco el escritor británico de origen indio Salman Rushdie fue atacado mientras participaba de una conferencia en New York. Fueron 10 puñaladas que casi apagan su vida.
Eric Hoffer decía que “una persecución que es despiadada y persistente sólo puede venir de una convicción fanática”. Aprovecharon entonces que Rushdie estaba inerme y se vengaron por fin del “pecado” que cometió por haber publicado en 1988 su controvertida novela Los versos satánicos. Ese libro fue recibido por los musulmanes como una ofensa al profeta Mahoma.
Hemos sido testigos, a lo largo de la historia de la humanidad, de actos terroristas que promueven las ideologías fanáticas. Aún están pegadas en nuestras retinas las imágenes atroces del nazismo, del nacionalismo, del catolicismo, del fascismo, del comunismo, y de otras formas de odiar a la diferencia, y que en estos tiempos, se niegan a morir. En Colombia, para no irnos tan lejos, hemos defendido hasta con nuestros dientes banderas que nos han llevado a inventarnos guerras sin sentido y que se han prolongado por décadas. Esto nos hace pensar que el fanatismo es un riesgo permanente, sus acciones conllevan a que la sociedad no progrese, y es común que estos profetas del sectarismo, aprovechando el vaivén de la política y la crisis de la fe, prometan un cambio seguro y una prosperidad inmediata. Se autodenominan poseedores de milagros para sanar nuestras dolencias y solo ellos saben el camino para encontrar la “verdad”.
No hay que dejarse conquistar por creencias raras o insulsas. Muchas veces exigimos pluralismo, pero nosotros mismos nos cerramos a nuestra postura sin darnos cuenta. En la diversidad está la sapiencia del universo, y es claro, que una buena educación, acompañada de tolerancia, es una coraza segura para no contagiarse de los extremos. La idea es valorar las virtudes del contrario. Esa sencilla actitud de estar siempre abierto hacia el que no opina como yo, es lo fundamental. Amoz Oz nos propone para menguar esa enfermedad, encontrarnos con la imaginación, la Literatura y más que todo con el humor, porque como él mismo dice “nunca he conocido a un fanático con sentido del humor. Nunca he visto a alguien capaz de reírse de sí mismo que se haya convertido en un fanático”.
Edwin Arcos Salas
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