Hay pánico en el mundo por el avance del virus del ébola, enfermedad que ha matado a cerca de 4 mil personas en África (el 50% de las infectadas desde marzo pasado) y que ya comienza a aparecer en los Estados Unidos y Europa. Aunque por cerca de cuatro décadas los médicos lograron controlarla y evitar que el mal se expandiera más allá de las regiones africanas en las que se detectó (Congo y Sudán), se ha perdido el manejo, y lo peor es que hasta el momento no se ha encontrado un remedio efectivo.
Todo indica que el mundo no está preparado para hacerle frente y evitar su contagio, ante lo cual países como Colombia, a donde el virus todavía no ha llegado, tiene que extremar las medidas para no permitir que ingrese, pues un solo enfermo que llegue podría desencadenar una grave emergencia de salubridad. Hoy la mayor cantidad de los afectados habitan territorios de Guinea, Sierra Leona y Liberia; pero el caso de Thomas Eric Duncan, quien murió de ébola en el Hospital de Dallas, tiene a todo el planeta en pánico.
Si a esto se le suma lo que ocurre con la enfermera española Teresa Romero, contagiada luego de atender al sacerdote Manuel García, quien murió a causa de esa enfermedad el 25 de septiembre, las cosas pasan de castaño a oscuro. Ya se habla de nuevos casos en Noruega y Alemania, lo que multiplica las posibilidades de que el ébola se extienda hacia otros continentes. Si tomamos en cuenta las características sociales y ambientales en las que la enfermedad se ha desarrollado en el África, la amenaza para América Latina es evidente.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) tiene que desarrollar una contingencia de largo aliento, en coordinación con todos los centros de decisión internacionales, para aplicar protocolos que le cierren el paso a una posible epidemia. Además, hay que acelerar las investigaciones científicas que apunten a producir medicamentos para contrarrestar el mal. Sin embargo, es el colmo que apenas se esté reaccionando ahora, pese a que el genoma del ébola se conoce desde 1998 y existe la información suficiente para generar los fármacos para atacarla.
Es evidente, como lo anota el presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, que este tipo de enfermedades logra expandirse debido a los débiles sistemas de salud de los países en los que se detectó el virus por primera vez, los cuales han sufrido numerosos brotes recientes. De nuevo surge la reflexión sobre la necesidad de lograr un mundo con menos desequilibrios sociales y con atención más digna y de mayor calidad a los enfermos en todas partes.
El mundo tiene que movilizarse a aportar los recursos necesarios, no solo para evitar que la enfermedad se expanda, sino para erradicar el mal en su propio origen, y fortalecer las precarias condiciones sanitarias que padecen estos países. Por lo pronto, Colombia tiene que establecer unos filtros especiales en sus aeropuertos y estrictas normativas, con el fin de descartar la posibilidad de entrada de algún infectado. Como lo dice la misma OMS, estamos ante la más severa y grave emergencia sanitaria de los tiempos modernos.
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