l oriente de Caldas sufrió en la década pasada la dureza del conflicto armado, a un punto que la desesperanza colmó a sus pobladores y a muchos los llevó a huir de la violencia, pese a la riqueza y las posibilidades de subsistencia que les ofrecían sus tierras y recursos naturales. Desde el 2008, tras la desarticulación del frente 47 de las Farc y la desmovilización de las estructuras paramilitares que generaban el terror en esa amplia región, lentamente ha ido regresando la calma, y con ella empiezan a florecer de nuevo las escuelas que quedaron cerradas por falta de alumnos.
Ante los riesgos y las amenazas que proferían a diario los actores armados ilegales, cientos de niños tuvieron que quedarse encerrados todo el tiempo en sus casas, en otras ocasiones se vieron obligados a migrar hacia casas de familiares en otras zonas para evitar ser reclutados y en otras situaciones más desesperantes familias enteras amenazadas tuvieron que dejar atrás sus pertenencias y sus predios para ir en procura de un refugio que les permitiera pensar en un futuro menos azaroso.
La siembra indiscriminada de minas antipersonal que ejecutó las Farc en numerosas veredas de todo el oriente de Caldas y los permanentes accidentes que cobraron las vidas o dejaron lisiados a muchos niños en esa región caldense también hicieron que las escuelas se quedaran solas, a lo que también contribuyeron las amenazas a educadores, quienes prefirieron en gran número alejarse de tales riesgos. Por eso, hoy produce tanta alegría y esperanza que se estén reactivando esas escuelas y que las risas y preguntas ingeniosas de los infantes se vuelvan a escuchar en las aulas.
Como lo registró este diario el pasado jueves, hay 14 escuelas que reviven gracias a la calma que empieza a consolidarse en esa zona, donde ya se respiran aires de posconflicto. Esos son hechos concretos en los que se reflejan los beneficios de lograr la paz en nuestros campos, y que atrás queden los odios y rencores que han llevado a la absurda guerra que aún nos acompaña. Solo en Pensilvania se observa una evolución que deja al desnudo el cambio positivo que se ha dado: mientras en el 2010 se matricularon 79 alumnos víctimas del conflicto armado, en el 2015 ya esa cifra asciende a 481 estudiantes.
Dinámicas similares se observan en escuelas rurales de los municipios de Samaná, Aguadas, Norcasia, Victoria, Chinchiná, Viterbo y San José. Es muy importante el acompañamiento que les hacen a los alumnos los 146 psicorientadores que prestan sus acciones en todo el departamento, para que les den un enfoque especial a los casos de víctimas, de tal manera que el paso por la escuela también les sirva para ganar en materia de afecto, ayudarles a abrir su corazón hacia el perdón, y acabar así con la espiral de violencia que nos ha azotado por décadas a los colombianos.
Es fundamental que estos establecimientos se sigan llenando de alumnos, que los campos vuelvan a cosechar los productos que aseguren la alimentación de las familias que están regresando, entre otras razones, gracias al trabajo de desminado que vienen desarrollando unidades del Ejército destinadas exclusivamente a esa tarea. Ojalá ese ambiente de posconflicto se mantenga y fortalezca y que aparezcan más historias como la de las escuelas que reviven para contarlas con optimismo.
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