Luis Francisco Arias B.
LA PATRIA | Manizales
Jheovanny Gómez Zuluaga, de 37 años, parece predestinado a destacarse en cada combate de su vida. Con tan solo 1,68 de estatura y 72 kilos de peso, el apoyo de este manizaleño a Deontay Wilder, nuevo campeón mundial de boxeo de los pesos pesados del CMB, fue vital para que el deportista avanzara en su carrera.
Gómez, quien con el norteamericano Wayne Greimball es propietario de tres restaurantes de comida mexicana en Tusqueloosa (estado de Alabama, Estados Unidos), ciudad natal de Wilder, conoció al gigante de 2,01 metros de estatura y 219 libras de peso, cuando el boxeador trabajaba repartiendo cervezas en un camión en esa región del sur del país.
Eso fue en el 2007, cuando Gómez ya ajustaba ocho años en Norteamérica, tiempo en el que pasó de lavar platos en un restaurante que le pertenecía a Greimball, a convertirse en su socio en “Jalapeños”, una cadena de estos negocios de comidas.
Para esa época el nuevo campeón de los pesos completos tenía solo 21 años, y les pidió apoyo económico a sus amigos Greimball y Gómez, quienes primero dudaron, pero luego cambiaron de opinión al ver la determinación del joven deportista: “Voy a ser el campeón del mundo”.
Poco después Wilder se convirtió en campeón aficionado de los Golden Gloves USA y en el 2008 ganó medalla de bronce en las Olimpiadas de Beijing, razón por la cual comenzó a ser llamado el Bombardero de Bronce.
Los socios de “Jalapeños” vieron que su ayuda no era en vano y lo siguieron respaldando hasta el pasado 17 de enero, cuando Wilder se ganó una bolsa de un millón de dólares y se volvió el número uno de la máxima categoría, al obtener la victoria por decisión unánime en su combate frente al canadiense Bermane Stiverne, en el MGM Grand Arena de Las Vegas.
Un ganador
Como Wilder en el momento que solicitó ayuda, Gómez solo tenía 21 años y manejaba un taxi cuando le pidió dinero prestado a su papá, Luis Gonzaga, con la meta de irse a los Estados Unidos a probar suerte y reencontrarse con su novia, Johana, a quien había conocido desde niña en el barrio La Sultana, y con quien mantuvo una relación por cartas y teléfono por cerca de cuatro años.
Ella vivía con sus padres desde hacía tres años en Tusqueloosa, una ciudad de 125 mil habitantes, donde 35 mil de ellos son estudiantes, y de la que Gómez rápidamente se enamoró. “Es una ciudad muy bonita y universitaria, así como Manizales”, asegura emocionado.
Como su suegro, Bernardo Cortés, trabajaba en el restaurante La Fiesta, de Greimball, consiguió que lo engancharan como lavador de platos y cocinero. Gómez, que ha sido bueno para ahorrar dinero, se convenció de que lo ganado lo invertiría en aprender inglés, y sería su estrategia para cambiar su visa de turista por la de estudiante y mantenerse legal en los Estados Unidos por un buen tiempo.
Gracias al patrocinio financiero de Greimball pudo entrar a la Universidad de Alabama y hacer un curso de inglés durante ocho meses que aprovechó al máximo. “Yo no sé qué vio él en mí, pero el día que le pedí ayuda solo se sonrió y firmó los papeles en los que él aparecía como mi codeudor ante la universidad… era el equivalente a unos $30 millones”.
Para no tener que ser ilegal o verse obligado a regresar a Colombia, Gómez se matriculó luego en la misma universidad a estudiar Administración de Empresas. La intensidad del trabajo y el estudio le dejaban poco tiempo para descansar. “Todo lo que hacía era prácticamente para pagar la universidad, porque allá la educación es muy costosa”.
Gracias a su persistencia, su jefe le permitió pasar a la atención al público, y comenzó a ganar más dinero. “El 95% de los clientes eran americanos, y eso me permitió practicar el inglés, que apenas chapaleaba”, relata Gómez. En ese momento decidió casarse con Jhoana, quien también era compañera de trabajo. Poco después, en el 2001, Greimball tuvo la idea de abrir una nueva línea de comidas, y lo encargó de la administración.
Asustado por la responsabilidad, comenzó la nueva aventura con dos cocineros y un mesero, pero no se amilanó. Solo seis meses después los clientes eran tantos que empezaron a pensar en un local acorde con la demanda. Dos años después quien era su jefe le propuso que fueran socios, y así consiguieron una sede propia más amplia, que decoraron a su estilo.
Ante el éxito, vieron la necesidad de abrir un segundo “Jalapeños”, y luego se decidieron a abrir una tercera sucursal. Hoy son 90 los empleados en los tres restaurantes, y el crecimiento en las ventas no se detiene, como tampoco lo hace el éxito de Wilder desde que recibió el apoyo de sus amigos, quienes hoy no solo celebran sus triunfos comerciales sino la alegría del campeón de la máxima categoría, en la que brillaron Mohamed Ali y Mike Tyson, y que era esquiva para los estadounidenses desde el 2006.
Nocaut en el comercio
Hace cinco años, gracias al llamado que le hizo su amigo Fitzgerald Washington, de las minorías negras, para que aprovechara el crecimiento de su negocio e ingresara a la Cámara de Comercio, Gómez logró el respaldo de los 1.100 comerciantes del oeste de Alabama para representarlos como minoría en la Junta, y desde hace dos años es uno de los cinco miembros del Comité Ejecutivo del gremio.
El colombiano ya se había hecho popular, entre otras razones porque el primer restaurante quedaba cerca de la Alcaldía de Toscaloosa, y muchos funcionarios, incluido el mandatario local, almorzaban allí con frecuencia. Su empuje y convicción lo llevaron pronto a ser tenido en cuenta por el propio gobernador de Alabama, Robert J. Bentley, quien ocupa el cargo desde el 2010, para que sea parte de una comisión que lo asesora en temas de desarrollo local.
Como la Cámara de Comercio también se ocupa de impulsar proyectos regionales, Gómez ha estado tres veces en delegaciones del estado que van a Washington a tratar temas locales con dirigentes de la Casa Blanca y senadores federales, como Richard Shelby o Jeff Sessions, con quienes también ha tenido la oportunidad de hablar positivamente de Colombia.
Como si fuera poco, el año pasado fue elegido el “Comerciante del Año” en Alabama y las Fajitas Gumbo, especialidad de “Jalapeños”, fue escogido como el mejor plato de todo el estado en un concurso que se hace cada año. Sobre las razones de esos éxitos, Gómez se limita a responder: “Me gusta ir al día”.
El pasado 5 de febrero vino a Manizales, en una visita relámpago para celebrarle el cumpleaños de su mamá, doña Fabiola Zuluaga. Vino con su socio, a quien considera como su otro padre en los Estados Unidos. Gómez está muy agradecido con su amigo Wayne.
“Por él pude entrar a estudiar, él me enseñó todo lo que sé de restaurantes y me ayudó a quedarme en Estados Unidos luchando por el objetivo de ser exitoso”, asegura mientras lo señala y lo mira a los ojos.
Algo parecido debe estar pensando el hoy campeón mundial frente a quienes creyeron en él cuando era apenas un carismático repartidor de cerveza, que soñaba con sobresalir en el cuadrilátero.
Lo cierto es que en esta historia de éxitos hay una especie de doble paradoja: el colombiano no solo cumplió su sueño americano, sino que ayudó a un americano a cumplir su sueño mundial.
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