Carlos Alberto Sarmiento
LA PATRIA | Manizales
Dicen que los ojos son el reflejo del alma. Los de mi papá son el de su Manizales querida, del mendigo, el potentado, la pareja que ríe feliz el día de su boda, la madre que llora desconsolada la muerte de su esposo e hijos sepultados por el alud de tierra, del futbolista que salta emocionado con su puño al cielo para celebrar el gol, o las manos del político que ante los ojos de mi padre y a esa magia que sólo él sabe, se agigantan y abrazan en un solo grupo entre miles de personas de la plaza pública. En él todo es mágico.
Recuerdo cuando llegaba por las noches y yo debía estar listo para las clases de fotografía. Los elementos que utilizaba eran: un block, tres lapiceros (azul, rojo y verde). El azul, para delinear el campo de desarrollo del trabajo “periodístico” (cancha de fútbol, de baloncesto o una pista atlética); el rojo, para determinar los elementos usados en cada acción (balón, jabalina o hasta la “pita” que revienta el atleta al cruzar la meta); y el verde, para las personas (el factor humano, "que es el más importante", me decía). Y, lógicamente, no podía faltar la cámara fotográfica, una Rolley Flex inmensa.
Recuerdo cuando debuté en el estadio Fernando Londoño Londoño y el 'Pecoso' Chica, que era el redactor deportivo de LA PATRIA, me presentó como el nuevo fotógrafo de deportes. Los amigos a quienes les comentó le respondieron: “es más grande la cámara que el fotógrafo” (yo tenía 8 años).
Evoco la primera vez en el laboratorio. Antes de apagar la luz me mostró el rollo que iba a revelar y me dijo: “este es un carretel cubierto por una cinta de papel, pero en su interior está la película fotográfica, de ella vamos a sacar personas (y apaga la luz).
Yo me quedé quietecito esperando el momento en el cual saltarían a mi alrededor (y prende la luz). "¿Dónde están los señores?", pregunté, y él haciéndome un ademán de espera con su mano, muy despacito iba subiendo la película ya revelada, y ¡Oh! Sorpresa, ante mis ojos maravillados aparecieron los cuerpos con caras, manos con uñas, cabezas con sombreros y hasta el humo de un tabaco que tenía un señor en la boca, y cuando se inició el proceso de copiado y luego el revelado me subió en un taburete, y mostrándome una cubeta con una “agüita” me dijo: “es el agua mágica”.
Y metió en ella una hoja de papel, empezó a agitar la cubeta con una mano, mientras con la otra pasaba sus dedos sobre la cartulina y "¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Qué es esto?", exclamé… Ahí sí estaban de verdad los señores, ahora sólo faltaba que hablaran. Díganme ¿quién no se contagia así con tanta belleza?
En una oportunidad, para un eclipse de sol, él con varias horas de anticipación preparó sobre un trípode su cámara fotográfica, y yo como siempre a su lado aprendiendo el manejo del teleobjetivo que era indispensable. Él entraba y salía mirando ansioso su reloj; cuando el fenómeno celestial empezó a formarse, se arrodilló y colocó su ojo mágico en el visor de la cámara, y con solemnidad y silencio absoluto, pues sólo se escuchaba el clic del obturador, se entregó de tal manera a lo que realizaba que por momentos yo lo veía como elevarse.
Terminado el acontecimiento se levantó y dijo: “Dicen que no se puede tapar el sol con las manos, y yo lo acabo de hacer con este dedito”, mostrando sonriente su índice. Así es él. Todo mágico.
Cierta vez un cirujano plástico envió una dama a su estudio fotográfico para que le realizara varias imágenes de frente y perfil, pues estos profesionales se apoyan en la fotografía para realizar sus trabajos. Mi papá atendió a la señora e hizo lo indicado. Tomadas las fotografías, la modelo también le encargó una serie para ella “y que me deje bien linda, Sarmiento", le dijo.
Tenía que hacer las fotografías de la señora “retocadas” y las del médico sin retoque, para que pudiera con el bisturí mejorar lo pertinente.
Al cabo de unos días llegó un mensajero por el trabajo, pero sin el dinero, pues el galeno pasaría luego a cancelarlo. Mi mamá, quien atendía el negocio, consultó con mi papá, y él le dijo: “sí mija, no hay problema”, y él mismo empacó las fotos en un sobre y las envió.
-Pero cómo se te ocurre entregarlas sin la plata, mira que el arriendo ya está encima y las facturas no dan espera, vos si sos muy tranquilo- amonestó mi mamá.
-Tranquila que él no demora en llegar, espere y verá.
Dicho y hecho… al poco rato llegó el médico… "El trabajo quedó excelente, pero mire por Dios que yo necesito estas fotos sin retoque y usted las retocó". Mi papá las cogió y le dijo: “las confundí, espere traigo las suyas", y trajo las sin retocar… "Estas son las que me sirven, tenga le pago Sarmiento", y pagó. Cuando el médico salía, mi papá con una fotografía de las retocadas en su mano le dijo: “para que vea doctor que yo también soy cirujano plástico”, y a mi mamá: “qué le dije, que no demoraba en llegar".
