a decisión del papa Francisco de venir a Colombia el próximo año con el ánimo de alentar al país a lograr la paz es un hecho político indiscutible. ¿Qué hay de malo en eso? No tiene ningún sentido la polémica que se ha encendido frente a los alcances de ese anuncio, que debe ser bien recibido por todos los colombianos. Tener al mayor jerarca de la Iglesia Católica como aliado en la lucha contra la violencia que han generado en el país grupos extremistas de todas las pelambres tiene un inmenso valor, que no puede ser descalificado a la ligera. Es un error pensar que el papa pueda venir con la misión de echar sal en la herida del conflicto colombiano, cuando debe ser claro que su objetivo es todo lo contrario.
Desde luego que la determinación de Su Santidad es un espaldarazo a los diálogos de paz que el Gobierno Nacional adelanta en La Habana (Cuba) con la guerrilla de las Farc, una expresión similar a la que ya han manifestado líderes mundiales como el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, o el secretario general de las Naciones Unidas, Ban-ki Moon. Solo que la voz del papa tiene una autoridad moral más profunda, a la que es difícil oponerse y que es capaz de unir voluntades contrarias.
Por eso, hay que estar esperanzados en que su solidaridad con Colombia se pueda traducir en una reconciliación real de nuestra sociedad. Eso sería un hecho político de ingente importancia, todo lo que haga el líder supremo del catolicismo en el mundo genera hechos que transforma sociedades, que hacen que las ideas se activen. Ver como negativo el impacto político de su visita es un enorme error. Sería absurdo, además, pensar que al papa no le gusta que los pueblos se muevan a buscar la paz, cuando ese principio es la médula de las enseñanzas del cristianismo.
Lo que quisiéramos ver es que los guerrilleros de las Farc, los del Eln, y todos los miembros de los grupos que generan violencia en Colombia escuchen el mensaje de paz que envía Francisco, y sea interpretado como la apertura de una puerta hacia la comprensión de sus faltas y la posibilidad de comenzar un nuevo camino basado en el respeto a la vida. Un mensaje de ese tipo es necesariamente un llamado al respeto de las bases de un Estado de Derecho y, por tanto, oxígeno para la democracia que los colombianos debemos fortalecer y hacer valer por encima de las diferencias ideológicas.
El conflicto armado colombiano ha causado cientos de miles de víctimas que ven en el anuncio de la visita papal una posibilidad de encontrar consuelo y de poner en paz sus almas. El mismo Francisco ha dicho que es a partir de ellas que se debe construir un futuro tranquilo para el país, reconociendo su dolor, reparando los daños sufridos y garantizando que su dignidad no será mancillada nuevamente. Aunque se diga lo contrario, esa actitud del pontífice es un promotor de hechos políticos que, bien entendidos, podrán traerle mucho bien al país.
No se puede caer en la equivocación de polarizar más a Colombia, bajo el amparo del anuncio de la vista papal, cuando lo que él representa es la unión y la comprensión. No debe haber motivo para que no sea bienvenido. Es evidente que el Sumo Pontífice no guardará ninguna palabra que crea necesaria para condenar los actos criminales y las actitudes de violencia, hablará de los orígenes de esta guerra absurda y pedirá actuar con justicia, sobre todo a favor de quienes más han sufrido. Eso debe ser una garantía de que no habrá impunidad y que la justicia transicional que se aplique sea un camino hacia la construcción de un país renovado. Ojalá se configure un gran hecho político, y que sus palabras no caigan al vacío.
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