Los que me conocen saben de mi afecto por Javier Darío Restrepo, el maestro de la ética que falleció en Bogotá. Dos días antes habló con jóvenes periodistas en el VII Festival Gabo en Medellín, en conversación con Hernán Restrepo. Lo vi en la distancia y no quise molestarlo. Partió con su andar cansino, apoyado en su bastón, con su boina característica de los últimos años.
Tuve la fortuna de ir a una decena de talleres suyos, de compartir con él en el Consejo Directivo de la Fundación para la Libertad de Prensa (Flip) en dos momentos, de ser premiado alguna vez por un jurado del que él formó parte y, como si fuera poco, el año pasado figuré como editor de un capítulo que escribió para el libro Pistas para narrar emergencias - periodistas que informan en zonas de desastres, de Consejo de Redacción. Y digo que figuré, porque como se lo confesé luego, no iba a ser yo tan atrevido de sugerirle nada, más allá de corregir un error de teclado aquí o de una coma atravesada allá.
Con las lecciones que me legó podría escribir un libro, y tal vez algún día lo haga. Mientras tanto, escogí tres enseñanzas que me parecen principales en la manera de entender la ética en el periodismo como un asunto que nos conduzca a la excelencia. Por argumentos como estos es que Javier Darío es un tratadista que citan en el mundo entero.
Este fue un dato clave en mi proceso de ser periodista de periódico, hoy de multimedia. Porque esto tenía que ver con cómo en lugar de contar lo que sucedió ayer, no nos empeñamos en decir para qué o cómo afectará ese hecho lo que sigue. Tiene todo que ver con explicar, con aportar ideas para que no se repita algo negativo, con generar discusiones que ayuden a mejorar algo que parece definitivamente malo. Al final se trata de un periodismo útil -de soluciones también le dicen ahora-, una intención por ir más allá del mero registro y entregarle a la audiencia más elementos para la discusión. Él habla de una propuesta de lo posible, de la esperanza, una preocupación que siempre enarboló. Y qué bien que el periodismo se permita pensar ese futuro mejor, porque sembrar esperanza sí que es necesario en estos tiempos de tanto profeta del desastre. Esto, por supuesto, está atado a la siguiente lección.
Este es un importante legado como ya escribí en otro texto en el que hice referencia a El zumbido y el moscardón. Los periodistas tendemos a ver el sucio en el mantel blanco, y esta es una característica importante para no dejarnos de la ola de positivismo que abunda desde el mercadeo o el corporativismo. Igual, debemos reconocer, esta características nos conduce a veces a mostrar como gravísimas situaciones que pueden apenas ser una anécdota, cuando las contextualizamos.
Claro que hay corruptos y por montones, por supuesto que estamos llenos de líderes que piensan solo en su lucro personal, es evidente que sigue habiendo cantidad de problemas en nuestro país que muchos gobernantes prefieren ocultar, pero Colombia es también una fábrica permanente de talentosos seres humanos que se la juegan por un país mejor.
Colombianos que con creatividad, esfuerzo y poder de adaptación son muestra de tenacidad, de los valores positivos que se esperan de una comunidad. Hoy en las redes sociales esa sensación de hecatombe tiende a mostrarse más gravosa, y por este motivo toca estar alerta para siempre poner las cosas en sus justas dimensiones, y al lado de las cosas negativas valorar también las positivas. Por fortuna, estas sobran, lo que nos falta es a nosotros darles la misma importancia y Javier Darío nos insistía en hacerlo.
Esta idea sobre la que trabajó buena parte de su vida, la consolidó en La constelación ética, el libro que presentó el año pasado y en el cual advierte que si bien los marcos regulatorios ayudan, la verdad es que la ética debe aplicarse en cada momento. De esa idea suya, he ido construyendo una propuesta sobre la necesidad de hablar de una ética viva, que se defienda en los consejos de Redacción, que permee a todos los integrantes de un medio, para que siempre haya quién la defienda, que esté en el ADN de esa estructura mediática, que no es cosa distinta que la sumatoria de sus integrantes.
Sí, los códigos servirán para estipular unos principios generales, pero aterrizarlo en el día a día es lo que nos permite entender que no se trata de sacar el manual como camisa de fuerza, sino que realmente se defienden ciertas formas de hacer periodismo, con rectitud, con ética, para simplemente informar mejor, con una búsqueda de la excelencia, como la utopía, ese camino que Javier Darío nos invita a caminar en pos del ser ético.
Epílogo. Mi mayor homenaje a Javier Darío Restrepo será hacer que sus lecciones sean asimiladas por nuevas generaciones, como mis alumnos de la cátedra de ética en la Escuela de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de Manizales, una divertida clase en la que nos reímos a mares tratando de ponernos serios con los dilemas que ofrece este oficio cada día. Algo así como aprender riendo.
Desde que se instaló como Defensor del Lector de El Tiempo, Javier Darío demostró que su sapiencia estaba por encima de la media. Era un hombre de unas características que lo hicieron único, un idealista que nos supo convencer a muchos, que intentaremos seguir con su legado, mantener la utopía, que él alcanzó: practicar el periodismo como deber ser, rumbo a la excelencia.
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