A propósito de finalización del año escolar
Señor director:
La Escuela, y digo Escuela en sentido genérico, universal como el lugar donde se gesta el ADN social, ético y comportamental del ser.
La pedagogía tradicional se mueve en razón a unos contenidos, al saber, al aprender para presentar una evaluación y así poder avanzar en la escala diseñada desde párvulos hasta doctorados, así este saber no garantice calidad académica ni mucho menos la excelencia de ser humano que se forma.
Este modelo en el que aún están amañados muchos docentes, es una competencia por el conocimiento, por un plan de estudios que se debe cumplir a todo costo y además que debe ser asimilado y aprendido en una etapa definida por el mismo proceso, ni antes, ni después ya que los presaberes no cuentan y lo más triste es que si aprendió después de la evaluación planeada no aprendió, no cumplió y como tal el mismo sistema lo reprueba.
Me cuestiona este modelo deshumanizante de la educación que campea indolentemente las aulas escolares.
Para qué sirve un conocimiento mediado por reglas, por órdenes, por imaginarios rígidos que solo conducen a la pedagogía de la trampa, de la mentira, del sálvese quien pueda, generando conductas de rivalización, de egoísmo, "del mejor y excelente" solo basado en las respuestas que da a una evaluación así sea producto del fraude, de la copia pues muchos trabajos son mandados a hacer por fuera del hogar y de la escuela sin ninguna participación del estudiante, sin ninguna mediación de aprendizaje: solo cumpla y no tiene nada más que hacer, eso sí, preséntenlo bien hermoso; un análisis completo, exhaustivo así lo haya realizado un experto pero que una vez usted lo paga ya se supone que es de su autoría y esto es válido en esta sociedad del soborno y la corrupción.
Hace falta una pedagogía del amor, de la palabra, de la comunicación y del afecto.
Un docente que es capaz de dejar para otro día su tema para dedicarse, ahora, con su grupo a una misión de rescate de los compañeros que no se integran, que les da pena hablar y participar; hace falta un aula de convivencia desde la solución de problemas y no precisamente de la ciencia, la tecnología y el mundo sino de los problemas que agobian a los niños, a las niñas y adolescentes que en el mismo entorno de la escuela no tienen voz, no tienen camino; un aula sin tanta información en sus paredes pero sí con mucho e infinito amor en su esencia, en su alma. Un aula donde el objeto no sea la información sino el convivir como seres de bien, de ayuda, de respeto, de rescate de ese compañero que se aísla y esconde para, en un gesto de compañerismo humano, entender que allí en ese corazón hay un tesoro escondido, un infinito poder sin descubrir, sin afirmar; un ser que, si la Escuela sigue en esta indiferencia, se perderá en más silencios y olvidos o un ser que gracias a una Escuela movida por la pedagogía del descubrir juntos, de solucionar juntos, de ganar juntos y de acudir juntos en bien del otro, logró a través de sus acciones cotidianas de amor y de ayuda sacar a flote ese ser maravilloso que lleva dentro y que como todos los demás tiene un propósito de bienestar, de excelencia trazado desde el cielo.
Qué maravillosa es la Escuela: para muchos es el lugar donde se vivieron las más hermosas experiencias y por ello será siempre recordada.
Para otros es el lugar donde se perdió entre sombras el ser de grandeza que tenía como destino el infinito.
María Celmira Toro Martínez
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