Sucedió el 7 de agosto de 1998. Ese día asumía la Presidencia de Colombia el conservador Andrés Pastrana. El entonces presidente del Congreso, el antioqueño Fabio Valencia Cossio, pronunció la perentoria sentencia, refiriéndose a sus colegas: “Cambiamos o nos cambian”. Había en el país un descontento generalizado por el proceder del poder legislativo que se había enfrentado a un cuatrienio vergonzoso, atravesado por el Proceso 8.000 y la comprobación de vínculos de varios políticos con el narcotráfico. Ni cambiaron ni los cambiaron, pues los electores siguieron eligiendo más de lo mismo, así fuera en cuerpos distintos, y el problema en lugar de mejorar se agravó con los vínculos de senadores y representantes ya no solo con el narcotráfico sino con maquinarias asesinas como los paramilitares.
Y vuelve a pasar. Cada que el Congreso de la República tiene la oportunidad de mostrar un poco de respeto por los electores, por su labor legislativa, por acercarse a rendir cuentas al país, prefiere dar la espalda y conservar sus privilegios. Entre estos se cuenta el ausentismo, pues tienen el poder de devengar sin asistir a las sesiones durante todo el tiempo que estas duran. Basta con que anuncien que sí están en el debate. Pero nada garantiza que se queden, razón por la que los intentos de los que podríamos llamar juiciosos senadores y representantes se ven muchas veces empañados porque no les alcanza el cuórum para poder deliberar y tomar decisiones.
Esta historia se alarga en el tiempo. No se puede olvidar que la Constitución Política del 91 tuvo como uno de sus principales motivantes el desprestigio de la clase política, representada principalmente en el Poder Legislativo. Y, como una paradoja, al terminar de ser aprobada esta nueva Carta le dio más poder al Congreso con la esperanza de que con los cambios se iban a tener congresistas más responsables, inquietos y seguros de velar en los debates por el país. Sin embargo, corrieron a modificar la carta en varios aspectos que limitaban sus competencias con lo cual se parapetaron más en el poder y no hay manera de que los cambien.
Hace poco más de un mes se negaron a aprobar una norma que los obligaba a presentar sus declaraciones de renta, como parte de la Ley de Transparencia que pasó sin este importante elemento que podría ayudar a combatir más la corrupción. Y esta semana fue la paradoja del año, por poco se hunde la ley que busca sancionar a los congresistas ausentistas, porque no hubo cuórum para poder aprobarla en el Senado. Gracias a la presión social, la norma revivió a último momento y fue aprobada en comisión con 12 votos que hicieron mayoría.
Luego de las críticas de los ciudadanos y líderes de opinión algunos congresistas mostraron arrepentimiento, pero daba la impresión de que no les alcanzaría para aprobar la norma. La esperanza es que de ahora en adelante no haya más tropiezos y que no se den más aplazamientos a esta posibilidad de que se avance en la recuperación del respeto para el Congreso de la República. Esta reforma la promueve el Centro Democrático y cuenta con el apoyo de otros congresistas como del Partido Verde. Ojalá no se perpetúe la falta de responsabilidad de muchos congresistas con el país, quienes deben entender que deben cambiar. De lo contrario, los ciudadanos tenemos la responsabilidad de cambiarlos.
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