Jorge Abel Carmona Morales*
Vice es una película dirigida por un hombre que conoce todos los intríngulis del cine comercial estadounidense. La sociedad de ese país brinda las historias con las cuales algunos directores construyen guiones que tratan sobre los temas políticos que atañen directa o indirectamente al mundo entero. Adam Mckay, luego de La gran apuesta, confirma su experticia en la hechura de este tipo de películas, siempre tan interesantes cuando existe una actitud crítica ante ciertos personajes, tan trascendentales en el destino de esa nación norteña. Ahora viene con este biopic de larga duración sobre uno de los personajes más despiadados de la historia política reciente. Hablamos del vicepresidente de los Estados Unidos durante el primer gobierno del bisoño George W. Bush, Dick Cheney.
Foto/Tomada de https://bit.ly/2XaMwUQ //Papel Salmón
Christian Bale en el papel del vicepresidente de Estados Unidos Dick Cheney, durante el gobierno de George W. Bush, en la película Vice.
Son varios los puntos fuertes de la película. En primer lugar, pese a que el director abarca un periodo muy largo de la vida de Cheney, podemos captar trozos esclarecedores de la personalidad de un hombre de pocas palabras, pero con un carácter recio, sin segundas oportunidades para quienes hicieron parte de su círculo de confianza. Su carrera política inicia con el célebre Secretario de Estado Donald Rumsfeld en los gobiernos de Gerald Ford y Bush hijo, quien lo eligió para ser su asesor por las cualidades que lo caracterizaban como su fidelidad, su parquedad y su habilidad para obedecer órdenes. De su paso por una empresa en la que se encargaba de poner redes eléctricas hasta su ascenso como el hombre más poderoso del mundo, hay un proceso secuencial, pero vertiginoso, porque incluso las personas cercanas, como su esposa Lynne, demostraron su poca confianza en ese hombre borrachín, amante de las rencillas callejeras. Como lo dice explícitamente el narrador de la obra, un donante de corazón para el reputado político, Cheney tenía la extraña habilidad para hacer parecer las ideas más descabelladas como ideas razonables.
Segundo, la película deja ver las motivaciones del poder, con personajes que parecen lobos hambrientos que buscan arrebatárselo a quienes lo ejercen. En un bosque de depredadores, Cheney se convirtió en el más temido de todos, pero pese a que el director deja traslucir un dejo de preferencias personales en contra del político, las actuaciones de éste son el reflejo de las relaciones y de las intenciones que hay detrás de estos personajes; la razón de estado va forjando este tipo de hombres que alimentan sus ambiciones personales con las porciones que aquel le suministra. Cheney se fue enredando en las telarañas de la política estadounidense como un hombre de carrera, cuyos reconocimientos le granjearon la confianza de algunos hombres poderosos como senadores vitalicios, ex presidentes, futuros presidentes que lo consideraron un gran asesor. Por ejemplo, en la campaña de George W. Bush, le impuso condiciones que otros candidatos a presidentes de Estados Unidos no hubieran aceptado, como la unificación de poderes que fueron esgrimidos por abogados que conocían las leyes al dedillo.
Detrás de las reacciones ejecutivas a la crisis por la caída de las torres gemelas, estaba el “vice”; el espionaje a la Cámara, a el Senado y a órganos de investigación como la CIA le dio pleno control al ejecutivo sobre el poder integral en esa nación americana. Detrás de la invasión a Irak, se encontraban los favores que Cheney estaba dispuesto a pagar a las empresas petroleras amigas (él fue un gerente de ellas) para que ingresaran a ese país de Medio Oriente, cuyos pozos petroleros enriquecieron sus arcas. La única conexión entre el jefe de Al Qaeda, Osama Bin Laden y Sadam Husein, a través de un líder chiíta que se inventaron como el terrorista más peligroso del mundo.
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Christian Bale (izquierda) y Amy Adams en una escena de la película Vice del director estadounidense Adam Mckay.
En tercer lugar, las interpretaciones están marcadas por una excelente construcción de personajes. Christian Bale en un cambio de fisonomía extremo se ve como un hombre obeso, de mirada elusiva y con una gesticulación abrumadora que rápidamente hace mimetizar al actor en su papel. No sólo es el cambio de apariencia, es la credibilidad natural que muestra a un hombre típico de la política estadounidense. Junto a Bale, cuyo premio otorgado al mejor actor en los pasados Globos de Oro, lo tienen como serio candidato a ganarse el Óscar en esa categoría para este año, encontramos a las buenas actuaciones de Steve Carell que interpreta a Donald Rumsfeld, a Sam Rockwell, quien encarna el papel de George W. Bush y a Amy Adams, como la esposa del vicepresidente.
En Vice encontramos una buena obra que perfila psicológicamente a un adicto al poder que se lo encontró luego de un llamado de atención de su esposa, quien lo apoyó en los momentos más álgidos de su vida. El pragmatismo de Cheney lo llevó a ascender en la carrera política de manera vertiginosa. Juzgar a un hombre como él, tal como lo hace Adam Mckay, le quita un poco de objetividad a la obra. Si bien sus actos son éticamente reprochables, el ejercicio de la política está plagado de ellos.
Una obra como éstas brinda un buen ejemplo de que la vida privada y la vida pública son dos caras de la misma moneda. Las experiencias, las personas, las situaciones son instrumentos que van labrando la obra de una vida. La personalidad de alguien y un poco de azar a veces se encadenan para hacer de un hombre común alguien que puede determinar la suerte del mundo entero. Cheney solamente empleó la lógica de Estado en su carrera política, sin pensar siquiera que en sus manos quedaba la suerte de millones de personas.
*Antropólogo. Magister en Filosofía. Universidad de Caldas.
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