Jorge Abel Carmona Morales*
Gran, gran película. El cine alemán no se caracteriza precisamente por la comedia. Esa actitud trascendental para ejercer el difícil arte de vivir, se nota incluso en las obras humorísticas, donde los personajes se burlan de esa seriedad que los identifica, sin otro remedio que llorar por sus tribulaciones o reírse de esas paradojas que les ha tocado en suerte como pueblo condenado a los improperios y a las envidias por su legado como colectivo que se siente superior a todos.
Toni Erdmann destila una gran variedad de contradicciones que encierran, precisamente, por ello, una conmovedora aproximación a este marasmo de piel y huesos que somos los seres humanos. Infunden tristeza las situaciones y los personajes; la película habla de un hombre y una mujer ligados por los genes pero distanciados por las decisiones contrapuestas para asumir la vida. Él es un anciano que enseña piano en una escuela y tiene una hija que se ha alejado demasiado para dedicarse al mundo empresarial y cuya misión es reestructurar una empresa en la que se quedarán sin empleo miles de personas en Bucarest. Ella, hija ausente y presa de los apuros laborales, ve que su padre es un hombre excéntrico que se aparece en su vida para recuperarla. El hombre, a través de la generación de situaciones cómicas, intenta reabrir el corazón taponado de su hija con lecciones de solidaridad que ella, no parece, tiene adentro de sus comportamientos habituales.
Entre la alegría y el dolor
En Toni Erdmann, aprende uno que la vida no es monolítica, que los hombres nos movemos entre la alegría y el llanto, que hay un sarcasmo amable que edifica el corazón de las personas con las enseñanzas que deja. A veces asumimos otra identidad o el desprendimiento necesario de ese otro que llevamos adentro para construir puentes con el otro.
El amor de un padre por su hija puede originar situaciones irónicas, que la misma vida va poniendo, sin que uno intervenga inicialmente en ellas, solo para verse envueltos en una decisión que la existencia ha tomado por nosotros. La risa es un poderoso remedio contra la seriedad de la vida, ese que no edifica nada sino que aleja de las personas más queridas, que impide que esos sentimientos de respeto y amor por el otro, afloren. ¿Quiénes somos, entonces? Somos todo eso que nos rehusamos a admitir que somos y somos todo eso que decimos ser. Pero entre una y otra alternativa seguimos siendo el mismo hombre que, desde la infancia ya anunciábamos y que las circunstancias van borrando paulatinamente hasta hacernos creer y hacer creer a los otros, que ya no somos eso que éramos.
Esta obra es una suma de momentos enternecedores, es una mezcla de situaciones ridículas que construye moralejas, que remueve sentimientos a los espectadores por medio de dos personajes tocados por el dolor. Quizá éste es el motor de las relaciones. No hay nada hermoso que no esté mediado por las estelas que el dolor deja en nosotros. Toni Erdmann, puede ser, sin miedo a equivocarnos, la mejor película del año. Una obra imprescindible para quienes aún buscan en el cine esa difícil mezcla de diversión y aprendizaje espiritual.
Sentimientos intemporales
Tal vez, nosotros los latinoamericanos seguimos pensando que ese espíritu gélido de los germanos no ofrece situaciones cercanas con las que nos podamos identificar. En la película vemos que la vida para ellos es menos que una puesta sistemática de barreras. Esa simpleza de la vida es parte de su trascendentalismo; ellos ven el mundo como la única oportunidad de expresarse, que tienen eso que les ha tocado vivir. Ese trato descomplicado con el otro, esa hilaridad que genera para nosotros ciertas situaciones son simples momentos de la existencia, cosas que no se encuentran por encima de lo realmente esencial. Las relaciones humanas, especialmente esas que entablamos con los seres queridos, con padres, madres, hijos, hermanos y amigos no admiten ninguna desprolijidad existencial. El temor al ridículo es una invención de algunos contextos con el fin de apaciguar un poco nuestros miedos.
Toni Erdmann inventa monstruos benignos, hace uso de recursos humorísticos, exacerba situaciones ridículas, que parecen no cuadrar en la historia hilvanada hasta esos momentos. Pero en el contexto del filme, los sentimientos son intemporales, son a-espaciales, no tienen menos importancia que los temores al mundo. El miedo es dejar partir un amor, dejar que las personas importantes para uno, se vayan para siempre. Quizá el relajamiento de nuestros corazones pase por asumir retos llenos de verdaderas afectaciones.
Una fiesta de desnudos para celebrar un cumpleaños, un aparatoso disfraz, en donde Toni Erdmann deja aflorar sus sentimientos más conmovedores, el llanto que le produce la transformación y la retransformación de su hija conmueven hasta el fondo. Esa prótesis dental removible que causa tantas burlas, es un simple insumo para la risa. Esa relación sexual inusual entre una mujer reprimida o adolorida o temerosa y un empresario casado, demuestra la no consumación de nada, el miedo a entregar totalmente el cuerpo por miedo también a entregar algo de intimidad, y dan un tono desconsolador a la película. Ese trato desobligante de los empresarios alemanes y rumanos para con sus trabajadores, habla de un estado explícito de deshumanización que, un viejo solitario, amante de los animales y de los niños, y de su hija, y de su madre enferma, intenta combatir con sus comportamientos inusuales para la mayoría.
Toni Erdmann nos enseña que los seres humanos estamos más cerca de lo que creemos, que las separaciones son circunstanciales. Que las decisiones que tomamos en la vida son simples excusas para no entregarnos plenamente con el otro.
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