Treinta minutos antes de su huida, el comandante le sentenció a Mónica* que cumpliera con su deber como mujer o se atuviera a las consecuencias. Una hora después, la guerrillera sintió la voz por el radio que cargaba en el cinturón atestado de balas. Era la voz chillona de alias “Pedro”, del frente 34 de las Farc. Le ordenaba dirigirse al cambuche del cabecilla. Pero era tarde. Entre maleza y selva, la mujer llevaba 40 minutos huyéndole a la guerra.
Mónica, de 16 años y una inocencia casi pueril a pesar de empuñar el fusil, decidió escapárseles a las Farc. Fueron tres años soportando los abusos de su jefe, pero como dice, “primero muerta que entregada a ese mancito”.
E1 14 de febrero de 2009, cansada del asedio del Ejército, de hacer tareas de hombres en los campamentos, de soportar el acoso sexual de compañeros y jefes, Mónica se lanzó a la selva. Fueron cinco días entre la espesura, evitando ser descubierta, corriendo por cañadas y pastizales y así evitar su fusilamiento por huir.
—Yo no aguanté más. Esa gente lo ponía a uno en el frente de batalla y luego llegabas bien cansada y tenías hasta que acostarte con ellos, cuenta Mónica, ahora desde la civilidad, en un barrio encumbrado de Medellín.
SALEN MÁS DE LA GUERRILLA
En ese preciso instante en que Mónica tomó la ruta del río, se desvió por cultivos de plátanos hasta el caserío más cercano y se entregó al Ejército con su radio y su fusil, comenzó a ser parte de las 8.544 mujeres que se desmovilizaron de los grupos ilegales en Colombia entre 1990 y 2014.
El estudio, elaborado por el Observatorio de Procesos de Desarme, Desmovilización y Reintegración de la Universidad Nacional de Colombia, registra que en ese mismo lapso se presentaron en Colombia 64.061 casos de desmovilización que incluyen hombres y mujeres, adultos y niños.
De todas estas personas que dejaron la guerra, un gran porcentaje son mujeres que abandonaron las filas guerrilleras y superan en cantidad a las de los grupos paramilitares, razón por la cual la participación de las jóvenes en los programas de reintegración es más notoria.
Así lo indica el investigador del Observatorio, Nicolás Peña, al afirmar que las desmovilizaciones se presentaron, por lo general, durante períodos cruciales del conflicto armado, como diálogos de paz, desmovilizaciones colectivas e individuales o intensificación de las hostilidades en el país.
“Por ejemplo, del total de desmovilizados de los últimos 12 años, poco más de 20.000 abandonaron este tipo de organizaciones, lo que haría pensar que de ese 19 % de solo mujeres habría una mayoría notoria de desmovilizaciones guerrilleras”, expresa Peña.
La hipótesis del investigador se fundamenta en los datos recogidos en el estudio. Entre 1990 y 1998, los procesos de paz con la guerrilla dejaron 4.475 desmovilizaciones, y de estas, 1.183 mujeres no siguieron empuñando un fusil. Entre el 2002 y el 2014, el ministerio de Defensa ha reportado 7.397 casos de desmovilizaciones colectivas e individuales de mujeres, un 12,3 % de los 59.957 casos reportados.
Y entre el 2003 y el 2006 se presentó el pico más alto en la entrega de armas de los grupos paramilitares con 1.911 desmovilizaciones colectivas. En total, entre casos individuales en el paramilitarismo y la guerrilla, entre el 2002 y el 2014, “se reportó que de 27.992 personas que tomaron la decisión de dejar estos grupos, el 19 % son mujeres, es decir 5.640”, señala el informe.
UN INSTRUMENTO DE GUERRA
De sus días de guerra, Mónica recuerda las extensas jornadas de entrenamiento. Levantarse a las 4:00 a.m., cargar agua, hacer desayuno, limpiar el fusil, lavar ropa, servir a los comandantes, estudiar las cartillas de las Farc, vigilar. Esa fue la rutina por tres años de Mónica, hasta que decidió buscar su libertad lejos del sonido atronador de los fusiles.
“Eso allá es duro. Cualquiera no resiste. Hay mujeres que quedan en embarazo y les dicen que no pueden tener el pelaíto. Entonces se vuelan. Por lo general, es por eso que dejan la guerrilla”, dice Mónica.
El analista del conflicto armado, Juan Carlos Ortega, argumenta la presencia de la mujer en los grupos armados como muy importante, no solo para desarrollar tareas de combate, sino otras domésticas que no encomiendan a los hombres combatientes.
“Además son más aguerridas. Por eso las buscan. Ellas son como los niños que están en las guerrillas, se esfuerzan por cumplir a cabalidad con las órdenes recibidas”, dice.
En la última visita de un grupo de mujeres a la mesa de negociaciones en Cuba, el pasado 15 de diciembre, estas presentaron algunas sugerencias. “Son cuatro puntos que fueron expuestos: la militarización de la mujer; la participación política; la verdad, la justicia y la reparación, y el territorio y la mujer”, explica Teresa Aristizábal, coordinadora de la Ruta Pacífica de Mujeres, regional Antioquia.
Esta fue la forma de decirles a los violentos que la mujer no es trofeo de guerra, y su papel en la sociedad va más allá de empuñar las armas, como lo dice Mónica, cuando recuerda sus años no tan lejanos perdidos en la selva.
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