LA PATRIA | Manizales
Ayer fue alevosamente asesinado, en forma oscura y cobarde, Eudoro Galarza Ossa, director de "La Voz de Caldas", por un oficial de Ejército. El pretexto escogido fue sencillamente baladí, y la forma de la reacción indigna del honor militar. Galarza Ossa era un hombre valiente, de los que no rehuyen nunca un lance personal. Citado a cualquier campo hubiera concurrido con la entereza característica de todos sus actos. En la forma en que fue consumado el hecho reviste toda la repugnante gravedad de una emboscada.
Hace apenas ocho días que Alberto Galindo, redactor de "El Espectador" y representante al Congreso, fue víctima de un atentado semejante, dirigido por dos oficiales. Con este motivo se publicaron además fotografías de mujerzuelas disfrazadas con uniformes del Ejército. Todo indica un inquietante estado de desmoralización en las instituciones armadas, que sería inútil tratar de disimular. En el crimen de Manizales existe un fenómeno de contagio, que es precisamente el aspecto más delicado del problema.
Nosotros sentimos especial predilección por las instituciones armadas. Nuestro deseo sería dotar al país del Ejército mejor equipado y preparado del continente. Un pueblo vale tanto como sus oficiales y soldados, En el mundo moderno esta ha llegado a ser la medida de la grandeza nacional. Colombia no tiene una tradición guerrera, pero sí un pasado de honor y de disciplina en los cuarteles, que es más alto símbolo de nuestras instituciones republicanas.
Pero en los últimos años el Ejército ha sufrido dos golpes mortales: el Protocolo de Río de Janeiro y la administración López. No en vano en los momentos en que avanzaba el coronel Matamoros a perseguir a los inermes campesinos de Arboledas, se daba la orden de suspender las operaciones en la frontera invadida. Desde entonces los militares comprendieron que las armas de la República no eran instrumentos de defensa nacional, sino herramientas de cirugía personal y política en el interior.
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Fue entonces cuando el presidente Santos le dirigió alarmado un mensaje al director de "El Tiempo" citando estas palabras de Eduardo Daladier, ministro de Guerra en Francia, contra la intromisión en la política en las instituciones armadas:
"Yo exijo de los jefes del Ejército la más exquisita atención hacia todos los hombres que sacrifican al servicio del país dos años de su juventud y he exigido no solo de todos una lealtad republicana, sino que se coloquen al margen de toda manifestación política, cualquiera que ella sea. La política en el Ejército es la división, la debilidad y la ruina.
"Todos los ejércitos, así de los tiempos pasados como los de hoy, que ya en el terreno, ya en los cuarteles, se han dejado penetrar por una propaganda política, venga ella de donde viniere, o han ido a la revuelta o a la guerra civil, o han quedado reducidos, a la impotencia y han sido un terreno propicio para los invasores".
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Personalmente el actual ministro de la guerra tiene que ver tanto con los sucesos de Bogotá y Manizales como el Gran Lamacol Tíbet o el Emperador de Trevisonda. Pero los tres ministros en conjunto han creado el ambiente de corrupción e indisciplina que ha llevado a algunos oficiales a la emboscada contra Alberto Galindo, a la prostitución de los uniformes, y al asesinato de Eudoro Galarza Ossa. El Ejército en sí mismo es inocente. Pero no hay fuerza moral que resista los viles métodos de perversión y de politiquería que se han entronizado en el Ministerio de la Guerra.
El doctor Santos ha protestado contra los últimos sucesos con un acento que denuncia la sinceridad del corazón. Pero esto no basta. Para que el país pueda creer efectivamente en estos propósitos de enmienda es preciso arrojar del Ministerio de la Guerra al manzanillo pluscuamperfecto que hoy desempeña esta cartera. Todo lo demás es mentira. El Ejército, incluyendo al ministro debe ser un cuerpo exclusivamente técnico, donde se alcanzan las altas graduaciones tan solo por una escala rigurosa de méritos.
