La próxima semana la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) entregará varios cientos de miles de firmas al Consejo Nacional Electoral (CNE) de Venezuela (ayer se quintuplicaba el 1% del censo electoral necesario), con el objetivo de poder seguir adelante por el referendo revocatorio de Nicolás Maduro. La instancia electoral, que el pasado martes dio el aval a los partidos de la oposición para recoger las firmas, deberá estudiar la validez de las mismas y decidir si se puede seguir con el segundo paso del proceso, en el que será necesario reunir como mínimo 3 millones 925 mil rúbricas de ciudadanos (20% de los electores), para que se pueda convocar el referendo revocatorio.
Pese a que la determinación del CNE parece ir a tono con el querer popular, es evidente que el régimen de Maduro ejerce fuertes presiones a ese organismo, y la esperanza de concretar el mecanismo de consulta popular podría verse truncada en cualquier momento. De todos modos, las mayorías que tiene la oposición en la Asamblea Nacional trabajan incansables en la recolección de firmas, con el claro objetivo de que antes de finalizar el 2016 se dé la salida del líder chavista del Palacio de Miraflores, y se puedan adelantar las elecciones que determinen su remplazo.
Con tal de atajar esta marea que cada vez gana más fuerza en el vecino país, Maduro ha usado todo tipo de triquiñuelas y maniobras, sin importarle que el pueblo venezolano sufra cada día más por las consecuencias de decisiones erradas y arbitrarias que elevan el descontento popular y llevan a la gente a la desesperación. De manera muy concreta, en un amplio informe acerca de la realidad de ese país, la BBC muestra cinco estampas que retratan la crisis que desborda la paciencia de la gente: el racionamiento de energía, el pésimo servicio de los acueductos, la creciente estrechez económica de las familias, un internet que no sirve y la cada vez mayor inseguridad que hace temer a las personas por su vida.
Maduro califica la empresa democrática de impulsar el referendo como un golpe de Estado disfrazado, y además de asegurar que nunca podrán tumbarlo, se ha ideado estrategias como la de restringir el trabajo de los empleados públicos a dos días a la semana, lo que ayudaría a hacer imposible que el CNE revise las firmas, y buscar así que si el referendo logra salir adelante no sea para este año, sino para el siguiente, con lo que el chavismo aseguraría su continuidad en el Ejecutivo, por lo menos, dos años más.
Es evidente que los chavistas no querrán, por ningún motivo, exponerse a un ejercicio democrático en las actuales circunstancias, cuando está claro que en diciembre del 2015, cuando el descontento popular no alcanzaba los niveles de hoy, perdieron el control de la Asamblea Nacional. Todo esto indica que las tensiones aumentarán y que las determinaciones que incrementan el descontento también irán en ascenso, lo que llevará a que los venezolanos vivan como si fuera un país en guerra, y sientan que lo que hace unas décadas los llenaba de orgullo se encuentra en caída libre.
Debido a la extensa frontera que compartimos con ese país, Colombia seguirá sintiendo las consecuencias de la debacle venezolana. Tenemos que ser conscientes de que los problemas que se han vivido en la Guajira, Norte de Santander y Arauca podrán agudizarse en los próximos meses, y frente a eso el gobierno colombiano está en la obligación de reaccionar con rapidez. Ojalá que eso no nos afecte demasiado a los colombianos y que muy pronto, por vías democráticas, Venezuela encuentre ese nuevo horizonte de la recuperación.
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