Andrés Rodelo
Antes era impensable que una película como Al otro lado del viento tuviera el nivel de exposición que tiene hoy gracias a Netflix. Estar en la plataforma permite que millones de personas se acerquen a ella. Es un trabajo que se debe a sí mismo, que desecha cualquier intención de complacer a nadie más que a su director, Orson Welles. Se necesita de mucha valentía para proceder así y afrontar la producción de una película con el mero objetivo de expandir las fronteras del cine. Nada más.
Este cometido se despliega a través de la siguiente historia: Jake Hannaford, un veterano director interpretado por el legendario John Huston, prepara la realización de un proyecto titulado Al otro lado del viento, una cinta inacabada que el cineasta enseña a amigos y miembros del equipo de producción durante una fiesta.
La planificación de esta película de Welles arrancó en 1970 y se quedó varada en 1976 por falta de recursos. Problemas como este se repitieron en proyectos anteriores del director, a quien las grandes productoras no tenían en buen concepto, pues calificaban su trabajo como una amenaza para la recaudación en taquilla.
Por supuesto, el responsable de Ciudadano Kane (1941) nunca se caracterizó por someter sus intereses a los del público o a los de otra instancia, llámense directivos de estudios, críticos, etc. Con todos los tropiezos y momentos amargos de su carrera, incluso en esta última etapa de su vida tuvo claro que el arte estaba por encima de cualquier consideración. Su hoja de ruta consistía en asumir el riesgo de expresarse sin cortapisas y materializar una obra rendido a su visión, con las consecuencias buenas y malas que esto trajera.
Netflix aparece entre 2016 y 2017 cuando anuncia que terminará la película según los designios de Welles. El resultado es un delirio plagado de imágenes alucinógenas, filmado en cámaras al hombro de diferentes formatos. Secuencias vertiginosas que avanzan con energía y que se despliegan ante los ojos del espectador para fascinar o desagradar. Entre esas dos opciones me parece que se catalogan gran parte de las reacciones: la amas o la odias, no hay punto intermedio.
Un trabajo que, por azares del destino, tiene curiosas resonancias. Una cinta inacabada por largo tiempo que narra la historia de un director que afronta un proyecto por finalizar, el cine como pretexto para la reflexión y la parodia, tal como lo reflejan las conversaciones de los personajes: un flujo de charlas constante y sin rumbo. Ires y venires narrativos, una columna vertebral acerca de un director que presenta su película en una fiesta, pero sobre la cual se siembran el caos y una calculada improvisación desbocada hacia el arrebato, la histeria y el vértigo.
Expresión sacada de las entrañas y plasmada con poco filtro. Subconsciente hecho cine. Una experiencia dotada de vitalidad, transgresión y agallas. Que esté en Netflix hará que muchos ni la determinen. Otros se arriesgarán con dudas y confirmarán sus malos pronósticos. Pero otro grupo también lo pensará dos veces y quedará extasiado luego de intentarlo.
Si Netflix permite que estas personas se interesen por conocer no solo la obra de Welles, sino también las de Huston, Peter Bogdanovich (quien actúa en la cinta) y muchos más, la labor de estas plataformas está plenamente justificada. Así que gracias al gigante del streaming por dar primeros auxilios a esta película y regresarla de entre los muertos. Hubiera sido una lástima perderla para siempre.
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