Jorge Abel Carmona Morales*
Un hombre ha aflojado la intransigencia contra sí mismo y ha decidido bajar de las montañas para impregnarse de algo de humanidad. Un trampero suele cazar osos en los parajes simeros de Asturias, sin compañía; en primavera desciende por despeñaderos, atraviesa cascadas transparentes y llega a un pequeño pueblo donde los aldeanos esperan su llegada para comprarle las pieles de aquellos animales salvajes que lo encaran, como si de uno de los suyos se tratara.
Un comentario, el de un anciano cercano hace que aligere su carga y busque algo de confort al lado de una mujer, vendida como un objeto por otro anciano, que oculta un secreto, del cual el trampero dependerá su suerte. Esa hija preñada ha sido transada por unas cuantas monedas para que se haga la esposa de un salvaje que todos miran con recelo. El trampero descubre la verdad. Su esposa ha muerto en medio del parto. La entierra, junto a su pequeña criatura no nacida; desciende como un animal herido para resarcir el daño causado por ese suegro deshonesto. Recibe a cambio a la hija menor, una joven que tiene miedo de subir a esas alturas indomables con un salvaje como esos. Se adapta los primeros días, pero el ritmo de ese lugar imperecedero, al que no le pasa el tiempo, la hace desistir de esa decisión poco libre. Decide envenenarlo. Un aflojamiento y la justicia del destino juegan con las vidas de dos personas que se encuentran por los enviones azarosos de la vida.
Esa es la trama de la película dirigida por el español Samu Fuentes y protagonizada por su coterráneo, Mario Casas. Si bien, la escogencia de los escenarios naturales es todo un acierto, la historia flaquea en muchos de sus grandes bloques argumentativos. El protagonista no termina de convencer y en los momentos donde su fuerza actoral debe desplegarse con más ahínco, flaquea. Cuando habla, sus pocas palabras están poco cargadas de ese acento que caracteriza a un hombre que decide vivir en medio de las montañas junto a los lobos, como un salvaje que no espera la mano protectora de nadie, ni espera alabanzas ni gratificaciones en territorio hostil como el de aquellos paisajes.
Las escenas que mejor expresividad muestran a lo largo de la película ocurren en los encuentros sexuales de Martinón con ambas hermanas. Los deseos sexuales son desfogados como si de un animal salvaje se tratara, en su obligación de demostrar toda su elementalidad. Luce mejor la hermosa actriz Irene Escolar, quien muestra convincentemente la acumulación de odio hacia ese extraño que fue impuesto por sus padres, con todo y matrimonio para que se alejara del mundo. Ambos actores no terminan de redondear actuaciones sólidas quizá gracias a problemas de guion.
Foto/Tomada de https://bit.ly/2MhkoJh//Papel Salmón
Irene Escolar en la película del director español Samu Fuentes Bajo la piel del lobo.
La historia de un hombre solitario perdido en las montañas del mundo es una moneda corriente en el cine. Encontramos huellas en filmes como Lejos de los hombres protagonizada por Viggo Mortensen. A diferencia de aquella en esta película, el personaje expide sensibilidad por todos sus poros, sus acciones son un alejamiento consciente, pero sin resentimientos. En el filme de Manu Fuentes, el personaje principal, Martinón, se balancea entre una misantropía manifiesta y un cierto apego a las actitudes normales de los hombres. En el final de la película queda un desconcierto por la decisión que toma. Tal vez, le faltó un poco de crudeza en la historia para que la película no se cayera como ocurre al final.
Las intenciones son buenas. Martinón es un hombre solitario que ha tomado la decisión de vivir una vida con la menor dependencia posible de las demás personas; para eso tiene que arreglárselas en un ambiente ajeno que hace suyo. El trasfondo filosófico es el de la confrontación entre hombre y naturaleza que finalmente deben reconciliarse. Esas contradicciones son esenciales, hacen parte de la misma vida universal, cada individuo debe reconocerse en lo extraño.
Martinón hace suya la tierra, la doma, toma de los lobos sus pieles para vestirse, hace velas del tuétano de los huesos de los animales que caza para alumbrar la noche, construye su casa con los arboles del bosque, se la pasa trabajando con los recursos que tiene a la mano.
Foto/Tomada de https://bit.ly/2NzgrUE//Papel Salmón
Mario Casas en la película Bajo la piel del lobo del director español Samu Fuentes.
Todo es cuestión de costumbre, parece decirnos el director: la dependencia de los objetos es una decisión consciente; entretenemos la vida de una u otra manera. Sin embargo, esa idea que ha construido la película se viene abajo porque el guion falla en hacer más fuerte al personaje. Las contradicciones pesan como un vacío pero también pueden hacer más fuerte a aquel hombre de las montañas, no deben existir remordimientos. La naturaleza de un salvaje vive camuflada por dentro y luego se va encontrando a medida que las experiencias la desnudan. Un mejor final hubiera pasado por hacer de la resistencia la fuerza interior de alguien que ha decidido alejarse de la humanidad y es precisamente ese alejamiento la que ratifica la humanidad de los hombres. Y no es que se deban negar las contradicciones en los hombres. Pero las tramas tienen un hilo conductor que es construido coherentemente para que las historias no rueden en el trayecto que supone una película. La muerte como fin último no siempre es el mejor de los finales para un conjunto de acontecimientos que van llevando a los personajes hacia su mejor desenlace.
Bajo la piel del lobo es una película sustentada en una buena idea que al desplegarse va flaqueando hasta desbarajustarse definitivamente.
*Antropólogo. Magister en Filosofía. Universidad de Caldas.
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