La ciudad ucraniana de Avdíivka que pasó bajo control ruso la semana pasada.

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La ciudad ucraniana de Avdíivka que quedó bajo control ruso hace una semana.

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El objetivo ruso desmedido de derrotar a las fuerzas ucranianas y derrocar en tan solo tres días al gobierno del presidente ucraniano pro-Occidente, Volodímir Zelenski, ya es una lejana fantasía: dos años después de la invasión a gran escala que se dio con dicho objetivo, el conflicto está en gran medida estancado. No obstante, para los soldados y civiles en el terreno, el temor y el sufrimiento siguen sin tregua.

 

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Soldados ucranianos replegados en una trinchera.

Pasos atrás y pasos adelante

Por un lado, la situación parece empeorar para Ucrania, pues su contraofensiva, iniciada en junio, ha fracasado. Es más, el 17 de febrero, Rusia tomó la localidad devastada y desertada de Avdíivka, ubicada estratégicamente cerca de la ciudad más poblada de la región del Dombás, Donetsk —dicha ciudad cayó en manos de fuerzas separatistas prorrusas hace una década—. Este reciente hito constituye el avance más significativo del ejército ruso desde la toma de Bajmut en mayo del año pasado. 

Sin embargo, del lado ruso, las cosas están lejos de ser de color rosa, pues las Fuerzas Armadas de Ucrania estiman que unos 17 mil soldados tuvieron que ser sacrificados por el Kremlin solo para capturar Avdíivka. Además, las tropas ucranianas también han llevado a cabo algunas operaciones exitosas, como sus ataques contra la Flota del Mar Negro de Rusia —que tiene amarre en Crimea, territorio ucraniano anexado unilateralmente por Moscú en el 2014—: ya un tercio de sus buques ha sido reducido en pecio.

El ascenso del zar

En Rusia, el control autocrático del presidente, Vladímir Putin, está en su apogeo: seis meses después del fallecimiento de Yevgueni Prigozhin —el jefe de la milicia Wagner que se había atrevido a retar al mandatario— en un sospechoso accidente aéreo, fue el turno de la principal voz pro-democracia del país, Alekséi Navalni, de encontrar la muerte: esto ocurrió el 16 de febrero en la prisión ártica donde purgaba una condena por cargos de “extremismo”, en lo que se asemeja a un asesinato calculado, puesto que sucedió mientras su esposa, Yulia Naválnaya, asistía a la Conferencia de Seguridad de Múnich, en Alemania.

Los hechos llegan en un contexto preelectoral, dado que los rusos acudirán a las urnas en marzo para comicios presidenciales, aunque ya se sabe que Putin ganará un quinto mandato. En una Rusia orwelliana donde el Estado tiene ojos y orejas por todos lados y donde cualquier opinión que diverja del narrativo estatal puede engendrar un brutal castigo, ni siquiera las abundantes sanciones occidentales han podido debilitar al sistema que mantiene a Putin en su trono de zar.

Demoras fatales

El frente de combate, en su gran esencia, lleva más de un año en bloqueo táctico, con soldados de ambos bandos incurriéndose en una guerra de desgaste a partir de trincheras, con escenas que recuerdan la Primera Guerra Mundial. Para conseguir avances en tales condiciones, la artillería es fundamental, y a este nivel Rusia está cada vez más en una posición de fuerza: la ratio de artillería ucraniana a rusa en ciertas zonas de combate pasó de 1:2 en la primavera del 2023 a 1:10 en enero del 2024. 

Ucrania tiene, además —y esto desde el principio de la guerra—, una desventaja numérica, tanto en capital de soldados potenciales como en armas, por lo que depende fuertemente de entregas de armas y tecnología por parte de los países de la OTAN para compensar. Se enfrenta tanto al ejército ruso como a los lentos procesos de reparto y a varias promesas todavía no cumplidas por sus aliados: por ejemplo, se informó que, por el momento, solo recibirá la mitad del millón de proyectiles de artillería que le fueron prometidos, mientras se evalúa que necesita al menos unos 2,5 millones.

También le hace falta más defensas antiaéreas móviles, dado que la aviación rusa ha estado dominando el cielo de los campos de batalla y propinando duros golpes a la infantería ucraniana. Kiev espera adicionalmente la entrega de aviones de combate F-16 durante el presente año, un aporte que necesita desesperadamente. En la actualidad, se encuentra en una posición fastidiosa en la que debe ahorrar combatientes y municiones, mientras que Rusia envía ola tras ola de reclutas y conscriptos como carne de cañón. 

Técnicamente, la Ucrania y la OTAN combinadas tienen un potencial de producción de armas muchas veces superior a las capacidades productivas de Rusia, sus proveedores —Irán y Corea del Norte— y su más cercano aliado, Bielorrusia. Sin embargo, la industria de defensa occidental, sobre todo en Europea, ha sido descuidada desde el final de la Guerra Fría, puesto que los países Europeos se han habituado desde entonces a participar en conflictos con menor intensidad y contra grupos o ejércitos menos equipados, como en Yugoslavia, Afganistán o Irak. 

