Con el paso del tiempo la actuación se refina. Unos pueden no madurar. El ego resulta útil o negativo en escena.
Ser mayor en edad no significa que el cuerpo deje de trabajarse para la escena. Al contrario, la exigencia para mantenerse vigente crece y con ello el desafío de reinventarse para cada papel. Estas y otras son las reflexiones de tres maestros sobre la adultez en el teatro.
Desde el público podría creerse, a la distancia, que con los años, la consolidación y el reconocimiento, la egolatría toma protagonismo en los actores. Sin embargo, un trío de reflexiones desvirtúa esta idea. Para Fernando Then, gerente de producción de la compañía Repertorio Español (Estados Unidos), el ego nocivo es ese que se inyecta en los artistas para distraerlos y hacerles pedir luces, regalos y trivialidades que nada aportan a las obras. En cambio, los profesionales que actúan con pasión se desprenden de ese aspecto negativo y lo traducen en exigencia al director y a sí mismos para que todo en la presentación sea impecable.
En sintonía, Beatriz Córdoba (actriz y directora) de la misma agrupación estadounidense, sostiene: "el actor que tiene un ego negativo, para mí es como si fuera sordo, porque se cree que todo lo sabe. En cambio el que escucha es más solido y aporta más al director".
Tercia en la discusión Germán Jaramillo, actor de cine y teatro con más de 4 décadas de trabajo, para quien el paso de los años no necesariamente es sinónimo de maestría: "Hay actores con más de cuarenta años que lucen superficiales porque creen que se saben todas las verdades. En cambio hay menores que lucen maduros porque están en exploración y autoconocimiento constantes".
En este punto, de exploración, entra la pregunta sobre el cuerpo y su desgaste, a lo que Jaramillo apunta: "Es como la historia del campesino joven y el viejo. El primero llega a trabajar con mucho ímpetu y a la mitad de la jornada ha puesto tanto esfuerzo que está muy cansado y debe descansar un rato. Por otro lado el viejo trabaja con método y paciencia, porque sabe condensar mejor las energías", y al final del día, cada uno a su manera, obtiene su resultado.
Lo anterior implica que la madurez trae densidad y profundidad. Córdoba ilustra cómo, sin importar la edad, el artista escénico siempre tiene que trabajar el cuerpo. Pone su propio ejemplo y dice que para mantenerse en forma practica yoga, tai chi y cuida su alimentación. Al fin y al cabo, de pies a cabeza, ese es el instrumento con el trabaja.
Un último apunte, en beneficio de los mayores, lo entrega Then al argüir: "El actor no se disocia de su experiencia personal cuando crea el personaje. A mayores experiencias de vida y de montajes, mayor cercanía y bagaje para crear una representación. Por ejemplo alguien que ya vivió un divorcio mostrará mejor esta experiencia. Para otros más jóvenes puede haber un distanciamiento".
Eso sí, advierte que en jóvenes la inquietud y la búsqueda a través de otros elementos distintos a los vividos, también les permite hacer grandes interpretaciones. Lo cierto es que en escena y en su preparación, el actor veterano ejerce una presencia patriarcal sobre el joven. Ahí se da una comunión entre compañeros, un trabajo de apoyo en el que los nobeles artistas hacen un esfuerzo intenso para estar al nivel de los más longevos.
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