Esta es una cordial invitación a todos nuestros docentes a detenerse y evaluar una vez más, ahora con mayor detalle, el preciado tesoro que tienen a su cargo: nuestra educación. Es una invitación a los médicos en construcción (y ahí espero quepamos los que continuamos en el pregrado y los que ya se graduaron) a que, con total sinceridad, reflexionemos sobre cómo nos estamos formando -y esto sin hacer referencia a los contenidos propios de la carrera que ya tanto hemos criticado y continuaremos criticando en otros escenarios-. Es una invitación a retroceder, a derrumbar y a edificar de nuevo; es una invitación a que continúen sumando, a lo que empiezo a enunciar, críticas sobre las cuales podamos construir.
Al menos en mi caso, empecé por conocer al ser humano perfectamente fragmentado: la célula, el tejido, el órgano. Aunque creía saber lo que es una persona, cuestionaba las razones por las cuales nunca me dijeron, para comenzar, que el punto de partida es el ser humano completo dentro las múltiples dimensiones que lo determinan, seguramente supusieron, de manera muy optimista y tristemente errada, que se llega a la universidad sabiendo qué significa ser persona, el valor de la vida, la dignidad, la felicidad, la sana convivencia, la importancia de no matarnos, y que salvar vidas supera por mucho el hecho de impedir que ocurra una muerte, y el infinito etc. que cabe allí, lamento defraudarlos pero ya la educación previa nos falló y no nos enseñó esto tan básico, creo que es más saludable para la sociedad partir de que quien sea que debía hacerlo no lo hizo. Entiendo que no sea fácil desestructurar costumbres y creencias, pero los invito a empezar por el principio en el ejercicio cotidiano, porque toda aula y todo sitio de práctica es propicio para dimensionar el valor de la vida.
Me duele y me avergüenza un poco invitarlos también a que nos contextualicen espacial y temporalmente, pero no tenemos otra manera de entender nuestro papel en la sociedad, nuestra responsabilidad social, política, cultural, económica, ecológica, no tenemos otra manera de aprenderlo que siendo guiados por quienes lo viven a diario, no alcanzamos a dimensionar, sin su ayuda, aquello que hace tanto quiso transmitir Virchow al decir que “la política no es otra cosa que medicina a gran escala". Que nos eduquen para diagnosticar enfermedades sociales y para proponer, construir e implementar posibles tratamientos. Que nos hagan ver desde todos los campos, clínicos y no clínicos, que nuestra responsabilidad es también con el país y que su violencia es nuestra y su hambre, y su ignorancia y que nuestro papel está en sanar también esas secuelas que van dejando los insanos intentos de escape como esta guerra cíclica, cotidiana, como esta naturalización de la corrupción, de la infelicidad, de la miseria.
Que sean enfáticos en que el ejercicio médico bien hechos sigue siendo apenas una pequeña parte de lo que significa la salud y la complejidad de su garantía y que por eso necesitamos a gritos aprender a trabajar en equipo, entender que todas las disciplinas aportan a un campo tan rico y bello como éste y que abandonemos la errada y perjudicial postura omnipotente, omnisapiente.
Una invitación a que no nos eduquen más para adaptarnos a éste o a cualquier otro sistema y que más bien nos preparen para transformarlos cuando no sirvan, que nos infundan el valor de la voz del gremio, la importancia de las causas comunes y lo fundamental que se hace reconocer el papel del otro.
Que nos eduquen para educar, que nos dejen de enseñar a imponer, a obligar, a dar "órdenes médicas", que nos enseñen a escuchar y a encontrar puntos medios entre los saberes del paciente, de la comunidad y los nuestros, que sea ésta también una invitación a repensar el lenguaje que tan peligroso se hace cuando se pone en práctica de manera tan literal.
Que nos muestren la importancia real de mirar a través del lente de la salud pública desde cualquier campo del conocimiento, desde cualquier especialidad, convirtiéndola así en la herramienta esencial que nos permita entender el dolor del individuo y de la sociedad.
Y también quiero invitarlos a enseñar con amor, a romper la cadena de educar desde el miedo, transmitirlo, replicarlo, perpetuarlo; que no practiquen más los retrógrados modelos pedagógicos justificados en la premiación de la memoria sin contexto, que aplaudan la crítica, la pregunta que en realidad cuestiona, la búsqueda de otras maneras, de otros medios para llegar a respuestas, a soluciones, porque no consiste únicamente en reformular currículos si quienes los direccionan y practican no están dispuestos a renovar metodologías, a repensar estrategias; necesitamos que nos recuerden que nos formamos para ayudar, para aportar, para desbordar las expectativas no con el fin de acrecentar egos ruines, sino buscando, de manera incansable, el bienestar de todos.
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