l 30 de junio próximo es el nuevo plazo para que las potencias del mundo (EE.UU., China, Rusia, Reino Unido, Francia y Alemania) e Irán se pongan de acuerdo acerca de la posible utilización que ese país del Oriente Medio pueda hacer de la energía nuclear con fines industriales y tecnológicos. El presidente iraní, Hasan Rohaní, se siente muy confiado de poder lograr los objetivos para su país, situación que no le ofrece plena confianza a Occidente, tomando en cuenta la convulsionada historia de esa zona del mundo y los sentimientos exaltados que por momento se toma a quienes asumen el poder en esa nación.
Es la segunda vez, desde que se creó el Plan de Acción en Ginebra (Suiza), en noviembre del 2013, que se opta por aplazar las negociaciones, ante la imposibilidad de lograr consensos. Si bien Irán, después de una década de conversaciones, ha accedido a no persistir en la obtención de plutonio de grado militar, ha reconvertido sus existencias de uranio enriquecido por encima del 20%, ha congelado las labores en la planta de Arak y ha permitido el acceso a sus instalaciones de los inspectores del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), hay que mantenerse firmes. Las reservas de uranio enriquecido que aún tenga ese país deben ser entregadas, como principio de prevención.
El proyecto de ese país busca, supuestamente, aprovechar la energía nuclear sin avanzar hacia el uso bélico. Es algo que no resulta fácil de creer, cuando los conflictos de Europa y América con ese país han sido frecuentes, y ceder podría significar dar demasiadas ventajas, de lo que tal vez podría arrepentirse Occidente en el futuro. Es un hecho que por haber comenzado ese programa de energía nuclear en secreto desde 1984, Irán se hizo merecedor a sanciones que, como se anuncia, están a punto de ser levantadas. Hoy mantiene encendidas sus centrifugadoras, y aseguran que no las apagarán, pese a que la ONU determinó establecer un cronograma para quitar las sanciones y despejar el camino de los diálogos.
Los voceros de las grandes potencias no pueden olvidar que está en juego la seguridad del mundo, y que no pueden aventurarse a darle ventajas a ese país asiático, pues sería abrirles la puerta a muchos más que van a argumentar que también tienen derechos para ejecutar sus planes nucleares, lo que a la postre se volvería inmanejable. Cualquier desarrollo de este tipo tiene que garantizar todos los controles necesarios, como se ha venido haciendo entre las mismas grandes potencias, para evitar que se convierta en un problema desbordado que se pueda salir de las manos.
Además, son evidentes las presiones de Israel, Arabia Saudita y otros países aliados de los Estados Unidos en la zona para que no se ceda en nada, e incluso son claras sus invitaciones a usar otros métodos, distintos a la diplomacia, para encontrarle una salida al conflicto nuclear. Muchos allí critican la posibilidad de que Irán pueda recuperar su relacionamiento con el mundo y desbloquear su economía, y preferirían que se mantuviera aislado y con vedas económicas que no les permitan resurgir, pues lo ven como una amenaza histórica.
Hay que estar atentos, de todos modos, a que la estrategia de Irán no sea simplemente ganar tiempo, mientras sigue con sus programas ilegales y peligrosos. Se dice que las negociaciones están en la recta final, pero podrían seguirse extendiendo indefinidamente, o clausurarse de manera definitiva. El plazo de junio debería ser el último para que acepten entregarle a Occidente el uranio enriquecido que aún tienen y no volver a trabajar en ese proyecto que causa temor en todo el mundo.
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