on la celebración hoy del Domingo de Ramos, que rememora la entrada de Jesús a Jerusalén, comienza la Semana Santa, una época que cada año invita a los cristianos a reflexionar sobre sus actos y la manera de ser mejores cada día. Este tiempo es aprovechado por muchos para el descanso, para los viajes a reencontrarse con familiares, para salir a conocer parajes lejanos, para hacer una pausa en las responsabilidades del estudio o del trabajo, y eso está bien que se haga, siempre y cuando el tiempo también se aproveche para limpiar el espíritu.
Lo ideal es que en este tiempo, todos hagamos el esfuerzo por mantener mejores relaciones con nuestros semejantes, haciéndoles el quite a la violencia, a la intolerancia, a las incomprensiones. Hoy debemos ser conscientes de que en Colombia ocurren a diario hechos repudiables que nos deshumanizan como sociedad, y que nos llenan de vergüenza. La mayor parte de las muertes violentas tienen como origen choques entre vecinos, conocidos y familiares, por las causas más insubstanciales, en muchos casos. Todo eso es lo que tenemos que dejar atrás.
Desde el Miércoles de Ceniza hasta el día de hoy se vivió el tiempo de la Cuaresma, que actuó como invitación para la renovación de la Iglesia, de las comunidades y de los creyentes, como lo anotó el papa Francisco en su mensaje para esta época, y para lo cual debemos partir de que el amor hacia el ser supremo y hacia nuestros semejantes debe ser la respuesta natural al regalo de la vida del que gozamos. Por eso, más que nada, la Semana Santa tiene que ser una forma de festejar nuestra existencia, entendiendo los alcances trascendentales y el significado de ser en el mundo.
Entre esa significación puede contarse el desafío que tenemos todos de vencer la indiferencia en la que hemos caído frente a los problemas éticos que padece el mundo. Hoy vemos cómo en aras de acumular poder se generan guerras, se cometen atentados suicidas, se buscan ganancias económicas a toda costa, mientras una gran parte del mundo sufre en medio de las enfermedades, el desamparo, el hambre y el olvido. El reto es buscar en nuestro interior esa bondad con la que estamos dotados y ponerla a funcionar, para que no solo sea motor para la vida sino generador de alegrías compartidas.
Un fuerte llamado que nos hace la Semana Mayor es al servicio, a enfocar todos nuestros actos hacia una causa positiva de beneficio común. Eso nos obliga a alejarnos del egoísmo, a pensar mucho más allá de nuestras solitarias metas, y avanzar hacia lo que es bueno para todos. En nuestro país, donde hay tantas familias que han sufrido con la violencia en campos y ciudades, donde hay tantas víctimas que aún están desorientadas, donde el dolor y el odio han ganado tanto espacio, es urgente que despertemos ese sentimiento de servicio, con el que se les devuelva la esperanza a quienes se han topado con la muerte frente a frente.
La de esta semana tiene que ser, por tanto, una fiesta para la vida, una serie de celebraciones que nos lleve al cambio para bien, sea lo que sea lo que hagamos, así dediquemos todo el tiempo a la oración o saquemos un buen tiempo para recrearnos con nuestros allegados. En todos esos espacios es posible comportarse como buenos cristianos. Y durante todo el resto de año y más allá es importante dejar crecer en nuestro interior los deseos de paz y reconciliación, que encarnan esos valores que tanto nos faltan a los colombianos. La dureza del corazón debe ser un asunto del pasado, lo que hay que tener es un corazón fuerte y dispuesto a entregarse con misericordia.
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