MARTHA LUCÍA GÓMEZ
LA PATRIA | MANIZALES
La máquina de coser se volvió en mano derecha de María Doris Cuervo, Marleny Guevara y Claudia Yazmín Hernández. Tres mujeres que no se conocen, viven en barrios diferentes de Manizales, pero las une la pasión por la costura, de la que derivan su sustento.
La pandemia de este 2020 las cogió, como a todo el mundo, sin estar preparadas para situaciones extremas, y ellas sí que las han vivido en su oficio que se mueve entre cuerpos, medidas, telas, metros, patrones, máquinas, hilos, adornos.
Sin embargo, la tenacidad que aprendieron de la vida las ha mantenido al pie de sus amigas, las máquinas, así fuera cambiando la elaboración de prendas de vestir por tapabocas, como algunas cuentan. Aquí, sus historias.
Metida en el cuento
María Doris Cuervo Jaramillo lleva 16 años en el oficio, vio en él una oportunidad de ingresos. Trabajó siete años para hogares del ICBF y paralelo comenzó a estudiar Técnico en Diseño de Modas, en el Sena, y más adelante una tecnología en Confección Industrial. “Empecé a meterse en el cuento. Le hacía cosas a mi niño y descubrí que tenía madera para esto. Le hacía ropa a mis amigas. Por motivos de salud me tuve que retirar del ICBF y un día vi un clasificado en el periódico La Patria, que necesitaban una docente para diseño de modas. Ya llevo en la Academia Nacional de Aprendizaje 11 años, donde oriento patronaje industrial, confección sobre medidas y manejo de máquinas”.
Trabajó para un taller de modas de una amiga, donde conoció las posibilidades de lanzarse al negocio con las máquinas que tenía en su casa. Le tocó duro porque era ella sola para coser, hacer mercadeo, hacer domicilios, cobrar. Se fue dando a conocer hasta que vio la necesidad de abrir su propio taller, llamado DyC Mador (Diseños y Confecciones María Doris) que funciona en el barrio Linares desde hace 10 años.
Todo iba muy bien. El negocio creciendo, generando empleo a dos mujeres cabeza de hogar y brindando prácticas a estudiantes del Sena y de la Academia. Hasta que llegó marzo con la pandemia.
A María Doris le tocó cerrar el taller y llevarse a su casa unas máquinas para hacer tapabocas, era lo único que se vendía y ella tenía que sobrevivir de alguna manera. Así estuvo dos meses y medio con una empleada, porque la otra decidió retirarse. Semanalmente sacaban entre 700 y 800 tapabocas, empezaron con los quirúrgicos y como se volvió difícil conseguir los materiales pasaron a los de tela. Desde hace dos meses María Doris pudo reabrir el taller, aunque no ha podido retornar a su línea de confección y diseño, pues le tocó empezar a maquilar haciendo para terceros camisetas, piyamas, blusas y sobre todo uniformes, “por lo de la protección para los empleados”, dice. Confiesa que ha sido difícil estar al día con las obligaciones económicas, y por fortuna recibió apoyo de la dueña del local que le rebajó el arrendamiento en un 50%. “En la calle se ve mucha gente, pero la realidad de los negocios es otra. Sin embargo hay que confiar en Dios que todo que esto va a pasar”.
La pandemia la golpeó
Foto|Cortesía Marleny Guevara| LA PATRIA
Con 71 años, Marleny Guevara de Herrera, dice con tristeza que cuando empezó la pandemia bajó todo por el confinamiento. A su casa, en el bajo Villa Jardín, no pudieron volver las clientas a las que les cosía y arreglaba ropa. A esta crisis se sumó la enfermedad. Marleny tuvo que ser operada tres veces y ahí ya no pudo volver a hacer nada. “También engordaba pollos para la venta y haberlo seguido haciendo fue peor. Me mandaron tres meses de incapacidad”. Apenas esta semana pasada, dice, pudo volver a coger la máquina para reiniciar despacio. Le alegra porque ya tiene encargos de la línea de corsetería, pues en la de confección de sudaderas, blusas, chaquetas delantales ha estado muy quieta. Su esposo, de 74 años, es desempleado. Viven del subsidio nacional Adulto Mayor y con lo de la costura se ayudan para pagar facturas y comprar mercado. “Lo que hago en corsetería lo vendo en puestos de la Galería o para vecinos y familiares. A veces se me van las luces con los materiales y quedo a ras, gano muy poco. Se ha mermado mucho la venta porque la gente está quieta con los puestos y porque la pandemia me voltió la salud. Gracias a Dios ya puedo caminar y defenderme”.
Oficio de familia
Foto|Cortesía Claudia Yazmín Hernández| LA PATRIA
Se declara costurera por herencia, pues su mamá, tías, primas y hermanas han trabajado o viven de esto. Así indica Claudia Yazmín Hernández Barco, que vive y atiende a su clientela en el barrio Villahermosa. Aprendió a coser a los 15 años, la mamá le enseñó, y ya lleva 32 años en esta labor, que antes de la pandemia le dejaba un poco más del mínimo mensual, ahora no sube de $300 mil. “Mermó el trabajo en un 80%, aunque este mes, que han estado abriendo actividades, se ha reactivado la confección de uniformes y dotaciones para empresas, fábricas y comercio. En mi casa seguí recibiendo trabajo, pero la gente mientras estuvo encerrada en la casa dejó de comprar ropa y eso nos afectó a las que hacemos arreglos. Era muy poco lo que caía”. Claudia se las ingenió para atender a las pocas clientas sin tener contacto con ellas. Les pedía las tallas para coser con patrones o si era sobre medida solicitaba que le llevaran una prenda que les quedara bien. Desde hace unos meses comenzó a atenderlas de nuevo, cumpliendo protocolos de bioseguridad. “Desinfecto con alcohol la ropa que llega. Trabajo con tapabocas y me lavo las manos frecuentemente. No viene nadie a medirse, les toca hacerlo en las casas; cuando es muy necesario, entran, se desinfectan suelas de zapatos y las manos y se les echa alcohol por toda la ropa. No dejo entrar a nadie sin tapabocas”. La esperanza de Claudia es que en diciembre la gente compre ropa nueva para estrenar, y que en enero o febrero del otro año vuelvan los niños a los colegios para hacer uniformes.
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