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Es preciso que la opinión pública no se extravíe al juzgar estos actos pretendiendo condenar colectivamente al Ejército, donde hay servidores abnegados de la Patria y caballeros que honran el uniforme. El teniente Cortés era una excepción en la oficialidad de Manizales, aprestigiada por jóvenes pundonorosos, que condenan en el fondo de su corazón el villano ataque. Desprestigiar al Ejército es atentar contra la República que tiene allí su expresión íntegra.
Esperamos que la protesta del Gobierno, del parlamento y de la prensa sea tan enfática como en el caso de Alberto Galindo porque se trata no solo de un ciudadano que le igualaba en méritos, sino de un ataque infinitamente más injustificado y reprobable.
Toda vacilación ahora sería una complicidad más grave aún que el asesinato. No podemos negar que la libertad de prensa ha sufrido un rudo golpe con los últimos acontecimientos, porque estamos regresando a la venganza privada. Los periodistas ya no pueden denunciar las irregularidades del Ejército, sin hacer previamente testamento y tomar su seguro de vida. La sanción debe ser tan enérgica como han sido de crueles, abominables e irreparables los atentados. De lo contrario iremos hacia una sangrienta oligarquía militar.
Eudoro Galarza Ossa fue un periodista enérgico, arrojado y valiente; un político de combate que ocupó destacadas posiciones en su partido y un padre de familia ejemplarísimo. Escritor de vocación murió cumpliendo con su deber. Con toda la indignación de nuestro espíritu reprobamos el cobarde asesinato y pedimos justicia para su sangre vilmente derramada. La bala que le arrebató la vida ha caído en el corazón de la Patria.
El régimen sigue cubriéndose de culpas y no aparece la reacción nacional. Pero ella vendrá un día entre un coro de banderas y de campanas, bajo las sombras tutelares de Cristo y de Bolívar. Que ellos nos ayuden a resistir sin vacilaciones y a encontrar el destino que le ha reservado a Colombia.
Destacados
- Los periodistas ya no pueden denunciar las irregularidades del Ejército, sin hacer previamente testamento y tomar su seguro de vida.
- Galarza Ossa era un hombre valiente, de los que no rehuyen nunca un lance personal. Citado a cualquier campo hubiera concurrido con la entereza característica de todos sus actos.
- El Ejército, incluyendo al ministro debe ser un cuerpo exclusivamente técnico, donde se alcanzan las altas graduaciones tan solo por una escala rigurosa de méritos.
Nota de la Redacción
Es una paradoja que el editorial de LA PATRIA del 13 de octubre de 1938 haya de una vez descalificado el acto cometido por el teniente Cortés contra el director de La voz de Caldas, Eudoro Galarza Ossa, como "una reacción indigna del honor militar", y que haya sido justo la defensa "del honor militar", el argumento con el que el 8 de abril de 1948, el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán logró la absolución del oficial.
La motivación del asesinato fue una nota publicada en el periódico de Galarza dos días antes, en la que se dio cuenta del maltrato cometido contra un soldado del Batallón Ayacucho, arrojado desde el primer piso al patio de la guarnición por el teniente en cuestión.
Antes de disparar su arma, cuentan las crónicas de la época, el propio teniente reconoció que el hecho era cierto, pero que esos asuntos, a su consideración, no se debían ventilar públicamente, como buen representante del secretismo que impera aún hoy en los organismos castrenses.
La Fundación para la Libertad de Prensa (Flip) ha dado cuenta de 158 homicidios contra periodistas desde 1977 en Colombia. De estos casos, 122 permanecen en completa impunidad, solo en 28 se llegó a los autores materiales, apenas en tres a los autores intelectuales y solo en uno, el del subdirector de LA PATRIA asesinado en el 2002, Orlando Sierra, se ha condenado a toda la cadena criminal.
El crimen cometido contra Galarza tuvo un juicio, pero no fue justo. Un juez de Bogotá decidió declarar inocente al teniente Cortés, a pesar de los reclamos de todo el país porque hubiera justicia. La que reclamaron LA PATRIA y medios nacionales, pero que no llegó. Su crimen fue el primero de un periodisa en Colombia y el primero en quedar en la impunidad.
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