GEOVANNY MARTÍNEZ
LA PATRIA | MANIZALES
El martes se cumplen 100 años de la Revolución Bolchevique. Paradójicamente, mientras en el resto del mundo se celebra con foros, cátedras y conciertos como hace líderes comunistas desbancaron a los zares en nombre de un reparto igualitario de la riqueza y el poder, en Rusia prefieren ignorar el hecho que marcó la historia del siglo XX.
La razón para omitir el aniversario es que la sublevación aún divide a Rusia. Los burgueses prefieren olvidar cuando fueron derrocados y sus propiedades expropiadas, mientras que el resto se interesa por las causas de la revolución. Un motivo más para relegar la conmemoración es que 100 años después tienen una especie de "zar" en el poder, Vladimir Putin, quien ajusta 17 años en el Kremlin y el próximo año intentará reelegirse para otro periodo de seis años.
“Sorprende que el mundo realiza una celebración, pero Rusia no. La Unión Soviética se disolvió de un día para otro, un Estado Nuevo, una bandera nueva. Hay dos posiciones sobre la historia, una visión de los revolucionarios que estaban en el poder y otra que la ataca, porque es alternativa, va en contra de lo que pasó”, explica Aneta de la Mar Ikonómova, historiadora, profesora e investigadora de la Universidad Externado de Colombia.
Los primeros destacan que la revolución tuvo consecuencias positivas y animó a otros países a luchar por la justicia social, aunque sus resultados son ambiguos. Los segundos acusan a los bolcheviques de destruir el Estado y arruinar la vida de millones de personas.
La docente de Bulgaria cuestiona que no se investigue lo que sucedió entre febrero y octubre de 1917. “Sabemos que hubo un gobierno provisional, burgués, que quería cambios, que pactó unas elecciones, que apoyaba la revolución, pero no socialista. Llegaron los Bolcheviques y hubo un cambio total. Hoy en día se conmemora la revolución, pero no sabemos lo que realmente sucedió. Esto no nos ayuda a entender el siglo XX, ni los movimientos de izquierda, sociales y menos comprender el comunismo que hubo en la Unión Soviética”.
Un siglo después, historiadores se cuestionan si hubo una revolución, en la que el proletariado, con el apoyo de campesinos y soldados, se hizo con el poder para transformar la sociedad destruyendo a la nobleza o si hubo un golpe de Estado, que liquidó las primeras conquistas democráticas para imponer una dictadura a través de un partido único.
El exguerrillero Francisco Caraballo, quien fue negociador del Epl en los diálogos de paz de Tlaxcala (México), durante el gobierno de César Gaviria Trujillo, y quien quedó en libertad condicional en el 2008, luego de cumplir 14 años en prisión, destaca que el éxito de la Revolución Bolchevique tuvo a diferencia de otras insurrecciones en el mundo una base ideológica, científica y filosófica. “Lenin, con base en esa teoría científica, hizo un estudio cuidadoso para determinar las condiciones objetivas y subjetivas de la Rusia de ese momento y así establecer una línea de acción y orientación política para llegar al poder”.
Aunque para Caraballo el ideario de esa revolución sigue vigente, reconoce que la situación en el mundo ha cambiado, lo que hace imposible que un levantamiento como el de hace un siglo se vuelva a repetir.
Lecciones
El doctor en Filosofía Martin Gak, productor y editor del programa Conflict Zone en la Deutsche Welle, considera que la Revolución Bolchevique no falló, fue un éxito en mostrar que ningún proyecto político es en última instancia efectivo, todo proceso político es momentáneo y en ese sentido la Revolución Bolchevique lo muestra mejor que ningún otro.
“Todavía tenemos el problema que hay una actitud casi que religiosa hacia el neoliberalismo. Se tiene la idea de que ese modelo no falló, quizás porque el colapso del proyecto neoliberal no fue tan estridente como el proyecto soviético, que se terminó en un punto exacto y eso lo hace visible, pero en alguna medida es suficiente viajar por Latinoamérica para ver que el proyecto neoliberal caducó, uno puede ir a Estados Unidos y ver cómo se desplomó”, indica.
Gak cree que en este sentido la Revolución de Octubre muestra que los procesos políticos, son eso, procesos, que tienen un tiempo. “Creo que el otro gran éxito del proyecto soviético fue una posibilidad más de secularizar el espacio político, de decir que las tradiciones monárquicas a su movimiento democrático no podían ser iglesias absolutas y universales, lo que nos muestra que hay una contracara, alguien pensando de una forma diferente, creo que en ese sentido no falló tampoco.”
En lo que sí triunfó el neoliberalismo sobre el socialismo soviético, según Gak, fue en la demonización contra la Revolución de Octubre. “Fue justificada porque costó millones de vidas, uno puede ir a Ucrania y ver qué pasó con las reformas agrarias que impulsó Stalin, pero no necesitamos ponernos en esa situación, porque el neoliberalismo es la anarquización de la política, cualquier tipo con dinero puede llegar al poder”.
Para el filósofo, la mayor lección que le dejó la Revolución de Octubre es que siempre se tiene que ver con sospecha el discurso político, se tiene que desconfiar de esas retóricas que tienen narrativas históricas.
Añade: “No estoy hablando de Lenin parado en un podio, también de la derecha, de la salvación que nos ofrece la iglesia, de la bondad con los animales y la naturaleza que nos ofrece el medioambientalismo. La política es más efectiva y más confiable cuando se vuelve un proceso de administración pública. La política se debe entender como resolución de problemas y no como proyectos de mesionismo.”
Probablemente, los nostálgicos del antiguo régimen soviético serán los únicos que salgan a la calle en el centenario. Según las encuestas, los rusos están divididos casi en partes iguales en su valoración de la revolución, ya que un 23% la condena y un 22% la aprueba; mientras un 39% la considera inevitable y un 42% piensa todo lo contrario.
Es una revolución que cambió la historia moderna, pero que hasta los propios rusos consideran como un suceso que probablemente jamás se repetirá. Lo que sí podría suceder sería el estallido de una revolución democrática patrocinada por occidente, a imagen y semejanza de lo ocurrido en Ucrania, a lo que le teme el “nuevo zar”, un autócrata que evoca la historia imperial rusa.
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