Myriam Bautista González*
Cuando el jueves 3 de noviembre del año pasado, en la ceremonia de los premios de Periodismo Simón Bolívar, la presentadora anunció que el Jurado, encabezado por el periodista Héctor Rincón, concedía el galardón mayor, Vida y Obra, al sociólogo, escritor y periodista Alfredo Molano Bravo, el centenar de personas que llenaban el auditorio Julio Mario Santodomingo, en Bogotá, estalló en un aplauso cerrado, se paró de sus asientos y los vivas emocionados se escucharon en todo el recinto.
Los motivos expuestos por los miembros del jurado para entregar este premio, hablaban de la trayectoria de Alfredo Molano Bravo, principalmente, en el diario El Espectador, aunque también ha sido colaborador de las revistas Cambio y Semana, descubriendo montes, valles, selvas y ríos de Colombia, con la meticulosidad de un geógrafo de formación y de dedicación exclusiva. Añadiría, de mí cosecha, que el periodista y, sobre todo, el escritor, nos ha compartido la voz y la vida de los habitantes menos famosos de esas heladas o calurosas regiones que él conoce como la palma de su mano porque las ha transitado no una vez sino muchas veces.
Las voces del pueblo
Sus libros, más de una docena, han recogido al detalle la geografía social del país recóndito, dándoles la mayor importancia a sus habitantes menos glamurosos. La voz de esos olvidados se transforma, por el arte de la pluma de Molano, en testimonios fuertes de reclamo, de protesta, de denuncia permanente por ese milagro de sobrevivir en medio de una guerra de más de medio siglo de persistencia.
Voces que han quedado escritas en esos libros con títulos que no se olvidan como: “Amnistía y violencia, Los bombardeos del Pato, Los años del tropel, Selva adentro, Dos viajes por la Orinoquia colombiana, Siguiendo el corte, Yo le digo una de las cosas, Del Llano llano, Trochas y fusiles…”. Algunos dedicados a los hijos, con ese sentido lamento del tiempo que les queda debiendo por haber dedicado su vida a la investigación, a oír a otros y a escribir esas historias.
Aficionado taurino
Y aunque ni el jurado ni él lo mencionaron, porque ahora es un tema agrio para algunos y controversial para muchos, sus columnas sobre los toros y su activa militancia a favor de la fiesta brava que ni oculta ni lo abochorna, son parte de su esencia, de su historia de vida. Interesante, emotiva y vibrante historia.
Añeja y consecuente afición que comenzó cuando era un niño de la mano de su padre que lo llevó muchas veces a la siempre imponente Plaza de Santamaría de Bogotá, así como él hizo lo propio con sus hijos.
Durante años fue abonado de la fila séptima del tendido de sol, con su gran amigo, colega de universidad, Fernando Rozo. De tanto ver, conversar y leer sobre la fiesta, con el paso de los años, se volvió crítico taurino del diario El Espectador. No un crítico cualquiera. Uno con personalidad y estilo peculiar, que empeña su palabra en cada crónica porque intenta, siempre, bordarla con el mismo arte con el que torean esos hombres que salen cada tarde a jugarse la vida.
Manizales en su ruta
Por allá, en los años noventa, comenzó Alfredo Molano Bravo a incluir a la Feria de Manizales dentro de sus obligaciones anuales. Plaza que dentro del escenario taurino del país tiene reputada afición que se precia, sin necesidad de halagos exteriores, de ser la más sapiente del país; aunque sucede igual con la antioqueña, la caleña y, claro, con la bogotana que al conocimiento le añade ser la más seria. Pero esas son cuestiones para otro momento.
Alfredo compartió ese recuerdo de su primera vez en Manizales. “Era 1996 o 1997. Viajé a Manizales para ver al pundonoroso, serio y siempre fulgurante Juan Mora que por alguna razón no iba a Bogotá. Descubrí una Feria grande, una afición que no solo es de Manizales sino de toda la zona cafetera, unos toros, los de Dosgutiérrez, ganaderos que escogen lo mejor de su camada para echarlos en su plaza y lo que sobra para el resto del país; y, por supuesto, un clima que, casi siempre, incluye un aguacero de padre y señor. En esa oportunidad el agua no solo me lavó de los calzoncillos para abajo sino también para arriba, fue emparamada total y de ahí expliqué el porqué de las recurrentes miradas al cielo de los aficionados, que llaman la atención del forastero. A pesar del frío y de la mojada, no pude abstenerme de seguir concurriendo. Y en los últimos cuatro años, por motivos harto repetidos y sabidos, fue Manizales el oasis para calmar la sed taurófila de bogotanos, como yo. El pasadoble Feria de Manizales que tantas veces oí en Bogotá, es escuchado con reverenciales maneras y en ninguna otra parte del país suena como en esta tierra cafetera.
He visto tardes extraordinarias en Manizales, indultos más que merecidos y me seguiré mojando porque vale la pena. También le seguí la pista a Andrés de los Ríos desde que comenzó hasta que tomó la alternativa. Un torero de la tierra que nos ha dado faenas memorables, como las de Pepe Cáceres que se le consideró hijo putativo de Manizales.”
En este 2017 volvió Alfredo Molano Bravo a Manizales y cómo no, irá a la Santamaría. Cambiará de tercio el periodista que cada domingo cuenta un retazo de la inagotable crónica nacional, casi siempre para denunciar arbitrariedades y para rescatar esas voces de los excluidos, de las mayorías que ni se ven ni se oyen. Que no son la noticia de primera página ni de abrir los noticieros. Y en Manizales, como dice su Alcalde, vio las mejores embestidas, porque los toros se sienten muy bien en la tierra cafetera y siempre los indultos son obligados.
*Periodista.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015