El estado de madurez o adultez
Señor director:

En muchas culturas, desde tiempos inmemoriales, siempre se usa el apelativo de viejo a las personas que van o vamos llegando a una edad avanzada. Por fortuna ni el reloj ni el calendario tienen diferenciación con nadie; corre para todos, no se detiene. Es un término peyorativo decir viejo o anciano, lo cual a nadie le gusta escucharlo y causa indisposición.
Es paradójico que cuando somos niños orgullosamente damos la edad y queremos ser grandes, pero con el paso del tiempo anhelamos volver a ser niños y a nadie le gusta decir cuántos años tiene y muchas veces nos quitamos la edad, satisfaciendo el ego y dando la impresión frente a los demás de que somos invencibles, cuando interiormente nos estamos engañando.
 No debemos preocuparnos por el paso de los años, es algo imperativo; es procurar vivir de la mejor manera posible e irnos preparando para el día que ya nuestras luces se apaguen y el cuerpo por su misma naturaleza, concepción y estructura culmine su tránsito. Sufrir y tratar de oponerse a la realidad nos causa mayor angustia existencial, dejando de vivir por colocarnos las ataduras que nos flagelan.
Cada quien que se marcha a la eternidad en nada los afecta o los molesta, no lloran ni ríen, el tiempo sigue su rumbo como si nada fuera, los que pasamos somos nosotros cual golondrina que gime por la lluvia, para luego también morir en ella.
Alvaro Alzate Ussma.


La prudencia
Señor director:

El doctor Jorge Raad Aljure se expresó sumamente bien en la columna del 26 de marzo. Habló del catecismo y de la catequesis y analizó aspectos importantes de la prudencia.
El filósofo francés Jacques Maritain, auditor laico en el Concilio Vaticano II, definió o describió la prudencia en estos términos, palabras más, palabras menos: “Reina de las virtudes morales, noble y hecha para mandar porque dirige nuestros actos a un fin último que es Dios, soberanamente amado”.
Atentamente,
Observador católico

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