o hay nada que negociar ni que transigir, ni que discutir en torno a sacar a los menores de edad del conflicto armado. No se trata de una concesión que se quiere hacer al Estado o de una exigencia desorbitada de la sociedad a los combatientes, este es el mínimo respeto que se exige por la vida de quienes deben estar entre la escuela y el juego, no empuñando un fusil. Por eso no se entiende cómo las Farc, desde La Habana, con su acostumbrada soberbia y por encima de lo dicho antes, insisten en mantener entre sus combatientes a los niños, contraviniendo no solo los protocolos internacionales sobre guerra y Derechos Humanos, sino contradiciéndose a sí mismos, cosa que ya no resulta extraña.
Reclutar a menores para llevarlos a la guerra es una manera de mantener los ejércitos cuando la moral está baja, cuando los mayores reconocen que no tiene sentido empuñar las armas o que el fin de la guerra está próximo. Se recuerda, a punto de cumplirse los 70 años de la rendición del Ejército alemán, cómo los últimos días de la escasa resistencia que se ofreció en Berlín fue hecha por niños y ancianos reclutados a la fuerza, obligados a defender el último bastión del Reich. ¿Será que las Farc también se sienten tan derrotadas que tienen que obligar a que los niños permanezcan en las filas, pues ya los adultos saben que no tiene sentido seguir combatiendo?
Con su anuncio del fin de semana de que no han dado orden en torno a devolver a los menores que permanecen en sus filas, las Farc echan por la borda el anuncio de febrero pasado de no seguir reclutando menores de 17 años. ¿Será que esta no es prueba suficiente para la Corte Suprema de Justicia? El alto tribunal en días pasados dijo que no hay prueba que involucre en esta violación de los derechos de los niños a los máximos cabecillas y los exoneró por este asunto, reduciendo la responsabilidad solo a los comandantes de frente. El reclutamiento de niños debe ser juzgado con toda la severidad que tal hecho amerita.
Según el Ministerio de Defensa, en los últimos 13 años, la cifra de menores que han desertado de las filas de las agrupaciones armadas supera los cuatro mil, de los cuales 2 mil 700 estaban en las Farc, lo que la ubica como la mayor reclutadora de menores con un 66 por ciento. Este tipo de situaciones son las que hacen que el proceso de paz no reciba el apoyo que tanto ha buscado el presidente Santos, pues las Farc insisten en negociar como una agrupación poderosa que tenía postrado al Gobierno con el que dialoga, cuando la realidad muestra que es un acto de generosidad de la sociedad colombiana tenderle la mano para que deje las armas y a cambio entregarle algunos beneficios.
El llamado es a no ser tolerantes con ningún tipo de delito contra los niños y esto incluye el reclutamiento forzado, de cuya mano vienen otros delitos como son la violación de menores, el sometimiento a trabajos forzados, abortos, y la lista puede seguir. El reclutamiento es apenas la puerta de entrada a un mundo de vejámenes con los cuales no se puede transigir. Así que si las Farc quieren apertura de la sociedad colombiana bien harían en no hacer de la violación a los derechos de los niños un tema de negociación, sino aceptar de una vez que es hora de no meterlos en la guerra. Y punto.
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