¿Debe el Reino Unido seguir siendo miembro de la Unión Europea, o debe abandonarla? Esa será la pregunta que deberán responder los británicos el próximo jueves, 23 de junio, durante un referendo. El hecho podría generar una crisis de grandes proporciones en ese continente, en el caso de que la mayoría de los votos ordene el retiro del proyecto europeo, del que hacen parte 28 países y que además de crear un bloque económico y político fuerte se originó como una manera de evitar conflictos futuros entre esos países como el que causó la Segunda Guerra Mundial.
Más grave aún es que el Reino Unido, hace 43 años, ingresó a la Comunidad Económica Europea (CEE), antecesora de la actual UE. Quienes le hacen campaña al Brexit (abreviatura de Britain -Gran Bretaña- y exit -salida-) argumentan que a su país le iría mejor sin tener que ceñirse a las políticas de la UE y podría controlar mejor sus fronteras, mientras los que apoyan la continuidad en esa organización (Bremain, resultado de Britain y Remain: permanecer) están convencidos de que a todo el continente le va mucho mejor unido que separado, y que además la llegada de inmigrantes jóvenes es favorable para la economía, la cual se vería muy afectada, incluso con recesión, si se concreta la salida.
Aunque el referendo no es vinculante para el gobierno británico, pocos políticos apostarían a ir en contra del querer popular. Para el primer ministro conservador, David Cameron, quien en las elecciones parlamentarias del año pasado se comprometió a impulsar dicho referendo, no será nada fácil este camino en caso de que el ganador sea el Brexit, impulsado principalmente por el creciente partido nacionalista UKIP, por considerar que en las últimas décadas la UE ha cambiado en perjuicio de los intereses británicos. Aunque Cameron está a favor de permanecer, la mitad de su partido no lo está.
Ahora bien, también hay que entender que las tensiones alrededor de este asunto no son nuevas y en buena medida se identifican con la cultura tradicional inglesa, en la que se siente recelo porque el manejo de la UE se concentre en Bruselas, el orgullo del carácter insular de los británicos, así como en la posibilidad de hacer un mayor control a la inmigración y garantizar la seguridad. Algunos piensan que en el actual esquema los británicos aportan más de lo que reciben y que hoy existen muchos obstáculos para el desarrollo de su nación.
La posición independiente de muchos británicos no es nueva, ya en 1985 cuando se creó el espacio Schengen, formado por 28 países que abolieron sus fronteras internas, el Reino Unido decidió seguir en la UE pero no participar de esa determinación. Además, en 1993, cuando se creó un mercado único en el que hay libertad para el movimiento de bienes, personas y capitales, también se mantuvo al margen de acoger al Euro como su moneda y conservó su cotizada libra esterlina.
La realidad hoy es que los partidos Laborista, el Nacionalista Escocés (SNP), el galés Plaid Dymru y el Liberaldemócrata están a favor de la permanencia en la UE, pero eso no garantiza que los resultados del referendo terminen en esa dirección. Las tensiones internas se avivaron más tras el asesinato la semana pasada de la diputada laborista Jo Cox, de 41 años, quien era partidaria de la permanencia en la organización.
Ahora bien, el reto no es solo para los británicos si gana el Brexit, sino especialmente para la UE, que se verá debilitada, pues el impacto negativo sería para todos los países miembros, ya que la organización se convertiría en un socio comercial menos atractivo en el contexto mundial y perdería poder internacional. Eso podría llevar a una escalada de desarticulación que la lleve a desmembrarse en el mediano plazo. Así, pues, el próximo jueves la UE se pondrá a prueba y se empezará a configurar un nuevo futuro, frente al cual América Latina, y específicamente Colombia, tienen que estar muy atentos.
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