Jorge Abel Carmona Morales*
La directora catalana Isabel Coixet nos trae una bella obra llamada poéticamente Nadie quiere la noche, título éste que resume el miedo principal al que se exponen los personajes de esta película en un mundo que al parecer sigue siendo desconocido para la inmensa mayoría de la gente, representada por una pequeña aristócrata newyorkina, de nombre Alphonsine y apellidada como su marido, el explorador Robert Peary, un hombre cuya presencia se siente en todo el filme, sin que ninguna de las dos mujeres pueda desprenderse de él.
La otra mujer es una nativa esquimal que ha vivido entre hombres que comen carne cruda y pasan algunos días y noches durmiendo entre las cúpulas de los iglús, sin ningún rastro de malicia ante las otras personas blancas civilizadas a quienes trata como seres humanos y a las cuales no sustrae de una cultura distinta a la propia.
El vínculo que las une es el mismo hombre, un ególatra acusado ante las sociedades geográficas del mundo de pervertir los hechos mediante declaraciones, libros y documentación direccionada a demostrar sus exploraciones como hazañas pioneras que algunos viajeros rivales no se tardaron en poner en duda en los primeros años del siglo XX. Un amorío pasajero de Peary con la joven esquimal, quien se encuentra embarazada en el momento en el cual se reúnen las dos mujeres, es el elemento de discordia inicial que luego, a través de la compañía y las condiciones atmosféricas adversas en un clima invernal que sobrepasaba las temperaturas negativas por más de 18 semanas, van reconciliando las diferencias.
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Juliette Binoche es una artista, bailarina y actriz francesa, ganó el Premio Oscar en 1996 por su actuación en la película El paciente inglés.
La película es una obra sobre dos mujeres que aprenden a comunicarse por las circunstancias comunes en condiciones extremas, que han sido separadas por las culturas en un ambiente general de racismos tempranos provenientes de los imperialismo del siglo XIX, pero que deben soportase hasta encontrar una esencia femenina común perdida por mundos disímiles que se enfrentan: de un lado, el hombre nativo, cercano y conocedor de la naturaleza a quien trata con respeto y también con mucho afecto; del otro, el hombre blanco civilizado e impetuoso que siente a un planeta extraño a quien debe dominar para desmostar su superioridad. Pero además mujeres, con todo y lo que significa eso. Dos mujeres que arrastran la pesada carga de sus respectivas culturas y que ponen trabas para poder acceder a sus mundos.
En Nadie quiere la noche lo que tiene relevancia es el fuego interno de los sentimientos avivados por el paisaje y la personalidad de los otros individuos que hacen salir lo más extremo, lo mejor y lo peor de la condición humana. En el fondo, hay una lima que se encarga de desprender las asperezas que los egos han venido construyendo por intermedio de la cultura. Ese mundo civilizado queriendo arrasar con idiosincrasias edificadas durante mucho tiempo. Sin embargo Allaka, la joven nativa entrega su bondad con una naturalidad conmovedora a una mujer que se ha vestido con el traje de la civilización occidental en una muestra fehaciente de un etnocentrismo que arrolla otros mundos, otras formas de ver la realidad. Esa relación tirante se va resolviendo con la convivencia, cuya comunicación se transa con el lenguaje, con la comprensión del mundo, no de las otras personas porque ellas son parte del mundo y a este se deben. Ese sentido práctico de Allaka es simplemente el producto de una lógica de la vida corriente que no tiene pretensiones grandilocuentes ni deseos de dominar a nadie. En ella solo reina el amor, a su querido Peary, a su nueva amiga Josephine y sobre todo a una nueva vida que yace en su vientre. Isabel Coixet ha sabido ligar el reto que suponía el encuentro de estas dos mujeres, nadie mejor que ella, tal vez menos que Bergman, para entender que detrás de las caparazones que se ponen las mujeres ante el mundo, hay una esencia femenina que termina por desprenderse de adentro para salir ante las necesidades de la condición de una mujer: el peligro alerta, la alegría de fémina advierte, el padecimiento de hembra termina siempre por mostrarse sin tapujos.
Aunque el paso del tiempo suena lógico en el tono general de la película por el transcurso del invierno polar, las experiencias entre ambas mujeres no alcanzan el nivel de credibilidad que deberían tener. Los subtítulos anunciando dicho paso demeritan un poco la película.
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Rinko Kikuchi fue la primera actriz japonesa en ser nominada a un Premio Óscar en cincuenta años por su papel en la película Babel.
Las actuaciones de la siempre buena actriz Juliette Binoche y de la gran Rinko Kikuchi soportan magistralmente este filme. Porque personajes tan complejos requieren de unas condiciones interpretativas especiales. Además de las dificultades de rodar en ambientes tan difíciles, la fuerza actoral debe imprimir un ritmo constante de contradicciones para ser zanjadas en los momentos más álgidos. Isabel Coixet logra exprimir lo mejor de ambas. El propósito de regodear personalidades distintas y de ponerlas en disputa debido a condiciones culturales incorporadas en mujeres que se encuentran en un clima agreste termina, por contagiar al espectador de una gran ternura.
Nadie quiere la noche es una película trascendental envuelta en una débil armadura de aventuras polares. Cada escena, cada personaje, cada plano están cargados de sentimientos nostálgicos que están encaminados a comprender la condición del hombre en general y la esencia femenina en particular. ¿Qué es una mujer? es un interrogante que bien puede tener una pequeña luz en esta obra intimista.
*Antropólogo. Magister en Filosofía. Universidad de Caldas.
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