Antonio María Flórez
LA PATRIA | España
Recientemente se ha celebrado en Manzanares un homenaje pertinente a Bernardo Arias Trujillo por el octagésimo aniversario de su muerte, en el que José Miguel Alzate dictó la conferencia “Risaralda: un canto a la raza”; en ella afirmó con rotundidad que esa novela es “la más importante que se ha escrito en Caldas”.
Siento mucho contradecir al amigo periodista, pero hacer esta afirmación hoy, significa desconocer la relevancia de lo que ha sucedido en la literatura de esta región en los últimos 25 años en los que se ha confirmado la trascendencia de una generación talentosa y atrevida que ha desbordado incluso el ámbito nacional, y que el recordado Roberto Vélez enmarcó en el llamado Grupo de Manizales (que incluye también a cuentistas, ensayistas y poetas no menos talentosos).
Me he tomado la molestia de revisitar un artículo mío sobre la novela de nuestro departamento al cumplirse cien años de su fundación (2005) y una encuesta que se hizo ese mismo año entre lectores, críticos, estudiantes universitarios y escritores que dio por resultado que hasta ese momento las cinco obras más importantes eran, en su orden: El último diario de Tony Flowersde Octavio Escobar Giraldo, Pensamientos de guerra de Orlando Mejía Rivera, Risaralda de Bernardo Arias Trujillo, Tomás de Rómulo Cuesta y Una y muchas guerras de Alonso Aristizábal. Echaba uno en falta ahí a Toque de queda de Adalberto Agudelo y El viaje triunfalde Eduardo García Aguilar.
En el siglo XIX la novela no tuvo una presencia relevante ya que sus gentes se dedicaron fundamentalmente a la tarea colonizadora, dejando poco espacio a los llamados por Adalberto Agudelo “ocios constructivos”, como la lectura y la escritura. Dije en ese artículo que “Solo hasta que se legitima el territorio y ocurren las primeras bonanzas cafeteras, es que surge una burguesía que cuenta con recursos para cultivarse, viajar y educar a sus hijos en las mejores universidades del país y el exterior. Es gracias a esto que la cultura clásica los impregna y el modernismo tardío florece en las agrestes tierras de Caldas. Serán, sin embargo, la poesía, el ensayo, el cuento y la oratoria, los géneros predilectos en el Eje Cafetero: la novela será un género marginal, que no obstante marcará algunos hitos importantes en el desarrollo literario regional de las primeras décadas del siglo XX. Ese amor por lo grecolatino, la emulación del modernismo, la vocación política de sus líderes e intelectuales y el cultivo de una oratoria grandilocuente, dieron origen a un movimiento llamado eufemísticamente por Mejía Duque como Grecoquimbayismo, que ha marcado en buena medida la imagen y el decurso de la cultura caldense del siglo pasado”.
Uno se precia de seguir muy de cerca el devenir de las letras caldenses contemporáneas por particular interés, pero lo hace desde la distancia, ajeno a las posibles componendas o animadversiones que pudieran afectarla en su origen. Esta distancia le permite a uno valorar su decurso, sin demasiada contaminación, pero sobre todo permitiéndose contextualizarla internacionalmente y su repercusión en España y otros países. Y los nombres que uno ve son los mismos que ya se apuntaban hace más de una década, ya en plena madurez, con la incorporación de algunos nombres muy interesantes, como los de Beatriz Elena Robledo y Adriana Villegas.
El triunvirato, en nuestra opinión, pasa por los nombres de Octavio Escobar, Adalberto Agudelo y Orlando Mejía Rivera. Todos con premios nacionales de literatura (algunos internacionales), publicaciones en el exterior, reconocimiento crítico y tratar de tú a tú a sus congéneres nacionales, en una época en que la narrativa colombiana pasa por un excelente momento y se quitó del todo la apabullante presencia de García Márquez y Álvaro Mutis: Laura Restrepo, Juan Gabriel Vásquez, Jorge Franco, Pablo Montoya, Pilar Quintana, por mencionar sólo algunos nombres. Uno no puede descartar de esta lista del último cuarto de siglo en Caldas a Jaime Echeverri, a García Aguilar y a Néstor Gustavo Díaz.
He consultado a varios escritores y conocedores del tema, sin otro ánimo que auscultar el panorama y contrastar opiniones, incluida la mía. La novela más importante de toda la historia de Caldas no debe salir de estos dos nombres, Adalberto Agudelo y Octavio Escobar. Del primero uno se debate entre Pelota de trapo y Toque de queda, la primera por su riqueza idiomática y la segunda por su universalidad. Del segundo, la lista es más larga: Después y antes de Dios, 1851, El último diario de Tony Flowers, Destinos intermedios, Cielo parcialmente nublado y El mapa de Sara, todas ellas caracterizadas por la excelsitud de su prosa y su modernidad compositiva.
Yo pienso que la mejor de todas es 1851, pero debo atender ciertas consideraciones que no son de poca monta. Es que Después y antes de Dios ganó un premio internacional de prestigio, fue publicada en España y en Colombia por dos importantes editoriales con buenos índices de ventas y ganó, además, el Premio Nacional de Novela del Ministerio de Cultura. Razones difícilmente contestables.
Uno revisa la larga lista de novelas consideradas del siglo XX y lo que va corrido del XXI. Ahí caben varios escritores con obras de alta calidad estética y relevancia internacional, pero me cuesta mucho trabajo meter entre las diez primeras, a día de hoy, a Risaralda de Bernardo Arias Trujillo, lo que no quiere decir que desmerezca un lugar importante en la historia de la literatura caldense de siempre, pero lo que hoy adorna a nuestras letras es de tanto peso y relevancia que uno se asombra de que la gente de la región se siga resistiendo a reconocer la justicia de estas apreciaciones.
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