La suerte de nuestras bibliotecas públicas en Manizales no ha sido la mejor. La principal duró seis años en salones del Liceo Isabel la Católica, y la actual sede en el edificio del antiguo Idema tampoco es considerada como la definitiva. A esto se suma que los ocho mil volúmenes de la Orlando Sierra Hernández recientemente fueron trasladados del Ecoparque Los Yarumos a una bodega en el colegio Inem, esperando una adecuación para ponerla al servicio.
Esto, sin embargo, es solo una muestra de un problema de fondo que involucra a otras ocho bibliotecas que dependen de la Alcaldía y están distribuidas en distintas comunas de la ciudad, las cuales si bien se denominan como red, no funcionan realmente como tal, y más bien adolecen de diversos problemas que generan desequilibrios e inequidades que obstaculizan la posibilidad de integrarlas verdaderamente. Mientras no haya una política sólida en este sentido no les estaremos sacando todo el potencial que pueden aportar.
Es importante hacer esfuerzos orientados a darles a las bibliotecas la importancia que se merecen, sistematizarlas y que cuenten con atractivos pensados en los jóvenes estudiantes. Con las tecnologías que tenemos hoy a nuestro alcance deberíamos tener acceso desde cualquier lugar para saber en dónde se puede encontrar un libro determinado, e incluso facilitar charlas e interacción entre personas interesadas en un mismo tema para que la lectura sea fuente de nuevo conocimiento.
En el mundo actual, la sociedad y sus individuos se mueven en torno a la posibilidad de acceder y participar en las redes globales de información y de conocimiento. Por eso, si queremos posicionarnos como ciudad educadora, con una preocupación seria hacia la calidad, tenemos que tener una política más sólida alrededor de nuestras bibliotecas como epicentros de todo tipo de actividades que atraigan a los jóvenes hacia la cultura de leer y el mejor uso del tiempo libre. No de otra manera se puede avanzar en la educación actualmente.
Hay que lograr que las distintas bibliotecas ofrezcan servicios que sean cómodos y accesibles para todos, con horarios afines a los momentos que usan los estudiantes para elaborar sus tareas, pues de lo contrario estaremos construyendo nuevas barreras para alejarlos de estas fuentes de conocimiento. En las épocas de vacaciones también hay que buscar la manera de que estén en servicio, precisamente para que los niños y los jóvenes tengan opciones permanentes de recreación sana cuando los colegios están cerrados.
Si no ponemos los libros en las manos de los lectores estaremos desaprovechando la oportunidad de tener mejores egresados del bachillerato y a la vez profesionales más competitivos. Tenemos, además, el desafío de actualizar y renovar los títulos, pues gran parte de los 41 mil textos que componen nuestras bibliotecas ya están envejecidos y en mal estado, o no se cuenta con los que contienen los conceptos de vanguardia. Ojalá se cumpla, al menos, con lo señalado en el Plan de Desarrollo del actual alcalde, Jorge Eduardo Rojas, donde se manifiesta que se doblará la entrega de libros nuevos a las bibliotecas.
También hay que entender que esta no es solo una responsabilidad de la administración municipal, sino que el sector privado también puede vincularse y coadyuvar a que haya numerosos y bien establecidos centros de lectura. El Banco de la República y Confamiliares ya han hecho sus aportes. En otras ciudades, como Bogotá y Medellín, hay ejemplos de otras vinculaciones privadas que dejan excelentes resultados, los cuales deberían ser explorados en Manizales, donde hay tantas entidades interesadas por la educación y la cultura. La Feria del Libro que realizará la Universidad de Caldas la próxima semana puede ser una buena oportunidad para mantener la reflexión.
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