Álvaro Gärtner*
La vida fue injusta con san José: amargo fue el trago de criar como propio a un hijo ajeno. Así Dios fuera el progenitor, el hombre sufrió lo suyo para asimilar la inverosímil explicación -desde el punto de vista humano- que dio su esposa. Aceptó con un verdadero acto de fe, en todo el sentido de la palabra. Solo por ello merece un lugar en la historia, pero ésta lo negó, dejando a la posteridad una figura indefinida, llena de equívocos.
Incluso en el arte: a diferencia de la iconografía de Jesús y aun la de María, cuyas fisonomías conservaron rasgos semejantes a través de los siglos, José es un santo con mil rostros. Igual lo pintan como un joven acompañado con una esposa adolescente, o como un anciano que lleva a una muchachita que podría ser su nieta.
Las Escrituras lo tratan como un actor de reparto, cuyo único papel fue dar a Jesús los derechos de figurar como descendiente del rey David y heredar el trono político de Israel, aunque las prolijas genealogías hechas por Mateo y Lucas no aclaran su relación con el legendario monarca. Así la establecieran, el ejercicio fue inútil, pues al no ser José progenitor de Jesús, éste no descendía de David. Quizás se dieron cuenta tarde y como en esa época no había manera de ‘resetear’, lo silenciaron.
En cambio, está comprobada su condición de sacerdote (Lucas, I, 6). Era a la vez carpintero, pues muchos religiosos se desempeñaban como artesanos en la construcción del templo, pues para pisar su suelo debían estar ungidos.
También María estaba vinculada con la casta, por ser prima de Isabel, esposa del rabino Zacarías. Por tanto, según la ley judía, sólo podía contraer con uno del gremio. Fue elegido José, hombre probo y de experiencia, quien según el Evangelio árabe de la Infancia, enviudó luego de 49 años de matrimonio, del cual quedaron cuatro hijos (Mateo, 13, 55-57). Cuando casó por segunda vez, debía rondar los 80 años.
Mayor de edad y vecino de Jerusalén
El Protoevangelio de Santiago cuenta que conoció a María cuando el sumo sacerdote lo nombró como su tutor, por sorteo, y José se negó aduciendo su avanzada edad. Fue obligado a aceptar. La presencia del prelado permite concluir que esto ocurrió en Jerusalén.
El Evangelio de Juan, el más antiguo y menos manoseado, no menciona Nazaret, que se metió en la historia por manos de copistas, quienes asumieron que nazareno era su gentilicio. Ignoraban que la palabra aramea ‘názari’ designaba a un miembro de la secta de los nazarenos y ‘nazeri’ al nacido en Nazaret. Es difícil que José hubiera podido sobrevivir como carpintero en una aldea pequeña; ni como rabino, pues excavaciones arqueológicas en los años 1960 revelaron una sinagoga minúscula.
Cuando María apareció embarazada y dio la explicación que dio, a José se le vino el mundo encima, pues imaginaba el escándalo. Pidió consejo al superior, quien le ordenó desposarla, con amenaza de cárcel. Como sacerdotes, ambos sabían que de no hacerlo, sería apedreada por la multitud. Acató para evitar el escarnio.
Por otra parte, el viaje de Nazaret a Belén en cumplimiento del censo romano, tampoco debió ocurrir, pues era tan duro que no lo soportarían una embarazada y un octogenario: de cuatro a seis días a lomo de asno por caminos peligrosos. No se justificaba, pues pudo empadronarse en las cercanas Cesarea de Samaria o Tiberíades de Galilea. Es más plausible el recorrido desde Jerusalén, que tardaba un día.
Las circunstancias políticas de la época, y no la legendaria matanza de los primogénitos, debieron motivar la real salida de la Ciudad Santa por la Sagrada Familia, tras el nacimiento de Jesús. La masacre la reseñó solo Mateo (2, 16-18); ni siquiera Flavio Josefo, cuasi biógrafo de Herodes el Grande. El ambiente era hostil para los sacerdotes de la secta farisea que se le oponían, y es posible que José lo fuese, pues al parecer no había artesanos entre los saduceos. Vivió durante unos años en Alejandría como refugiado político, y al morir Herodes en 4 a.C. se radicó en Cafarnaúm, situada en la provincia rebelde de Galilea, con María y Jesús.
Allá José inculcó al chico sus primeras nociones religiosas, pero le negó la instrucción rabínica: lo sacó del templo cuando presentaba examen ante a los doctores de la ley. Aunque figuraba como suyo, sabía que los hijos ilegítimos no podían ser sacerdotes y temía que alguien recordara las circunstancias de su matrimonio.
A falta de referencias directas, la lectura entrelíneas de los Evangelios, sinópticos y apócrifos, y la historia de la Judea precristiana, permiten esbozar un retrato aproximado de “José, esposo de María y padre putativo de Jesús”: era un religioso rigorista, quizás fundamentalista, patriota exaltado, cuya ancianidad fue amargada por un matrimonio contra voluntad y el reconocimiento de un hijo engendrado en sobrenaturales circunstancias. Un sacerdote decepcionado de la jerarquía sacerdotal, que prefirió vivir sus últimos años lo más lejos posible de Jerusalén.
*Historiador
Dentro de la iglesia
El culto a san José apenas comenzó en el siglo XI. En 1847, Pío IX lo declaró patrono de la iglesia y Juan XXIII lo incluyó en el canon o parte central de la misa. Es patrono de los esposos, por haber sido custodio de María y padre legal de Jesús, y de los obreros, porque en mayo 1 coinciden el Día del Trabajo y la fiesta de san José Obrero.
Sin embargo, su gran papel, que despierta devociones y ternuras, es su presencia en el pesebre contemplando con arrobo a Jesús recién nacido. Ahí no hay teología que valga.
“José, esposo de María y padre putativo de Jesús”.
Foto/Tomada de goo.gl/e95tL6//Papel Salmón
San José. Óleo del pintor italiano Guido Reni guardado en el Museo de Bellas Artes de Houston (USA).
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