Mi papá nació en Paute, provincia del Azuay, cuya capital es Cuenca (Ecuador). Sus padres fueron Manuel Sarmiento Villareal y Zoila Felicia Segovia Andrade, de cuya unión hubo cuatro hijos: tres mujeres y un varón. Su vida transcurrió normal hasta el fallecimiento de su madre, que lo sorprendió cuando contaba con sólo 7 años y apenas iniciaba sus estudios, por lo tanto la monotonía de la finca a la escuela y los duros trabajos de campo los fines de semana lo hicieron pensar en que debía emigrar y forjarse un futuro.
Más, cuando su padre, y siendo él el único varón, le encomendaba trabajos muy pesados, “pues la finca no se puede dejar acabar y usted tiene que seguir con la tradición familiar”, le decía el papá. De todas maneras el “bicho” por la fotografía ya lo había picado, pues esporádicamente llegaban a sus manos revistas deportivas, y las fotografías “espectaculares” que en ellas veía lo hicieron tomar la determinación de ser fotógrafo de prensa y conocer el mundo, otro de sus sueños.
Una mañana de cualquier día y cualquier mes de 1945 y sin decir nada (pues su padre no se lo permitiría) empacó lo poco que poseía y viajó a Guayaquil, donde buscaría un profesor de fotografía, ¿cómo? “preguntando se llega a Roma”… y sí señor, al poco tiempo de haber llegado logró hacer algunos conocidos en el diario El Telégrafo, quienes viéndolo tan joven (14 años) y con tanto entusiasmo, lo encaminaron a donde don Rosalino Carche, quién le preguntó al llegar "¿y para qué quiere aprender? Eso no es tan fácil…”. "Pues si quiere enseñarme, o si no, no, además le voy a pagar (le contestó mi papá)". A don Rosalino, seguramente, le cayó en gracia “el peladito” y no solamente fue su profesor, sino que lo nombró su ayudante, y le pagaba.
En 1948 empezó a trabajar en El Telégrafo, periódico de los hermanos Santiago, Abel y Eduardo Castillo.
Cómo a los tres meses, y viendo su profesionalismo (había cinco fotógrafos más), fue llamado por don Santiago, quien le dijo: “Sarmiento, organice todo para que viaje a Argentina, va a cubrir una competencia internacional de automovilismo Buenos Aires-Caracas, hemos fletado una avioneta que estará al servicio de ustedes". (Así se cumplía otro de sus sueños, viajar, conocer el mundo).
En la avioneta contratada por El Telégrafo viajaban un periodista Medina, otro Martínez y José Capobianco, su compañero del periódico… En tan poco tiempo de trabajo no sólo tenía nuevos amigos sino que también empezaba a conocer Argentina, Bolivia, Perú, y si las cosas seguían bien cruzaría Ecuador, Colombia y Venezuela.
Recuerda mi papá que la situación más difícil era el envío del material periodístico, en los aeropuertos les tocaba pasar las verdes y las maduras para despacharlos en avión para Guayaquil. Cuando regresó, a mi papá lo estaban esperando los hermanos Castillo con dos revistas en la mano, una de Coche a la Vista y otra de El Gráfico, con fotografías en portada de Carlos Sarmiento, tomadas de El Telégrafo… Se ganó el viaje a Colombia y Venezuela, "y siga cubriendo la competencia, que inicialmente pensábamos que terminaría en Guayaquil".
Así llegó a Caracas. “Cuando la competencia pasaba por Valera, Juan Manuel Fangio y Oscar Galvis se disputaban la punta, pero se les volteó el Cristo y ganó Domingo Marimón".
De regreso a Guayaquil le tocó cubrir la información gráfica de un equipo que llegaba de Colombia, el Deportes Caldas, que enfrentaría en diferentes fechas a los equipos Norte América, Barcelona y Nueve de Octubre. La calidad de sus fotografías no pasaron por alto en los jugadores y visitantes, y lo buscaban para felicitarlo por tan “estupendo y oportuno trabajo”. Así conoció a Bernardo Arango (arquero), Kersol y Luengo (defensas), Garrido, Navarro, Evar Kativiela (medios), Carlos Arango, Segundo Tessori, Julio Ávila, Rubén (colorado) Padin y "Diente de leche" Villalba (delanteros), quienes le dijeron: “cuando visites Colombia, date una pasadita por Manizales, quedas cordialmente invitado”.
Una mañana, muy temprano, recibió una llamada de Ismael Sucre Pérez Castro (dueño del diario El Universo), quien le pidió que pasara por su despacho; mi papá aceptó, pero la curiosidad pudo más que la espera y se comunicó con don Rosalino Carche, quien era reportero gráfico de ese periódico. Le comentó sobre la llamada y él le contestó: “sí jovencito, yo hablé con el señor Pérez Castro, pues ya deseo retirarme, además usted es capaz de hacerlo, asista a la cita, eso sí, haga un buen contrato y hágase cargo”.
