El pueblo escocés acaba de dar una lección de madurez política que debería ser tomada en cuenta por el resto del mundo. ¿Para qué emprender una aventura en solitario, sin tener las herramientas suficientes para hacerle frente a los desafíos del mundo moderno, cuando es posible lograr más autonomía a la sombra de un estado más fuerte? El único objetivo que debe buscarse es el bienestar para el pueblo y en este caso la independencia no parecía ir en esa dirección.
Pese al no de los escoceses en el reciente referéndum, para el Reino Unido quedó claro que deberá restarle fuerza al centralismo londinense para mirar con más atención las prioridades de los otros países miembros y lograr un desarrollo más armónico. Tal camino generará, necesariamente, nuevas tensiones internas que deberán ser superadas con mucho tipo por el primer ministro David Cameron.
Lo cierto del caso es que ahora los británicos deberán cumplir con sus promesas de mayores poderes y recursos para Escocia, y tratar de que el 46% que votó por la independencia se convenza de que la mayoría no se equivocó. El líder de esa importante fracción, Alex Salmond (cabeza del Partido Nacional de Escocia), seguirá teniendo un gran protagonismo en la política británica, y cualquier falla tratará de cobrarla al máximo.
Cameron tiene ahora el reto de revivir la llamada fórmula de distribución Barnett de los recursos públicos, muy polémica en los años 70 del pasado siglo, con lo que Escocia recibiría, por cada habitante, un 19% más que la misma Inglaterra. Esto, sin contar los privilegios de los que ahora gozará esa región del Reino Unido en materia de salud. Lo que vendrá es que Gales e Irlanda del Norte empiecen a exigir un trato equivalente, lo que no será fácil para los partidos británicos más poderosos.
Los hechos recientes también les muestran a otras regiones separatistas en diversos países del mundo, sobre todo en Europa, que hay caminos distintos a la secesión para avanzar hacia un mayor bienestar social, y que las opciones nacionalistas a ultranza no son provechosas, y más bien pueden alentar episodios de violencia que en nada contribuyen a la mejora. Las zonas de Cataluña, en España; las regiones del este de Ucrania, y Flandes, en Bélgica, entre otras, deberían tomarlo en cuenta.
Ahora bien, los gobierno centrales no solo en Europa, sino en todo el mundo, tienen que entender que la mejor manera de evitar posibles rompimientos de los territorios y ánimos independentistas en algunas regiones, es profundizar más los procesos de descentralización, buscando irrigar la riqueza en una manera más equitativa y justa, y otorgando derechos igualitarios a todos los habitantes de los países, sin ningún tipo de discriminación.
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