Es triste que tenga que ocurrir el asesinato de cuatro niños para que nuestra sociedad comience a movilizarse en rechazo a esa clase de hechos. La mínima agresión a uno de ellos debería hacernos reaccionar de manera categórica, pero en Colombia nos hemos acostumbrado a que el maltrato a la infancia hace parte de nuestra cotidianidad, y que es "normal" pasar por encima de sus derechos. Ahora bien, hoy que por fin los colombianos nos estamos levantando a protestar por este tipo de hechos ojalá interioricemos que a los niños no se les maltrata.
No hay palabras precisas para calificar la barbarie de asesinar a sangre fría a cuatro menores de edad, a causa de una disputa particular por un lote de terreno, en el área rural de Florencia (Caquetá). Los hermanos Deinner, Laura Jimena, Juliana y Samuel Vanegas Grimaldo no tenían por qué pagar con sus vidas los desacuerdos de sus padres con otras personas mayores. Lo ocurrido es un acto de cobardía que no puede quedar impune, por lo que las autoridades tienen que hacer todo lo necesario para capturar y llevar a juicio a los responsables, de quienes ya hay retratos hablados.
Estos hechos más las nuevas agresiones que se han conocido durante esta semana, ocurridas en La Vega (Cundinamarca) y Dagua y Buga (Valle del Cauca), por ejemplo, tienen que quedarse en el pasado. Debemos entender que la verdadera paz no es la que se está negociando en La Habana con las Farc, que desde luego es necesaria, sino que es mucho más que eso, porque se trata de evitar que haya nuevas situaciones de intolerancia y de violencia entre familiares y vecinos, que son las causantes del mayor número de homicidios hoy en el país.
Colombia necesita con urgencia no solo dejar a un lado la tonta guerra que hemos tenido internamente, por móviles políticos, desde hace medio siglo, sino superar los odios y la costumbre de la venganza o de tratar de arreglar por las malas. Como sociedad tenemos que asumir el compromiso, nada fácil, de sanar las heridas y reconciliarnos con quienes tenemos diferencias, sin que eso signifique que tengamos que renunciar a la defensa de nuestras ideas o de nuestros bienes. Para ello el Estado también tiene que prestar todas las garantías de justicia, para que sea respetada por todos.
En medio de esta tragedia que afecta a nuestra niñez, resulta insuficiente que las Farc anuncien, como si fuera un gran avance, que dejarán de incorporar a sus filas a menores de 17 años, decretando una nueva mayoría de edad que no se ajusta a las normas de Colombia. Lo que tiene que hacer esa agrupación guerrillera es no solo dejar de reclutar a cualquier persona, sino devolver a todos los menores que han sido arrebatados de sus hogares, así como a las demás personas que siguen secuestradas, y dejar de delinquir.
Todos los colombianos tenemos que hacer un pare de reflexión acerca del tratamiento que damos a nuestros niños, y tomar consciencia sobre la urgencia de cambiar actitudes, para que el futuro del país tenga una garantía de paz. En ese sentido es importante apoyar iniciativas como la que se está gestando en el Eje Cafetero y que ya empieza a tener eco en otras regiones, para que el próximo 18 de febrero a las 5:00 p.m. se tengan concentraciones de ciudadanos con velas encendidas, en las plazas de Bolívar, y llamar la atención del país sobre el buen trato que debemos dar a nuestra infancia. Así mismo, expresiones como la de llevar a los niños del Caquetá una donación de besos y abrazos, liderada por la Red de Afecto contra el Maltrato Infantil en Manizales, tienen que ser apoyadas por todos.
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