Así pasó de reportero de El Telégrafo a El Universo, pero ese espíritu de aventurero y las ganas de andar por el mundo no lo dejaban en paz, pues recordaba su estadía en Venezuela y el valor de su moneda (el Bolívar) y tampoco olvidaba la invitación de los jugadores del Deportes Caldas. Y pensó: “estoy joven, tengo buenos ahorros, por qué no hacer el viaje a Colombia, pasar por Manizales, seguir a Bogotá y terminar en Venezuela”. Así, en un abrir y cerrar de ojos, amaneció en Manizales.
Lo primero que hizo fue buscar a sus amigos del equipo de fútbol, quienes de inmediato lo acogieron, y ¡pum! de una vez al estadio, al entrenamiento, y le propusieron a que les tomara fotos. Así pasaron varios días, los cuales aprovechó para conocer a los fotógrafos manizaleños Pompilio Pinzón y Feliner, quienes procesaban sus películas y ampliaban sus fotografías.
Una mañana estaba “embelesado” tomando fotografías en uno de los entrenamientos del equipo, cuando se le acercó un señor: “mi nombre es Horacio Jordano y trabajo como periodista deportivo de LA PATRIA, soy argentino y vivo en la casa del Deportes Caldas, vamos che, te invito a almorzar en la concentración y echate en la bolsa unas fotos de las que hacés para mirarlas”… Fue al hotel donde se hospedaba, separó tres fotografías y fue a la concentración que quedaba cerca de Bavaria, en la Avenida Santander. Jordano miraba el trabajo y con su cabeza aprobaba.
Una mañana, también en el estadio, el periodista deportivo llegó con otro señor y le dijo: “Te presento a don Arturo Jaramillo, también es periodista de LA PATRIA y quiere hablar con vos", y don Arturo le dijo: “vaya esta noche a LA PATRIA”. Mi papá fue a la cita acordada y el señor Jaramillo le propuso que trabajara para este diario, y mi papá le dijo que no porque este periódico no le pagaría lo que él pedía, a lo que don Arturo contestó: “eso no lo hable conmigo, venga mañana y habla con don Bernardo Giraldo”.
Al otro día visitó a Feliner, con quien ya tenía buena amistad y le comentó lo acontecido, su deseo de pasar por Bogotá y llegar a Caracas donde pensaba radicarse. Su amigo le dijo: “hable con el gerente, si llegan a un acuerdo ensaya, si se amaña se queda, o si no sigue su itinerario". Así lo hizo.
Don Bernardo lo atendió de inmediato y lo invitó a un tinto en el café El Candil que quedaba al frente. Hablaron y llegaron a un buen acuerdo, pero mi papá no tenía los papeles en regla. Don Bernardo le dijo: “volvamos a la oficina, yo hago una llamada”. Se comunicó con el doctor José Restrepo, quien en ese momento era secretario de Obras Públicas, y éste le respondió que en media hora devolvería la llamada.
Dicho y hecho, en el tiempo convenido mi papá hablaba con el dueño del periódico, quien lo mandó para el DAS, donde Samuel Robledo, subdirector, quien lo atendió. Mi papá tuvo que regresar a Ecuador por varios documentos para legalizar su trabajo en Manizales. Como en ese momento era menor de edad, don Bernardo en el contrato de trabajo colocó que tenía 20 años y 11 meses.
Todo esto acontecía el 12 de junio de 1950, época desde la cual empezó una carrera de éxitos sin precedentes. A los dos años y medio contrajo matrimonio con Zulay Estrada (manizaleña), de esta unión nacieron 6 hijos, 9 nietos y 4 bisnietos (todos manizaleños). También su equipo del alma ,el Once Caldas y el periódico de su recontra, recontra, alma… LA PATRIA, al cual ama con todo su corazón y devoción.
El nombre de Carlos Sarmiento y el de LA PATRIA han dado la vuelta al mundo con el premio mundial de fotografía Mergentaler, de la SIP; premios incontables a nivel internacional, nacional y local, condecorado por el gobierno departamental, nombrado Caballero Honorario de la ciudad por la Alcaldía de Manizales, condecorado por el Ejército, la Policía, los entes colegiados de la ciudad y los gremios periodísticos nacionales y locales. En fin, se me quedan muchas otras en el tintero; alguna vez alguien publicó que Carlos Sarmiento tenía 3 patrias: La patria ecuatoriana, la patria colombiana y LA PATRIA de los Restrepo, en Manizales.
Y no se equivocó, aunque yo le agrego su patria chica, Manizales, y todos los manizaleños sin distingo social, porque mi papá se ha “codeado” con todos, y todos se han “codeado” con Carlos Sarmiento. ¿Si o no que en mi papá todo es mágico?
Para terminar recuerdo unas frases que expresó Pablo Neruda: “Medite esta crónica, hasta que maduró en mi cabeza y en mi sangre”.
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