Hasta el 2013, se graduaron en Caldas, 1989 médicos, según cifras del Observatorio Laboral para la Educación. Un dato que constata que ser médico sigue siendo la profesión que más graduados tiene y la que más quieren estudiar los jóvenes a la hora de elegir carrera.
Según expertos consultados, los retos de la profesión no solo incluyen trasnochos, estar lejos de sus familias o estudiar casi toda la vida. Los dilemas éticos ahora se dividen entre saber lo que está bien en su quehacer y lo que deben responder si dependen de una entidad de salud.
"Profesionalmente hacemos lo que podemos, pero lo más difícil son los turnos o que los pacientes no mejoren con los tratamientos y que algunos mueran", cuenta Juana Muñoz, médica del Hospital San Marcos de Chinchiná, quien agrega que el desafío que tienen es que los usuarios son más activos y reclaman información detallada de sus enfermedades.
¿Qué cualidades debe tener su médico ideal?
Salamima
Edison Londoño Restrepo
Ser culto, respetuoso y manejar con sentido común la confidencialidad de sus pacientes.
John Jairo Correa Tamayo
Que vele por la dignidad del enfermo y nunca estén primero los documentos y los requisitos con los que se debe cumplir, sobre la salud de sus pacientes, y que su diagnostico surja de una revisión a fondo y acertada y no a ojo.
Viterbo
Patricia Velásquez
Debe tener calidad humana, y ante todo ética. La misma carrera lo exige.
Olmedo Franco
Disponibilidad, que sea un buen amigo, sincero y que recete lo que debe ser.
Jaime Alzate
Que acierte las enfermedades, que sea muy sincero con sus pacientes.
Pensilvania
Elicenia Cardona
Que me atienda bien, que me ordene los medicamentos acertados para mejorarme y me ponga cuidado en la consulta.
Martín Gilberto González
Un buen médico debe ser humano e integral. Que permanentemente estudie y se actualice.
Jaime Alarcón
El que atiende bien, que no le meta mentiras a uno; que sepa y le diga a uno lo que tiene sin fijarse primero en la plata, sino en la enfermedad del paciente.
Vocación médica
Reconocimiento a Jairo Villegas Mejía, pediatra manizaleño, egresado de la Universidad Nacional y especializado en Buenos Aires. 1947-1998
Médico de los niños. Ejerció siempre en Manizales. Por su consultorio pasaron generaciones de niños. Su recompensa, como bien lo expresaba, era ese saludo que desde el bus del colegio le lanzaban sus pacientes ya sanos.
Realizó sus estudios universitarios en Bogotá y se especializó en Argentina. A su regreso se vinculó como pediatra en la Facultad de Medicina, donde desarrolló con lujo de competencia todas sus capacidades clínicas y pedagógicas, más la sabia interrelación con otras especialidades iniciando esa época de oro del Hospital Infantil.
Oír sus clases era una delicia, porque primero se acicalaba muy bien, bata blanca bien planchada y botones en su sitio, corbatín justamente colocado en la mitad del cuello como medido por nivel sin la más mínima desviación, y sobre todo, el intelecto y su dicción preparadas para hacer un dechado de ciencia y aplicada sintaxis.
En las salas generales fue una escena más electrizante, mientras el doctor Gómez Ramos con su sapiencia, recursos terapéuticos de la vieja guardia versus una demostración de últimos conocimientos y terapéutica moderna.
Reblujando entre sus recuerdos póstumos, la familia halló la hermosa página que ofrecemos hoy, donde destila el amor por su profesión con la búsqueda de la sanación orgánica por encima del interés pecuniario. A él lo hemos bautizado testimonio, que bien vale presentar en un Día Internacional del Médico, de quien fue un paradigma de ejercicio profesional.
Jahir Giraldo González
Presidente Academia Medicina de Caldas.
Testamento presentido
Foto | Archivo | LA PATRIA
Jairo Villegas Mejía, pediatra manizaleño.
En las proximidades del olvido inexorable, de la noche total, comienzo a advertir claras señales de fatiga en mis neuronas: se acerca la hora de cerrar los ojos a la vida terrenal para abrirlos a la que se vislumbra después. La existencia es una sucesión ondulante éxitos y fracasos, unos y otros nunca desmesurados para mi sin motivos de vanagloria. Todos, consecuencia normal del vaivén de la vida, fugaz como la trémula luz de un cocuyo en la inmensa noche de la eternidad.
He vivido más de lo esperado, don inestimable que me permitió contemplar tantas, veces las maravillas de la creación. Anonadado ante la infinita pequeñez de nuestros capacidades, es preciso reconocer que la grandiosidad y magnificencia del universo han de tener un ordenador intemporal e incorpóreo, fuente de todas las sabidurías.
Nuestra presencia en el mundo no puede ser vana e inútil y una existencia ultraterrena debe ser el final de nuestro peregrinaje. He amado los libros, la música, la infancia, la naturaleza, todo mi entorno, viviente o no. En este mundo mudable, muchas veces me pregunté si había merecido Muchas veces me pregunté si había merecido oficiar en el templo de la medicina, voluble y cambiante como ciencia, divina y eterna como arte que, en su asombrosa carrera hacia la perfección, nos va dejando en el camino por mucho que intentemos alcanzarla. Como no siempre lo más nuevo corresponde a lo mejor, rogué siempre a Dios el don del suficiente juicio para reconocer nuestras limitaciones. Vivir alejado de la corriente emocional y la suficiente sagacidad para advertir el esnobismo.
Los más preciados galardones en las disciplinas hipocráticas han sido la confianza y la gratitud de la excelsa generación que Dios dispuso para el ejercicio de mi labor, en la que nunca fue la codicia mi derrotero, pues no muero menos pobre de lo que nací. Es necesario tener vocación antes que utilitarismo, ya que la medicina no puede ser jamás objeto de lucro y las cuatro D han de enmarcar nuestro trabajo cotidiano: dignidad, decoro, dedicación y desinterés. La meta ha sido educar, si es necesario; curar, si es posible y consolar, siempre recordando que el principio supremo del acto médico radica en el amor.
Todas las energías se canalizaron para mitigar los problemas de la infancia y siento la íntima satisfacción de haber cumplido con esa vocación primaria. Cuántas veces me hicieron gracia sus rebeldías, impaciencias y agresiones, compensadas luego por la hermosa sonrisa inicial de la convalecencia.
No quiero que se me encarcele después de muerto, en una tumba fría y oscura. Deseo después de ser despojado de cuanto pueda servir a mi prójimo, convertirme en cenizas para que sean arrojadas desde lo alto de un cerro y que sirvan de fertilizante a las flores o disfruten por siempre la brisa, la luz y la dicha de la libertad. Sino, entregar a las entrañas de la tierra mis ataduras físicas que el espíritu le pertenece a su fabricante, el gran ordenador y a él volverá.
Adiós a todos, amigos. Nos veremos un poco más tarde.
J.V.M.
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