Andrés Rodelo
LA PATRIA | Manizales
Entre María Alejandra Espinosa (17) y José Fernando Chavarriaga (60) hay 43 años de diferencia. Al ser ambos de generaciones distintas existen cuestiones que los separan, necesariamente, aunque hay algo en lo que coinciden con pasión. “Qué orgullo estudiar en el Instituto Universitario de Caldas”, dice ella, personera de la institución en la jornada de la mañana. “Este es el mejor colegio del departamento”, le responde él, egresado del plantel hace 41 años.
Las tres hijas y el nieto de Chavarriaga, abogado de profesión, dan cuenta de su larga estancia en este mundo. En cambio, ella vive con su padre y su mascota en el barrio Linares. Los dos se encontraron en un aula de este colegio, que tiene más de 100 años de historia, para conversar sobre lo que era estudiar allí hace 41 años y lo que es hacerlo hoy.
José Fernando Chavarriaga (JCH): Los muchachos jugábamos con una pelota de trapo o de caucho en el descanso. El que tuviera balón era rico, eso era un lujo. Los alumnos no vestíamos uniformes colegiales. Además, cuando acababa una clase nos desplazábamos a otro salón para la siguiente. ¿Cómo son estas cuestiones hoy, María Alejandra?
María Alejandra Espinosa (ME): Hoy el uniforme es indispensable, una regla en la que se hace hincapíe. En los descansos ponemos música y hablamos. Los alumnos permanecen toda la jornada en un aula de clase. Como somos tantos, perderíamos tiempo desplazándonos de un salón a otro. Solo nos movemos para la clase de Historia del Arte.
JCH: ¿Hoy los asesoran sobre qué carrera estudiar? Lo pregunto porque cuando estaba aquí algún profesor nos orientaba al respecto, pero no nos daban una capacitación para perfilarnos profesionalmente. Además, había pocos pregrados: Medicina, Veterinaria, Agronomía, Ingeniería, Derecho y pare de contar. En cambio, hoy hay más opciones.
ME: Los alumnos eligen una modalidad en grado noveno, dependiendo de lo que les guste. Yo, por ejemplo, me inscribí en la de Biología, porque quiero estudiar Medicina. Si un estudiante va a presentar el examen de la U. Nacional, los profesores de Cálculo le comparten simulacros para prepararse, sacan tiempo para explicarle los temas.
JCH: Al presentar un examen sacábamos una hoja y un lapicero, nada más. Teníamos una profesora que nos dividía por filas para no copiarnos. En mi tiempo unos alumnos hacían trampa pasándose paquetes, la famosa copialina, o le miraban al otro por encima del hombro. Era muy irresponsable. Si no estudiaban, pues que respondieran lo que sabían.
ME: Los profesores son muy cuidadosos con los exámenes, especialmente por los celulares. La advertencia es: si lo sacas, te anulan la prueba. Hoy presentamos unos en una plataforma. El docente pone una fecha y una hora, se ingresa al aula virtual con un código y se realiza la evaluación desde cualquier lugar con internet. Tienes un tiempo limitado.
JCH: Nosotros no teníamos ningún recurso de esa naturaleza. Siempre íbamos a la biblioteca, que estaba en el primer piso. Allí una señora nos falicitaba los libros. El único que debíamos comprar era el Álgebra de Baldor. Éramos muy dedicados. El grado de educación era tal que cuando un profesor llegaba al salón nos párabamos en absoluto silencio.
ME: Muy pocos se ponen de pie cuando un docente llega a mi salón. Eso hay que rescatarlo. Los niños de primaria sí lo hacen y saludan, pero a medida que crecen se pierde la costumbre.
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