En la víspera de la Semana Santa el papa Francisco, en sus acostumbradas acciones que generan sorpresa, pidió públicamente perdón por los abusos sexuales cometidos con niños de todo el mundo por sacerdotes católicos que han avergonzado a la Iglesia, y se comprometió a avanzar en las sanciones de esos religiosos, porque "con los chicos no se juega". Para eso dijo que se creará una comisión que tenga como objetivo la protección de los menores, en la que incluyó a la irlandesa Marie Collins, de 66 años, quien fue víctima de abusos sexuales por un religioso cuando era niña.
Este solo hecho debería llevarnos a reflexionar a fondo acerca del sentido profundo con el que se deben vivir los días santos. Una época del año en la que tenemos la oportunidad de establecer unas metas de cambio para limpiar nuestro espíritu de todas esas cosas que hacen pesado nuestro paso por la vida material. El ejemplo del papa Francisco debe ser asumido como una muestra del sacrificio que debe hacerse frente a nuestras propias faltas y las de los allegados que también nos comprometen y con quienes tenemos un sentido de corresponsabilidad.
Es el momento de cambiar la satisfacción de las necesidades del cuerpo para centrarnos en el espíritu. Estos días son propicios para fortalecer nuestros vínculos con lo trascendental, para traer la misma fuerza de nuestra comunicación con Dios al necesario relacionamiento con nuestros semejantes. Especialmente es una ocasión propicia para compartir en familia, no solo con una condición de diversión, sino sobre todo con recogimiento, con la esperanza de ser cada vez más un centro de amor y de comprensión, como Jesucristo nos lo enseñó con su dura experiencia de pasión, muerte y resurrección.
La Semana Santa también debe servir para actuar con generosidad material y espiritual, dando apoyo a los que tienen poco o sienten que son poco, ayudándoles a recuperar la confianza en sus existencias y permitiendo que se conviertan en generadores de nuevas experiencias multiplicadoras de buenos sentimientos y realizaciones que apunten a construir un mejor mundo, más justo, más igualitario, con menos egoísmos y odios.
La Iglesia Católica cuenta hoy con un gran pastor que en cada paso da ejemplo de amor, de carácter, de valentía, y que tiene el carisma para adelantar procesos de transformación no solo entre los 1.200 millones de católicos sino en toda la humanidad. Es importante acompañar esta vez las celebraciones santas con gran decisión, llenando los templos, ensanchando las procesiones, comprometiéndonos a fondo con las vivencias cristianas y actuando acorde con la fuerza de espíritu que debe darnos el convencimiento de la resurrección. Hay que aprovechar estos momentos de cambio y renovación para ir decididamente hacia el bien.
Hay que rogar para que contemos durante muchos años en el Vaticano con el papa Francisco como líder espiritual. A través de sus enseñanzas podemos caminar hacia esos cambios a fondo que requerimos en nuestras vidas. Quienes han hecho el mal tienen la oportunidad del arrepentimiento y de la construcción de un camino de reconciliación que traerá inmensos beneficios a todos. Los creyentes debemos apropiarnos del mensaje del alto jerarca y llevarlo a la práctica en nuestras vidas, como un grano de arena hacia una vida más digna, más justa y más alegre para la humanidad.
Dios quiera que los pasos de transformación emprendidos en la Iglesia, para que los sacerdotes que se han equivocado se arrepientan y paguen por sus malos comportamientos, se mantengan con firmeza y lleven a que los fieles nunca más tengan que temer ante sus sacerdotes. La reflexión sincera acerca de nuestros errores y los ajenos nos podrá llevar a convertirnos en mejores seres humanos, seres de renovación y de bondad.
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