Cuando las negociaciones de paz con las Farc pasan por su peor momento desde el comienzo oficial de los diálogos, en noviembre del 2012, el presidente Nicolás Maduro, de Venezuela, llega hoy a Cartagena con el objetivo de reunirse con el presidente Juan Manuel Santos a tratar varios asuntos fronterizos. Desde los sectores más radicales de la derecha colombiana hay un total rechazo frente a ese encuentro, por considerar que el líder del vecino país es, en verdad, el representante de la izquierda más retrógrada en el mundo. La reunión no es mala per se, pero hay que estar prevenidos.
Independientemente de los sentimientos que despierta una visita como esta, a favor o en contra, es un hecho que estamos hablando de un país con el que Colombia ha compartido una larga historia, y con el cual tiene límites de cerca de 1.500 kilómetros de longitud, que necesariamente afrontan problemas comunes a los que se les debe buscar soluciones concertadas, así no haya identidad política. De hecho, después de la muerte de Hugo Chávez Frías las relaciones bilaterales se aquietaron, debido a que Santos ha preferido el silencio frente a los problemas políticos internos del vecino país.
Si bien se ha anunciado con bombos y platillos que el tema central de la visita será el problema con el contrabando, es indiscutible que estará sobre la mesa la difícil coyuntura por la que están pasando las conversaciones de paz. Maduro no puede negar la cercanía que los chavistas han mantenido con las Farc, así como también lo han hecho con el gobierno cubano, de tal manera que la continuación del proceso y su posible conclusión exitosa pasa, en buena medida, por los oficios que Venezuela pueda ejecutar ante la guerrilla colombiana.
No obstante, esa cercanía no deja de ser un riesgoso y altísimo costo para Colombia, cuando también se ha evidenciado que funcionarios y exfuncionarios de ese régimen han tejido íntimas relaciones con narcotraficantes colombianos que encontraron más allá de nuestra frontera el amparo o la complicidad para ejecutar sus acciones y enriquecerse, y al mismo tiempo beneficiar económicamente a personas allegadas al vecino gobierno. Por eso, el presidente Santos tiene el desafío de encontrar apoyos en la tarea de la paz, sin comprometer la soberanía y la dignidad colombianas.
Ahora bien, si ambos presidentes son conscientes de que fenómenos como el del contrabando está teniendo graves repercusiones para Colombia y Venezuela, y que en esas prácticas se mueven mafias que son cercanas y afines a las que operan el negocio ilegal del narcotráfico, entre ellas las Farc, se estaría virando hacia un foco de interés que, de ser coherente, podría significar que ahora sí se cuente con la cooperación estatal que tanto se le ha reclamado a los venezolanos para perseguir a la delincuencia.
Hoy salta a la vista la crisis que vive el vecino país con respecto al abastecimiento de productos básicos como alimentos y medicamentos, por ejemplo, lo cual se convierte en terreno abonado para el contrabando, fenómeno que afecta los aparatos económicos de ambos países. La mutua colaboración en la lucha contra ese flagelo y la persecución de los grupos ilegales que se han afincado en diversos puntos de la frontera, podrá llevar a que las dificultades más serias que padecen ambos países encuentren los caminos que conduzcan a remedios reales y duraderos.
Llama la atención que, hace cuatro años, apenas se posesionó como presidente de Colombia, Juan Manuel Santos organizó una reunión urgente con su homólogo venezolano de entonces, Hugo Chávez, a quien llamó su nuevo mejor amigo. Ahora, una semana antes de comenzar su segundo gobierno, el mandatario colombiano se reúne con Maduro, seguramente para afianzar la particular amistad que tuvo con su polémico antecesor.
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