El partido Demócrata cerró el pasado jueves su convención con la proclamación de Hillary Clinton como su candidata para las elecciones presidenciales de noviembre próximo. La semana pasada ocurrió igual con el partido Republicano, en cuya convención se impuso el nombre de Donald Trump. Queda así, de manera oficial, listo el partidor de aspirantes a llegar a la Casa Blanca para suceder al presidente demócrata Barack Obama, quien lleva dos periodos, ocho años, al mando del país más poderoso del mundo.
Así como Obama fue el primer mandatario negro en la historia de los Estados Unidos, Clinton también podría convertirse en la primera mujer en ese cargo. Ellos representan dos grupos que no han salido bien librados en los discursos de Trump, y que seguramente despertarán solidaridades a la hora de acudir a las votaciones. No obstante, el hecho de que tanto los republicanos se muestren divididos, igual que los demócratas, hará que haya todo tipo de tensiones en los meses que vienen y que al final sea posible cualquier resultado, aún el que menos se espera.
En el discurso de Obama, al entregarle las banderas a Clinton, llamó mucho la atención su alusión al expresidente republicano Ronald Reagan, como queriendo enviar un mensaje a los republicanos moderados que no comulgan con las propuestas incendiarias de Trump, y también defendió lo alcanzado durante su gobierno, mostrando una visión optimista del futuro de los Estados Unidos, muy al contrario de la percepción fatalista que vende el controvertido magnate.
La semana pasada los republicanos le entregaron las banderas del partido a Trump, un poco a regañadientes del llamado establishment, que hubiera preferido un candidato menos excéntrico y que acogiera todos los valores de dicha colectividad con fervor. No obstante, las mayorías republicanas aclamaron al empresario y lo acompañarán en el propósito de regresar a la Casa Blanca, luego del mal recordado periodo de George W. Bush, quien llevó al país a inmiscuirse en guerras que la historia ha demostrado que eran innecesarias.
Para los latinoamericanos, sobre todo para los mexicanos, todo indica que lo peor es que Trump pueda llegar a la Presidencia, ya que su promesa de construir un muro en la frontera, además de ser odiosa y discriminatoria, podría llevar a que todos los migrantes de esta zona del planeta terminen con las puertas cerradas en muchos aspectos en los que hoy existe la esperanza de que se mantengan abiertas, como en los temas de salud, regulación migratoria y puestos de trabajo.
En ese sentido resalta la escogencia que Clinton hizo de su vicepresidente, Tim Kaine, con buenas relaciones con los hispanos, y su contraste con Mike Pense, vicepresidente de Trump, quien encarna un fuerte radicalismo religioso y discriminación racial. Está claro que los llamados blancos enojados van a acompañar con fervor a Trump y que Clinton no tiene buena acogida en buena parte de norteamericanos, por lo que esta vez el pueblo de ese país tendrá que escoger entre lo que podría decirse el menos malo.
Ahora bien, en esos términos, la señora Clinton es la menos mala en esta competencia, pero su campaña tendrá que afrontar distintas dificultades, comenzando por las tensiones internas que hacen casi imposible la convivencia entre los partidarios de Bernie Sanders, de marcada izquierda, con empresarios millonarios como Michael Bloomberg que ven amenazado su futuro económico con Trump. Ojalá que tales diferencias puedan superarse y se cierre así la posibilidad de que el loco admirador del líder ruso Vladimir Putin pueda ocupar el sillón de Lincoln.
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