Por ello, dicha industria encuentra difícil reactivarse tan precipitadamente y poder proporcionar suficientes armas para combatir uno de los ejércitos más poderosos del mundo. Encima, actualmente, solo 11 de los 31 países de la OTAN gastan al menos el equivalente del 2 % de su producto interior bruto (PIB) nacional en su sector de defensa —umbral convenido en el 2006 para garantizar una presteza militar adecuada y constante de alianza—.

Un problema radica también del otro lado del Atlántico, en Estados Unidos, pues un vital paquete de ayuda a Ucrania está bloqueado en por los republicanos en el Congreso, mientras más voces empiezan a dudar de la necesidad de apoyar con tanto fervor al país invadido. Entretanto, Rusia continúa a inflar su aparato marciano a un ritmo desenfrenado: el gobierno dedicará un astronómico 35 % de su presupuesto del 2024 en gastos militares, lo que a largo término es insostenible, pero que por ahora le permite presionar peligrosamente a las tropas ucranianas. 

Salidas presentemente cerradas, futuro incierto

Las guerras rara vez acaban en una derrota completa del enemigo, sino en negociaciones de paz. No obstante, hasta la fecha, ninguna parte del conflicto tiene suficiente palanca en el terreno para imponer sus intereses y forzar la otra a firmar un acuerdo. 

Por un lado, Putin no está dispuesto a la paz sin importantes concesiones por parte de Kiev, pues su credibilidad y su imagen dentro de Rusia dependen de la victoria que tanto ha prometido a su pueblo. Por otro lado, el gobierno ucraniano y sus aliados no están dispuestos a abandonar los territorios conquistados por Rusia a cambio de la paz, porque ello creería un riesgoso precedente: significaría un regreso al orden mundial del pasado en el que era aceptable que Estados agrandaran su superficie por la fuerza.

Otro escenario hipotético, el de una cesión de territorios a Rusia contra una entrada expresa de Ucrania en la OTAN —para garantizar su seguridad de entonces en adelante e impedirle perder más territorio en el futuro— tampoco parece realista de momento, ya que Putin había invadido a Ucrania precisamente bajo la excusa de impedir su acceso a la OTAN —que considera como amenaza para su país—, entre otras cosas. Lo más evidente es que el jefe del Kremlin está apostando por una fatiga, tanta política que popular, en Occidente, cuyo apoyo a Ucrania ya muestra señales iniciales de agotamiento, no mucho por parte de los oficialismos europeos, pero sí de Estados Unidos —la principal fuente de ayuda a Kiev—, como mencionado arriba. 

Las elecciones presidenciales que se celebrarán en noviembre podrían restituirle el poder a Donald Trump, quien lleva la delantera en muchas encuestas y se ha mostrado reticente a mantener el apoyo de su país a Ucrania. Incluso declaró que si vuelve a la Casa Blanca, tendrá “esta guerra resuelta en un día”. El 17 de febrero, el presidente Zelenski invitó al candidato republicano a acompañarlo en la línea de frente para que se dé cuenta de la dura realidad a la que afrontan las Fuerzas Armadas de Ucrania.

Trump también advirtió en un mitin el 10 de febrero que, si es elegido, no protegerá a un Estado miembro de la OTAN que no cumpla con el mínimo del 2 % de gastos en defensa. Hasta añadió que, en caso de invasión por Rusia a un país de la alianza que no respete este umbral, animaría a estos a que “hicieran lo que les diera la gana”.

Tanto la OTAN como Rusia quieren evitar una confrontación directa y total, por miedo a que desencadene en una guerra nuclear. Más aún, Putin sabe que tal emprendimiento le sería particularmente desastroso, la alianza siendo, de lejos, la primera potencia militar mundial. No obstante, es muy posible que siga tratando de socavar la confianza mutual que da legitimidad a esta organización y que se consagra en el artículo 5 de su tratado —que estipula que en caso de agresión por cualquier país contra un país miembro, todos los otros Estados miembros deben intervenir militarmente en defensa de este último—.

Si siente que no hay cohesión dentro de la OTAN —eventualidad que los comentarios de Trump hacen probable en el supuesto de que sea reelegido—, Putin podría provocar cada vez más a la organización. Verbigracia, podría ordenar agresiones militares de baja intensidad contra territorio remoto de un Estado miembro para poner a prueba la voluntad de respeto del artículo 5 por los demás miembros. Si algunos de estos decidieren no responder militarmente por considerar que el costo de una potencial escalada es demasiado alto, la garantía de defensa mutual colapsaría, quitándole su legitimidad y utilidad a la OTAN. Ello dejaría a Rusia con la palanca para reestructurar el orden de seguridad en Europa y más fácilmente imponer sus intereses en el continente, dado que no habría más una gran fuerza unida para contrarrestar eficientemente sus acciones y aspiraciones. Por esto, expertos recuerdan que el acatamiento a dicho artículo es esencial, cueste lo que cueste.

Infografía | EFE | LA PATRIA

Situación actual en Ucrania.