Entre la resignación y la esperanza
Señor director:
En teoría Colombia es un país cuyo gobierno está inspirado en la democracia como la forma más justa y conveniente para vivir civilmente. La Constitución Política le otorga al pueblo un Estado social de derecho, y por eso nuestra nación cuenta con independencia entre las tres ramas del Poder Público, está descentralizada administrativamente, protege la propiedad privada y concede el privilegio a la libre asociación, a la existencia de grupos privados y a la participación en la vida política, económica y cultural; además, esta Carta Magna garantiza los derechos humanos con un marco excepcional para las minorías, respeta la libertad de prensa, privilegia al ciudadano para elegir a sus gobernantes y ejercer control político sobre ellos a través de una oposición participativa y pluralista, y dispone del plebiscito, el referéndum y la consulta popular como mecanismos de participación.
Apoyados en esta forma de gobierno y haciendo uso del derecho que nos asiste, este año hemos sido convocados a las urnas para elegir a nuestros representantes al Congreso y al jefe de Estado que habitará la Casa de Nariño a partir del 7 de agosto. Para la contienda electoral del 27 de mayo se sometieron al escrutinio público cinco candidatos que, con sus programas de campaña -como caso inédito en la historia política de nuestro país-, dieron cobertura a la heterogeneidad de intereses y necesidades de todos los colombianos. En un extremo, un pensamiento conservador, fundamentalista, y guerrerista de ultraderecha; en el otro, ideas comunistas con prácticas populistas y paternalistas, mientras que en el centro tuvimos una propuesta más sensata, social, alternativa y liberadora, en la que todos teníamos cabida y enarbolaba por las banderas de la transparencia, la legalidad, la paz, la educación y el respeto a la empresa privada. Conocidos los nombres de los dos candidatos que pasaron a la segunda vuelta, retorna la desesperanza, la incertidumbre, el descontento y la nostalgia de los más de cinco millones de ciudadanos que anhelábamos contar con un presidente que cambiara la historia de nuestro país y lo recuperara de la profunda crisis en la que se debate con la pérdida de independencia de los tres poderes y que le despejó el camino a la corrupción. Pesó más el talento para condicionar a la opinión con campañas apoyadas en la difamación, la mentira, el odio y la polarización y carentes de indulgencia para distinguir entre el bien y el mal que terminaron doblegando a los incautos e inocentes sufragantes. Capítulo aparte merecen los abstencionistas y los promotores del voto en blanco, quienes con su actitud irreverente le dijeron al país que no les interesa la problemática actual en la que se cierne y que poco valoran la riqueza natural en la que habitan.
Sin embargo, de esta jornada democrática se puede rescatar la apuesta por la paz de la mayoría de los candidatos y la incorporación a la vida civil de los exmilitantes de las desaparecidas Farc, quienes depositaron su voto por primera vez; además, se redujo la abstención, triunfaron los movimientos sociales alternativos y fueron protagonistas el voto de opinión y el comportamiento ciudadano, porque estas elecciones han sido unas de las más seguras y pacíficas de todos los tiempos. Las pretensiones de uno de los candidatos no solo de tener el control absoluto del Estado, al pretender reducir el número de senadores y representantes y así tener mayoría en el Congreso, sino también de establecer una sola Corte, pueden conducir al país a entregarle la soberanía a un cuasi-dictador que hoy es considerado el mejor elector: inició como presidente en 2002, logró su reelección en el año 2006, sentó en la silla presidencial a Juan Manuel Santos en el 2010, triunfó con el NO en el plebiscito por la paz en el 2016 y ahora, con una gran probabilidad, le entregará las llaves del Palacio a Iván Duque. Resignados a otros cuatro años de incertidumbre y de golpes certeros a la democracia, albergamos la esperanza de que los proyectos políticos de Sergio Fajardo se hagan realidad a mediano plazo y que él, coherente con los principios que lo han acompañado en su vida pública y siendo fiel a sus simpatizantes, no se venda al mejor postor y continúe liderando un movimiento liberador con el noble propósito de recuperar la institucionalidad de nuestra sufrida nación.
Orlando Salgado Ramírez - Docente
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